A pesar de la alta intensidad que tiene la preocupación por el medio ambiente en la agenda actual de Clarín y La Nación, durante años escribieron notas a favor de la industria minera. Mientras tanto, contaminan el agua con Papel Prensa, ocultan las denuncias de cáncer y malformaciones por glifosato y defienden el proyecto de uno de sus socios para apropiarse de un cauce de agua y destruir 130 kilómetros de bosques en Corrientes.
Los medios de comunicación no son la realidad. Ni la reflejan tal como es. Se sabe que cada enunciado, cada dato, cada imagen es seleccionada, recortada y enfocada por productores, periodistas, editores, diseñadores, fotógrafos, camarógrafos y, sobre todo, propietarios con los que esa cadena de producción humano-periodística comulga en líneas generales o, en el peor de los casos, se opone u obedece sin mayores miramientos. Entre esos extremos –sintonía ideológica, oposición o patronazgo inmoral– hay matices, tal vez los suficientes como para que la mayoría de los periodistas pueda elegir con quién, cómo y dónde trabajar. Las dificultades sobrevienen cuando los dueños de las corporaciones son capaces de cambiar su línea editorial, sin mayor aviso, y empiezan a denostar lo que antes defendían.
Tal vez la cobertura de la megaminería a cielo abierto hecha por Clarín y La Nación a lo largo de los últimos años sea un buen ejemplo porque allí no siempre se publicaron notas que la criticaban. Ni ocuparon, como ahora, un lugar privilegiado en su agenda (el diario de Héctor Magnetto publicó 30 notas en un mes y medio y el de Bartolomé Mitre, 25, en el mismo tiempo). De hecho, quien haya prestado atención a la cobertura que hacían en los últimos 16 años, podría pensar que Greenpeace acaba de comprar acciones suficientes como para reorientar la línea editorial, porque en Clarín y La Nación se consideró a la megaminería a cielo abierto como “una oportunidad”, “una enorme empresa”, “un cambio de oportunidad para invertir”, “la mayor promesa económica del momento”, “un nuevo rubro para lucirse”, que “le aportan muchas divisas”, “el motor de una mejor relación bilateral”, “el centro de atracción del mundo australiano”, que “puede modificar la vida del noroeste argentino”, ya que se trata “del mercado minero más inexplotado del mundo durante décadas de olvido por simples razones de legislación errónea”, “un proyecto de gran envergadura”, “un negocio que comienza a mover millones de dólares de inversión”, que “le va a cambiar la vida a los sanjuaninos”, “empleará a 4 mil personas”, “impulsa el desarrollo económico”, hay “un escenario promisorio”, “el impacto puede ser vital”, “puede significar la única posibilidad de contar con infraestructura básica –agua corriente y electricidad, por ejemplo y sobre todo, con fuentes de empleo y capacitación” (Clarín 27-02-02, 04-04-04, 11-04-05, 28-04-06, 06-03-08, 30-11-10, 25-02-11, La Nación 4-12-96, 7-10-97, 10-04-98, 26-04-00, 16-11-00, 15-09-01, 16-01-03, 09-03-05, 03-05-05).
En cuanto a cada yacimiento específico, en la nota de Clarín, titulada “Sector minero, ¿nuevo milagro argentino?”, del 27 de febrero de 2002, se menciona a “Bajo de La Lumbrera” (sic) como “una mina a cielo abierto que es la novena productora del planeta de cobre y oro (…) si la Argentina era hasta ahora famosa por su carne, está en condiciones de lucirse en nuevos rubros”, que “le aportan muchas más divisas”. Todo positivo.
Lo mismo ocurre con La Nación. El 4 de diciembre de 1996, bajo el título: “Minería, el motor de una mejor relación bilateral”, destacó una declaración de Peter Freund “el director australiano del gigantesco proyecto minero de Bajo de la Alumbrera” –nótese que dice gigantesco proyecto, no contaminante, polémico o capaz de generar una escalada–: “empezamos a producir oro y cobre (…) y calculamos una exportación anual de 800 millones de dólares anuales”, dijo Freund y, según el diario de Bartolomé Mitre, “captó mejor que nada la atención de un auditorio repleto de empresario del todo el mundo”. El mismo artículo relata que Bruce Vaughan, “presidente de la enorme empresa minera, propietaria de 50 % del proyecto de Bajo de La Alumbrera (…) reflejó a la perfección lo que significa el cambio de oportunidades para invertir que se produjo en la Argentina con la desregulación.”
“El boom minero del norte argentino es casi la mayor promesa económica del momento”, aseguraba La Nación. “Hay más proyecto mineros de gran envergadura (…) al norte de Anadalgalá”, allí “dormía el oro que ahora comienza a mover millones de dólares de inversión (… ), en esa suma de trabajos de exploración minera que pueden modificar la vida del noroeste argentino se concentra el interés (…) ven hoy en la Argentina como el mercado minero más inexplotado del mundo durante décadas de olvido por simples razones de legislación errónea”. En síntesis, el comentario entorno de la megaminería se refería al gran negocio multimillonario y punto.
Mientras tanto, el 11 de abril de 2005, Clarín llevó a página completa, en la apertura de la sección “Negocios & Mercados”, una nota titulada: “La minería busca mejorar su imagen con el turismo aventura”, se destaca la movida oficial de “incentivar el turismo geológico minero (sic)”, y agrega: “En San Juan, la mina de Veladero, explotada por la empresa canadiense Barrick, también se muestra predispuesta a que los lugareños o turistas suban a la mina para desempolvar sus dudas sobre la peligrosidad de la obra, además de tener una noción sobre la envergadura de la obra”. No hay certezas, apenas “versiones de algunas ONG, convencidas de que el cianuro utilizado en la explotación de yacimientos, contamina el ambiente”.
Cuando el diario La Nación publicó, el 26 de marzo de 2000, de qué se trataba Pascua-Lama aseguró que “promete convertirse en el segundo gran proyecto minero (…) sus cifras de inversión y producción podrían incluso superar las de la protagonista del sector, Bajo de La Alumbrera (…) el atractivo más grande del emprendimiento es su bajo costo de producción”. Sostenían que la Argentina es “uno de los países con mayor potencial minero del mundo”, y llegaban a frases elocuentes como esta: “los argentinos tradicionalmente se han enorgullecido de la belleza de sus mujeres, aunque tal vez pocas veces de sus minas de oro. En la década de los ’90, sin embargo, la explotación de yacimientos auríferos, que había permanecido históricamente rezagada, adquirió una semblanza distinta (…) puso en vigencia una de las legislaciones más apropiadas para las inversiones mineras de riesgo”.
El 3 de mayo de 2005, una nota del diario La Nación cuando se refiere a la “Minera Alumbrera Ltda.”, la describe como “un escenario promisorio para el sector. Y los números no lo desmiente”. Después de repasar los números de La Alumbrera, Veladero, Pascua-Lama y la Barrick Gold, asegura: “La minería empieza a dar que hablar y esta vez parece tratarse de buenas noticias.” De hecho, concluye que “lo hacen en zonas muy desfavorecidas, por lo que impactan fuertemente en su desarrollo (…) el impacto social de la minería puede ser vital para la historia de cientos de pueblos dispersos por el interior de las provincias productoras (…) puede significar la única posibilidad de contar con infraestructura básica –agua corriente y electricidad, por ejemplo– y sobre todo, con fuentes de empleo y capacitación.”
El año pasado, una nota del diario Clarín del 25 de febrero, al referirse a Peter Munck, lo describía como un hombre que “apostó a la filantropía”, que “pertenece a la elite empresaria global”, que su empresa, la Barrick Gold es “la mayor productora de oro del mundo”, que “desembarcó en la Argentina atraído por las extraordinarias ventajas de la ley minera”. De contaminación, nada. De saqueo, menos. Apenas con tibieza figura junto a la palabra mega minería “una actividad cuestionada”.
Y no es que no hubiera información. Una nota de tapa publicada por la revista Veintitrés, cuatro años antes, en 2007, liderada por el director de este diario, Roberto Caballero, y escrita por Gustavo Cirelli, subdirector de Tiempo, anunciaba: “Peter Munk, el dueño de nuestro oro”, y detallaba que la Barrick había sido denunciada en La Rioja y San Juan por estrago ambiental. “Los vínculos de Munk con el tráfico de armas y la CIA”, seguía el copete de tapa. Cómo había desembarcado en el país de la mano de Carlos Menem y “su amistad con genocidas, banqueros y políticos corruptos. Llevarse las riquezas a precio de ganga y, a cambio, envenenarnos el agua con cianuro”, completaba.
A esta altura, lo que llama la atención al repasar la cobertura sobre la megaminería a cielo abierto de Clarín y La Nación son las notas dispersas que reproducían las denuncias, escasas, si se tiene en cuenta el nivel de producción actual. En Clarín pudo leerse: “Denuncian que una mina perjudica el medio ambiente”, 07-12-98; “Grave denuncia sobre derrames en la mina de oro La Alumbrera”, 21-06-06, o “Catamarca: volcó un camión que transportaba líquido peligroso” 29-07-10. En La Nación: “Oro, cianuro y dólares, el cóctel de la controversia en San Juan”, 27-02-06; “Piden un control ambiental de la minería en Mendoza”, 07-06-07. Pero aún esas notas no impidieron las decenas y decenas de artículos positivos o poco inquisitivos sobre la industria.
Se trata, en definitiva, de algunos ejemplos que evidencian la doble moral de Clarín y La Nación. Pero no son los únicos, porque los socios en Papel Prensa –ahora con un súbito interés medioambiental– llegaron a ocultar denuncias graves sobre el impacto que produce el glifosato. Así lo hicieron con las miles de denuncias de hombres y mujeres que gritan que ellos mismos, sus hijos y sus vecinos padecen enfermedades como el cáncer y malformaciones congénitas como consecuencia del uso de agroquímicos que hacen los dueños de los campos. Es cierto, Monsanto y Nidera son auspiciantes habituales de sus diarios y de su megamuestra Expoagro. Pero, cómo ¿el interés por el daño que puede causar una industria es selectivo? ¿Sólo se expone mientras no afecte los negocios propios? ¿O cuando pueda perjudicar al que se considera “enemigo”?
Parece que sí porque La Nación mientras ocultó las denuncias, advirtió el 25 de abril de 2009 la “preocupación en el agro por la posibilidad de que se prohíba o suspenda el uso del glifosato, uno de los pilares sobre los que se apoya la producción nacional”, algo que “traería consecuencias muy graves”. Incluso, las denuncias “no tienen sustento”, determinaron. Vale recordar que el último informe de la Defensoría del Pueblo de la Nación vinculó los agroquímicos de manera directa con la discapacidad: “Resulta apremiante pedir a las autoridades públicas nacionales y provinciales la toma de medidas de resguardo y cautelares, para evitar la discapacidad producida por el uso de agrotóxicos.”
En la lista de cambios repentinos y olvidos impiadosos de Clarín y La Nación, hay que agregar también el ocultamiento de la amenaza del proyecto conocido como la “represa Ayuí Grande”, del accionista controlante de Clarín José Antonio Aranda, para apropiarse de un curso de agua y destruir 130 kilómetros de bosques en galería. El diario de Bartolomé Mitre primero criticó ese proyecto –el 30 de junio de 2005 en un editorial titulado “Las venas de nuestro planeta”–, pero media década después, cuando la alianza con Clarín era el mejor escudo contra el gobierno nacional, el 19 de agosto de 2010, no sólo lo defendió, sino que transformó el intento judicial por impedirlo en “un nuevo capítulo de la ofensiva de la Casa Rosada contra la prensa”.
“La preservación del patrimonio natural se asegura con participación ciudadana y la explotación con controles estrictos”, explica el editorial de La Nación del 31 de enero pasado, titulado “Conflicto ambiental en Famatina”. “El verdadero progreso, en un mundo de escasez, debe ser armónico con el entorno”, agrega.
Participación ciudadana, controles estrictos y armonía con el entorno no es lo que piden para sí mismo en la fabricación de Papel Prensa. A la contaminación del río San Pedro se suma la de Alberti, también en la provincia de Buenos Aires. Allí funciona “María Dolores” el establecimiento industrial, que los provee de madera. No tienen estudio ni declaración de impacto ambiental como exige la Ley Provincial 11.723. El organismo de control local ordenó que suspendan la actividad, pero la empresa desoyó esa orden porque, argumentaron que ellos existen desde antes que la ley. En el medio del predio hay una laguna de 100 hectáreas y la denuncia judicial señala que está absolutamente contaminada, sobre todo con arsénico. El denunciante, Fernando Cabaleiro, terminó investigado por la empresa, es decir por Clarín y La Nación.
La megaminería a cielo abierto merece ser desterrada para algunos especialistas, modificada y controlada en extremo para otros o simplemente dejada como está. No se trata aquí de defender ni una ni otra postura. Basta con decir que la contaminación está prohibida, que la sustentabilidad es la única alternativa, que el saqueo debió morir con la colonia y que el futuro no se puede hipotecar como si fuera un cartón pintado del Monopoly.
Se trata de que tengamos en cuenta, siempre, incluso en este tema, que el posicionamiento de una corporación mediática no es ingenuo y que puede ser tan perverso como para pintar de verde lo negro, dar vuelta la pancarta, tapar el símbolo pesos y agregar una gota de agua que rece: “Salvemos el planeta.” Mientras siembran la suficiente confusión como para llenar la cuenta bancaria que tienen en el extranjero con los millones acumulados que les puede dejar, incluso, un negocio tan contaminante como el que critican.
(Tiempo Argentino, 19 de febrero de 2012)