No me refiero, a pesar del título, a la norma positiva sino a lo previo, a la intención que dio lugar a dicha norma: a la INTENCIÓN CONSTITUYENTE.
Estamos ya a casi 2 años –mayo está ahí nomás- de los festejos del Bicentenario y transitando los 200 años de la Patria. Llevamos en nuestras mochilas, política y socialmente hablando, las mismas pocas pero importantes y cada vez más consolidadas certezas y un sin número de incertidumbres, -como debe ser si es que estamos ‘honrando la vida’, como decía Eladia Blázquez, que esta combinación debería ser condición inherente de la existencia misma-
Interesa, entonces, en tanto las incertidumbres responden a lo contingente, poner el ojo en las certezas de que disponemos, a riesgo de pecar de reduccionismo.
Desde Carta Abierta se acuñó, en mayo de 2008, el término y concepto “Destituyente” que definía las intenciones e intereses, que aún hoy, se oponen al emergente político del 2003. Emergente que por su ideario, por su composición social, por sus protagonistas, no es otra cosa que la continuidad histórica de un pensamiento con eje en lo que llamamos cálculo social por oposición al cálculo económico (maximización del beneficio), que nos llega desde los primeros días como nación –y aún desde antes, ya que no es un invento de la política sino un hallazgo evolutivo de los hombres- y que acumulando luchas y reflexiones de nuestros más lúcidos pensadores, accedió por acá a un nombre propio: EL PENSAMIENTO NACIONAL
Esta conceptualización que hiciera Carta Abierta, conlleva lo que tal vez sea la más firme de nuestras certezas y a la que no se le ha dado relevancia: La condición CONSTITUYENTE del proceso histórico que nos toca vivir. Lo constituyente que existe a veces en trazo grueso, en intención, en manifestación de deseos, en potencia contenida, en revitalización de viejas memorias y otras muchas en realizaciones concretas. Conlleva la certeza de la existencia de aquello que nos anima: LA INTENCIÓN CONSTITUYENTE que se nutre en el Pensamiento Nacional.
Intención que tiene, por un lado, una historia que nos recuerda que contra la consigna de Progreso del liberalismo positivista de la generación del ’80, que estructuró el país del centenario, la Unión Cívica Radical levantó la de REPARACIÓN, incorporando la idea de derechos y participación ciudadana, que nos recuerda que el Peronismo, más tarde, institucionalizó la idea de REDISTRIBUCIÓN, sin la cual no se puede materializar ningún derecho; y por otro, su continuidad a modo de consolidación presente de esta línea, en la idea fuerza de nuestra actual Presidenta: la de INCLUSIÓN, que implica que Reparación y Redistribución deben alcanzar a todos, restituyendo el imperio de la igualdad de posibilidades para materializar los otros dos conceptos.
También tenemos la certeza de que cada vez que esta Intención Constituyente del Pensamiento Nacional avanzó en pos de un modelo social más justo y equitativo, sus protagonistas se convirtieron en el “hecho maldito”: Alem e Yrigoyen, los Forjistas, el peronismo, la CGT de los Argentinos, las generaciones 60/70, etc. Certeza que nos evita utilizar, para el mejor entendimiento de lo político, las categorías habituales (izquierda, derecha, centro, populismo, etc).
Así mismo, tenemos la certeza de que esta Intención Constituyente no puede ser observada en acto desde lo que no existe, desde los anhelos, desde el deber ser, puede, si, ser apreciada desde las reformas estructurales realizadas, que no son pocas.
En este sentido El Proyecto Nacional actual (entendiendo por tal una idea específica de Nación realizable) se inscribe y deriva conceptualmente de los contenidos y de la persistencia y revitalización del Pensamiento Nacional, lo que es evidente y constatable en el discurso y las conductas observables en sus representantes. Su existencia material histórica se manifiesta en la Intención Constituyente llevada a la práctica y corroborada en distintas épocas y se materializa hoy en las reformas positivas (leyes) ya efectuadas.
Su ocurrencia fáctica se comprueba por la existencia beligerante de su antítesis: la intención destituyente y la descalificación insidiosa y malintencionada para sus impulsores y protagonistas convertidos de este modo en “hecho maldito”. Su vivencia cotidiana se comprueba y legitima por la adhesión social y política.
Todo lo cual se constituye en una certeza más, la principal: No sólo existe un Proyecto Nacional y su implementación práctica, sino que se constata la existencia de una vívida utopía compartida que le da soporte y supervivencia y que nos nutre en el camino hacia mejores horizontes sociales. Certeza, ésta, que nos hace abrigar la esperanza de conseguir una nueva constitución social, política y económica en el marco del Pensamiento Nacional, en este caso, sí, convertida en norma positiva.