El asesino y la muerte. Por: Virtudes Della Santa

Militantes de DDHH



El 8 de noviembre se murió Massera, el dueño de la muerte en ese lugar siniestro que fue la ESMA, por donde pasaron más de 5 mil compañeros que fueron torturados, vejados, muchos de los cuales fueron asesinados y su destino aún no se conoce, por lo que continúan desaparecidos, dando lugar a aquella figura que nos hizo conocidos en el mundo, como Maradona y el dulce de leche, con perdón de Maradona y el dulce de leche, con el nombre de “la muerte argentina”, “la desaparición forzada”, y que nuestras Madres, que nacieron denunciando la existencia de los campos de concentración y de los detenidos-desaparecidos, marcaron a fuego en nuestro ADN.
Se murió en una muerte blanda, oliendo a remedios y suero, con gente que lo quería a su alrededor, pese a lo que era y lo que representaba, a sus ínfulas de estadista y su deleznable condición de genocida, apropiador de pibes. Y no es que se murió impune como dice la Donda, es que se murió y uno hubiera querido, no que pasara por las mazmorras que ellos construyeron en la Escuela de Mecánica, o esos depósitos de carne destinada a la pudrición que son los penales como Olmos, pero que le hubiera tocado una temporadita en Marcos Paz, junto a los presos que defiende Cecilia Pando y los abogados amigos de Bergoglio, como Alberto Solanet no hubiera estado nada mal.
Eso hubiera sido una gran victoria para la democracia.
Hubiera sido poner las cosas en el lugar que corresponde: que el tipo que quiso fundar un partido político, una copia bastarda del peronismo, sobre la sangre, el dolor y los bienes de nuestros compañeros detenidos desaparecidos, terminara sus días no en un hospital en coma, sino detrás de los barrotes y con horario preestablecido para ver el cielo.
Sin embargo, su nombre se asociará irremediablemente al horror, no habrá piedra sobre la que se edifique una palabra que no recuerde que comandaba una patota de asesinos que integraban entre otros Acosta, Febrés o Astiz, él que soñó para sí mismo el bronce, estará condenado para siempre a la sombra. Aunque uno siente que no es suficiente.
Por eso siempre ejercemos la memoria.
Entre el 10 y el 14 de enero de 1977 fueron secuestrados en Capital Federal, Mendoza y Hurlingham los propietarios de la empresa Cerro Largo, Omar Raúl Masera Pincolini, Victorio Cerutti Necchi y Horacio Palma junto con su abogado Conrado Gómez y los obligaron a vender sus bienes, utilizando toda la maquinaria y la mano de obra esclava de la ESMA, fueron traspasados a la firma Wil - Ri, que después la traspasó a Misa Chico, sociedad conformada por Eduardo Enrique Massera y Carlos Alberto Massera, hijo y hermano del ex almirante, respectivamente. Aún hoy se erige en Chacras de Coria, como una afrenta a las instituciones democráticas el Barrio Privado que lleva el nombre de la sociedad que sirvió de puente para blanquear el despojo de la patota masserista, y sus calles evocan palabras marciales que no dejan más que un gusto amargo al pronunciarlas como Honor, Dignidad o Caridad.




Y aún hoy, la casa de Victorio Cerutti no ha sido expropiada para poder transformarla en un centro cultural y de la memoria como se viene reclamando hace mucho tiempo y el proyecto todavía duerme en el Congreso, sujeto a los avatares de una oposición que sostiene que la libertad de prensa es que Papel Prensa siga en manos de sus apropiadores.



Me acuerdo, como se nos partió el corazón en la plaza, en cada plaza del país en que nos habíamos convocado a manifestar nuestro repudio ese 29 de diciembre cuando el turco innombrable nos escupió el indulto de este asesino en la cara. Me acuerdo la desesperación que nos corrió por el cuerpo, esa impotencia, cuando nos abrazamos a llorar la impunidad con que nos castigaba el alumno prodigio del neoliberalismo.
Nosotros que tenemos cicatrices de tantas ausencias, vamos a dar testimonio de vida, de militancia, de compromiso. Por eso la ESMA no es un museo, es un lugar recuperado por la vida, sanado por el arte, exorcizado de la crueldad por el amor.
No sé que dirá La-nata ahora, que se murió un débil, capaz. Nosotros no tocamos bocina.

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