Hace algunos años, en un exclusivo almuerzo con Mirtha Legrand, el vicepresidente Julio Cobos expresó: “Todos queremos gobiernos populares, aquellos que distribuyen la riqueza sustentable, que se van generando y retroalimentando. No, gobiernos populistas que dan lo que no tienen”. Se trata de una de las escasas definiciones de tono ideológico del vicepresidente, ya que generalmente -en sus reiteradas apariciones mediáticas- aborda temas coyunturales o de tipo conductual. Y en ella, ha vuelto a traer al ruedo el complejo tema del “populismo”.
Con el título de “Populismo: materia pendiente”, publiqué hace tiempo un artículo (Los Andes, 9 de octubre de 2005), en el que reflexionaba acerca de la paradoja de que lo que apreciamos en otros como “popular” terminamos descalificándolo entre nosotros como “populista”.
En realidad -sostiene la socióloga Susana Velleggia- desde el punto de vista del análisis político se usa el concepto de “populismo” como “una suerte de cajón de sastre de las ciencias sociales, en el cual se arrojan todos los procesos sociohistóricos no susceptibles de ser clasificados conforme el imaginario teórico e ideológico eurocéntrico”.
Visto desde el Sur, sin embargo, el concepto adquiere otra dimensión. Dice el historiador y teólogo uruguayo Alberto Methol Ferré: “En los años ’30, vino la crisis de los centros capitalistas metropolitanos y la emergencia, entre nosotros, del nacional populismo, que muchos han convertido en una mala palabra y que es la mejor palabra que inventó la política de América Latina. Lo más original, lo más hondo, lo más popular y lo más nacional de América Latina”.
En la misma sintonía, para Torcuato Di Tella, “es bastante claro que el populismo es el único vehículo disponible para quienes se interesen en la reforma o en la revolución en América Latina”. Por lo cual, se explica que hasta Natalio Botana, un politólogo no precisamente “populista”, en un artículo publicado en La Nación, abogue por "echar luz sobre las raíces de este fenómeno persistente: hay, en efecto, populismo porque la gente quiere que haya populismo”.
Nidia Carrizo de Muñoz, profesora asociada de Historia de las Instituciones Argentinas de la Facultad de Derecho (UNCuyo) y estudiosa del tema, concluye así uno de sus trabajos: “Liderazgo, pragmatismo, fuertes alianzas sectoriales, mantenimiento del apoyo social, son los rasgos que han dado su impronta a los populismos latinoamericanos, un fenómeno de características históricas tan profundas y particulares que es inevitable tenerlo en cuenta en el presente y quizá también para el futuro”.
“En definitiva -concluye Velleggia-. la cuestión central que plantean los populismos latinoamericanos es la búsqueda de respuestas apropiadas, desde las prácticas políticas del Estado y del pueblo, a la diferencia histórica, que es multidimensional y no solo económica y política. La voluntad de adoptar vías autónomas de desarrollo, que preside a todos estos movimientos, no puede ser admitida por las naciones que se consideran a sí mismas el paradigma universal de la democracia y meta única de la evolución histórica”.
¿Cómo se explica, entonces, que el “populismo” sea tan denostado aun entre nosotros? Porque, si ver el mundo con ojos ajenos ya es una alienación grave, verse a sí mismos con ojos ajenos resulta ser la peor de las alienaciones.
Una explicación plausible, porque ha sido estudiada con seriedad, es la teoría del “opresor introyectado”, elaborada por el pedagogo brasileño Paulo Freire.
Freire afirma que los oprimidos tienen introyectadas las sombras del opresor. Es decir, son seres duales que sienten mejor que nadie los efectos de la opresión y, al mismo tiempo, están habitados por el opresor. Por eso, su Pedagogía del Oprimido interroga sobre nuestras prácticas sociales. Esto es así porque Freire sospecha que, en un primer momento, tendemos a ser opresores o sub opresores, en lugar de buscar la liberación. ¿Por qué procedemos de ese modo? ¿Acaso somos malos por naturaleza? La respuesta es claramente no. Nuestras representaciones suelen equiparar humanidad a propietario, hombre a poseedor. Y, por lo tanto, caer en la figura del sub opresor es algo sencillo.
Así, describe específicamente, el drama del intelectual: “Generalmente, pensar sobre Brasil era pensar sobre el Brasil desde un punto de vista no brasileño. Se juzga el desarrollo cultural brasileño según criterios y perspectivas en las cuales el país es necesariamente un elemento extranjero. Es evidente que era este un modo de pensar fundamentalmente alienado. De ahí la imposibilidad de un compromiso. El intelectual sufría nostalgias, vivía una realidad imaginaria que él no podía transformar, poniendo límites a su propio mundo, enojado contra él. Sufría porque el Brasil no era idéntico a aquel mundo imaginario en el cual vivía. Sufría porque el Brasil no era Europa o Estados Unidos. Vivía proyectando la visión europea sobre el Brasil, país atrasado. Negaba al Brasil y buscaba refugio y seguridad en la erudición sin el Brasil verdadero, y cuanto más quería ser un hombre de cultura menos quería ser brasileño”.
En la Argentina, fue Arturo Jauretche quien denunció que “la incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido sistemáticamente cultivada en nuestro país” y para definirla, recurrió al vocablo “cipayo”. Según la Real Academia, “cipayo” refiere a “Soldado indio de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña. Despectivo. Secuaz a sueldo (Secuaz: Que sigue el partido, doctrina u opinión de otro, en este caso a sueldo).
En América Latina, la connotación peyorativa de la palabra “cipayo”, al parecer, se comenzó a usar en Cuba y Puerto Rico, cuando aún eran colonias españolas. Se empleaba para designar al criollo que se alistaba en el ejército colonial y, en general, al nativo que prestaba servicios al gobierno español. De modo que “cipayo” es vocablo muy vinculado históricamente con el colonialismo y el imperialismo.
Y ya que hemos mencionado a Jauretche... Decía Don Arturo que su obra más conspicua, “Manuel de Zonceras Argentinas”, es precisamente eso, un manual, no un catálogo. Por lo cual, incluso sugirió a sus editores que al final del libro dejaran unas hojas en blanco, para que cualquier lector incluyera las “Zonceras” que su experiencia y conocimientos le inspiraran.
Con el permiso de Don Arturo, vamos a añadir una “Zoncera” más a la lista: “Todos queremos gobiernos populares, aquellos que distribuyen la riqueza sustentable, que se van generando y retroalimentando. No, gobiernos populistas que dan lo que no tienen”.