Por su nombre la llamo la Contenedora / Escribe: Sol Prieto






Que dos mujeres se abracen y lloren no genera sorpresa. Es lo que se espera de ellas, la imagen posible que han modelado los estereotipos de género. Pero cuando esas mujeres son la Presidenta de la Nación y su ministra de Desarrollo Social, algo parece escaparse del guión.



En diciembre del 2007 y en diciembre del 2011, Alicia Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner se abrazaron y lloraron todo lo que las unía. En el 2007 lo hicieron porque son familia, porque militan juntas desde hace más de veinte años y porque estaban entrando al Estado a hacer lo que querían hacer con el Estado. Aquél era un llanto inaugural. En el 2011, en cambio, las lágrimas delataban la pérdida del marido para una, del hermano para la otra. Ellas, como miles de personas en la Argentina, habían perdido a su dirigente político. Y aunque sabían lo que tenían que hacer, encontrarse una frente a la otra con la tarea por delante era una dimensión del tamaño de su soledad. Pero aun así, llorando, estaban enteras. Estaban investidas del Estado.

El lunes pasado, cuatro días después de que la lluvia y el viento cayeran en la ciudad y la provincia de Buenos Aires, pero cayeran mucho más sobre las casas pobres, que son las que están más expuestas a las decisiones de la naturaleza, Alicia Kirchner, junto a otros dos ministros, salió a poner la cara en una conferencia de prensa. Ella estaba ahí mientras su par porteña, Carolina Stanley, coordinó las acciones de emergencia... desde Punta del Este. En la última gran situación de emergencia que vivió el país, la cara del Estado fue la cara de Alicia Kirchner. Al igual que después de la tragedia ferroviaria en Once, cuando salió a dar una conferencia de prensa junto al ministro de Salud y fue, durante varios días, la única cara del Gobierno ante la tragedia. Es su deber, es su tarea. Dar la cara por el Estado ante los que están peor es la función de los trabajadores sociales, por definición. Y la ministra de Desarrollo Social es, de profesión, trabajadora social.

Es la primera trabajadora social al frente de un ministerio en la historia del país y en eso hay algo de plebeyo: mientras el área de salud y el área de “bienestar social”, como se decía antes, estuvieron en la misma cartera, quienes encabezaron el ministerio fueron, en general, hombres, médicos de profesión. También pasaron un par de abogados y un contador. Todos, hasta el 2002, rigurosamente varones. Recién en el gobierno de Eduardo Duhalde, cuando los desocupados se volvieron “una cuestión” para el Estado a fuerza de piquetes, el área de bienestar social tuvo una cartera propia, encabezada por la psicóloga y mano derecha de Hilda “Chiche” Duhalde, Nélida Doga, quien se encargó de que los Planes Trabajar llegaran a las organizaciones sociales y a la Iglesia Católica.

Pero Alicia Kirchner trazó una relación distinta con las organizaciones sociales. Aunque los programas de emprendimientos y cooperativas siguieron teniendo
como principales destinatarios —y sostenes— a esas organizaciones, los planes vinculados a la alimentación, y la alimentación de los chicos, que es la más importante, serían controlados uno a uno por el Ministerio. La dinámica de sus “cuadros” también cambió, Kirchner gusta de rotar a sus “talentos” por distintas áreas, para que se fogueen y se preparen ética y políticamente para desafíos mayores. Como continuación de esos cambios que fueron institucionales pero también políticos, Alicia Kirchner sumó a su función de ministra una tarea puramente política: la construcción de la Corriente Nacional de Liberación, o “Kolina”, una estructura militante construida desde el propio ministerio, que pone la lealtad a la Presidenta como línea matriz de su programa. La derrota de Néstor Kirchner en las legislativas del 2009 en la provincia de Buenos Aires llevó al kirchnerismo a rever su estrategia en el conurbano y formar cuadros propios para no valerse del ex duhaldismo en las intendencias. En esa pelea, Alicia Kirchner jugó fuerte. Quienes vieron de cerca su participación en la última elección, aseguran que se tomó la pelea contra el duhaldismo residual y las viejas expresiones de poder en el conurbano “como un compromiso personal”, y que ella misma asistió a reuniones para pensar armados alternativos locales, y participó incluso de jornadas de formación “para promotores del cambio social”.



Alicia Kirchner es una señora con dos hijas, que hace poco tiempo perdió a su pareja, y que hace dos años perdió a su hermano. Usa polleras rectas y torerita, como las señoras, y usa lentes con mucho aumento, como las señoras, porque es una señora, pero es una señora que hace política como los hombres, o al menos como su hermano: desde el Estado, con plata, y disputando cabeza a cabeza con los enemigos en lo que ellos piensan que es su territorio. La muerte de Kirchner la convirtió en una pieza clave del armado oficialista, lo que la pone ante la menuda responsabilidad de darle continuidad a un espacio político que lleva casi diez años en el poder, y de hacerlo sin ceder ni claudicar. El paralelismo con Néstor Kirchner trasciende el mero parecido físico: Alicia Kirchner se parece a su hermano en la forma de pensar y hacer la política. Hay quienes dicen que en el 2015 podrá parecerse a su hermano, también, en el cargo. Pero eso es mucho aventurar en un camino que, aunque no empieza recién, todavía debe recorrer el tramo más largo: el de contener el desgaste de esos cuadros que ya no pueden llegar a los territorios de base con las manos llenas. Pero contener es tarea de una trabajadora social. Y a ese título, hasta ahora, ella no le ha corrido el cuerpo.

(Nota aparecida en el diario Página 12 y enviada por Gustavo Maure)

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