“Siempre se es joven o viejo para alguien.
Por ello las divisiones en clases definidas por la edad,
es decir en generaciones,
son de lo mas variables
y son objeto de manipulaciones”.
Pierre Bordieu.
La historia, como objeto de estudio, es un proceso complejo –vaya novedad-, en cada uno de sus períodos (para colmo sólo distinguibles a una distancia mayor de las posibilidades biológicas) hay una cantidad importante de académicos que tratan de descular –con perdón de la irreverencia- su dinámica, su esencia, sus leyes -si fuera posible que esto exista- la lógica y racionalidad de los acontecimientos que aparecerán como históricos o que se perderán sin haber sido consignados como tales.

Es de perogrullo, pero importante para muchos en el hoy y acá, anotar, que para el andante anónimo de la cotidianeidad, la historia suele ser no más que un libro, un tema para especialistas, algo que ya pasó, las anécdotas de los abuelos o un poco más, hasta donde algún memorioso pueda contar: nostalgias y recuerdos.
En este plano, siempre que hay historia es porque hay relatores y actores supervivientes de lo sucedido. Siempre que hay historia es historia viva. El concepto toma acá otra significación, menos abstracta. Esto es lo que permite que algunos o muchos, no es una cuestión cuantitativa, se junten y se visibilicen socialmente alrededor de esa referencia común sobre acciones temporalmente ordenadas y encarnadas humanamente, es decir: el que las cuenta y los protagonistas o ambos, referencia que hace consciente valores de los que es posible y a veces importante sentirse parte.
Valores que son tales –hay que señalarlo- sólo para quiénes los distinguen en esa condición, uno tiene la libertad para calificar los relatos de esos sucedidos, que asimismo, no tienen condición de antigüedad, hasta pueden ser recientes y cercanos.
En el acá y ahora, en la cotidianeidad, la historia es siempre presente, porque está vivo y aquí el que la cuenta y/o los protagonistas o ambos y una vez que el relato fue relatado y el sucedido convertido en referencia, ambos adquieren actualidad temporal porque ahora ya son parte de los que escuchan, aun cuando sólo sea simbólicamente.
En este plano, la referencia no tiene alguna razón especial que la haga necesariamente positiva, no importa, allí está para negarla o afirmarla, no hay manera de sustraerse una vez que la historia fue conocida (vaya si son importantes la memoria y los relatores). Después, pero en otro plano, podrán aparecer las abstracciones que darán sentidos diversos a los relatos y sus protagonistas, que conceptualizarán en juicios éticos, políticos y/o morales. Que harán de la historia un campo del conocimiento científico, un objeto analizable.
En el acá y ahora la lógica del devenir y del pasado es circular y recursiva. El cambio en este nivel -en realidad aceleración en algún sentido- lo determina la biología y hasta cierto punto lo contingente: la desaparición física de los actores y/o de los relatores, y la importancia que tengan los conceptos vinculados para los algunos o para los muchos que los alcanzan a conocer con posibilidades de reproducción. Dinámica que –por cierto- no tiene una regularidad temporal, los conceptos posibles de ser valorados aparecerán y desaparecerán al ritmo de los avatares sociales (avatares que responden, en general pero no necesariamente, a la racionalidad del sistema hegemónico)
Me doy cuenta cuando releo, que la relatividad que pinta este cuadro, da cosita, por no decir escalofríos. La primera y rápida conclusión que se puede sacar es que cada uno quiere y tiene derecho a querer escribir su propia historia. Que “la historia comienza cuando uno llega”, es uno de los más importantes problemas organizacionales a resolver, aún cuando la mayoría de las bibliotecas advierten sobre él. Y que desde que nacemos queremos escribir nuestra propia historia es otro perogrullo.
Desde Platón y su gobierno de los sabios al neoliberalismo y el gobierno de los yuppies hay más de un universo, lo que indica lo inconmensurable de la complejidad del tema. Al fin y al cabo todavía nadie ha podido escribir una historia del futuro.
De ahí que creo que es necesario, hoy, reivindicar la cotidianeidad, el escenario en el que viejos jóvenes y nuevos jóvenes construimos la realidad, no hay allí diferencias etarias. En todo caso la política y el poder es el medio en el que se construye la confianza, condición de posibilidad de la vida en sociedad y de construcción de un poder político democrático, que no tiene como necesaria una determinada edad. La juventud, es un escenario en disputa por el mercado de consumo, no me parece que la alternativa sea construir un escenario de disputa de la juventud desde el poder político.
Me cabe aclarar, por mi condición de setentista, que el enfrentamiento de sectores de la juventud -en aquella época- con lo institucionalizado, no tuvo que ver con la edad, sino con la disputa por el poder. El problema no era que fuéramos jóvenes, al lado nuestro había dirigentes políticos y gremiales e intelectuales (Tosco, Jauretche, Arregui, Puiggrós, Bidegain, Amado Olmos, Oesterheld, el Negro Framini,... no me alcanzaría el post para mencionar a todos) que no lo eran y con los cuales se construyó la militancia cotidiana.

No creo que mistificando aquello que fueron los 60/70 lleguemos a algún lado. Por eso la importancia de los narradores y los supervivientes que aún podemos contarlo. Por eso la reivindicación de lo cotidiano, del mate, de las reuniones, de la militancia en la que no hay diferencias etarias que se conviertan en una suerte de meritocracia.
La discusión política, entonces, es otra cosa.







