Cristina dignifica / Escribe: Matías Perdomo






Colorida, entusiasta, y efervescente como nunca se presentó el viernes que pasó la cancha de Vélez en ocasión del acto de apoyo al proyecto nacional, popular, democrático y soberano que lidera Cristina Fernández de Kirchner.
El noveno aniversario de la elección en la que Néstor lograra el segundo puesto que lo ungiera presidente tras la miserable renuncia de la rata, sirvió de marco para una convocatoria diversa y transversal, mucho más representativa del movimiento político construido alrededor de sus convicciones y medidas de gobierno.
Con poco PJ y menos CGT vestidos como tales y un abrumador porcentaje de jóvenes, fue notoria la emergencia de expresiones políticas muy propias de lo que se denomina kirchnerismo, sea al palo o no.


La espera se sobrelleva a puro canto y banderazo. Poco a poco la cancha se colma. El federalismo del encuentro es visible y seguramente todas las localidades del país están presentes en Liniers.
La cercanía del ferrocarril nos recuerda a los más provincianos que aún hay muchas cosas pendientes.
Un animador informa la inminente llegada de la líder de un proyecto que empezó con un porcentaje menor de votos que de pobres, allá por 2003. El helicóptero presidencial sobrevuela el estadio corroborando la cercanía. Es el mismo que ilustró para siempre el último paso del lacónico, torpe y cobarde radicalismo.
La locutora es esperada como una estrella más del show, es la presentadora oficial de los actos de Cristina. Se sabe los cantitos, tiene ascendencia sobre las orgas que resisten correr las banderas, nunca bajarlas, alardea. Es, sin dudas, una locutora militante y será defenestrada por el “periodismo independiente”. Evidentemente no le importa mucho. Como a tantos, cada vez más.
Es un lugar extraño y reivindicador este, un lugar donde se ovaciona especialmente (y muy por encima del resto del gabinete nacional) a Guillermo Moreno, en detrimento de la arenga cotidiana y sistemática de La Nación y/o Clarín, esbirros que aquí sólo encuentran utilidad para la rima de las canciones de la tribuna.
El Amalfitani está repleto, hay gente que no puede entrar. Por micrófono se anuncia que somos 100.000 adentro, pero que 50.000 compañeros se quedaron en las inmediaciones de la cancha. Seguramente se exagera un poco, pero está claro que el espacio quedó chico. Las voces del afuera se introducen igual y empujan una crispadora por emocionante interpretación del himno nacional.


CFK es la única oradora, tras la proyección de un video protagonizado por un recuento de las políticas instrumentadas en el período 2003-2012: desde el descuelgue del cuadro a la recuperación de YPF. Cuando se ve todo junto, se logra mayor conciencia aún de la importancia del proceso. El todo, en estas ocasiones, es mucho más que la suma de las partes.
El discurso de la presidenta refuerza lo hecho hasta aquí e insta a defenderlo, pero convoca a continuar sin mezquindades. La consigna “unidos y organizados” se reproduce varias veces en su alocución. De hecho, exhorta a la hinchada a corregir el remate de la prosa que entona “ohhh yo no soy gorila, soy soldado de Cristina” por “soy soldado de Argentina”. Con soberanía política, económica y energética medianamente consolidadas, parece ser el momento de que los argentinos corran todos el mismo camino, juntos y a la par.
Así lo propone la presidenta, aunque la respuesta se asoma con incertidumbre, más allá de suponer que con semejante porcentaje de jóvenes entusiasmados por el destino de su país cualquier resultante debiera ser positiva.
El fragmento de la reelegida presidenta referido a la finitud de la vida biológica de las personas retumba en las masas amuchadas en Vélez. El nunca menos es un legado sobre el que resta aceitar bastante quiénes lo conducen y cómo.
Probablemente nunca antes en su historia el templo de las conquistas futbolísticas de Carlos Bianchi haya sido invadido por una dosis de peronismo similar a esta. “La marcha” se escucha con mucho volumen, particularmente en una platea colmada habitualmente por porteños de clase media alta, intolerantes y xenófobos por naturaleza.
Valió la pena venir. Cristina tiene “ese qué se sho, viste”, su estela y estrella satisfacen cualquier esfuerzo. Es más, los dignifica.

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