Periodista, Dirigente Justicialista
“Pachakuti” podría definirse como una de las categorías de interpretación histórica centrales en las culturas andinas. Ese término quechua sugiere una transformación o re-vuelco de largo alcance tanto espacial como temporal. “Pacha” significa tanto espacio como tiempo, dimensión, totalidad y “kuti” es turno, inversión. Pachakuti, entonces, remite a la idea del advenimiento, la oportunidad de un re-nacimiento, nuevo país, renacer de las cenizas... Pachakuti es un acontecimiento trascendental, que cambia la polaridad del mundo.
Traigo a colación este concepto central como un aporte, y un intento, para interpretar los impactantes sucesos que han convulsionado a Bolivia en las últimas tres semanas. Interpretarlos, no desde la perspectiva político-mediática convencional, sino desde la conciencia de los miles de manifestantes movilizados en los centros neurálgicos del país.
Hay un dato concreto: en el censo de 2001, el 62% de los bolivianos se declararon como pertenecientes a alguna de las etnias originarias del país. La inmensa mayoría de quienes invadieron las calles de La Paz, El Alto y otras ciudades, cortaron rutas y e hicieron sentir su voz, eran esos originarios. Reviviendo aquella célebre descripción de Scalabrini Ortiz, fue “el subsuelo de la Patria sublevado”. O, remitiéndonos a la laureada película del realizador boliviano Jorge Sanjinés, fue “la Nación clandestina” que emergió de su ostracismo de siglos.
Esa memoria colectiva secular registra diversos “pachakuti”. Desde el primer evento, mitogénico e iniciador de la expansión aymara en el Altiplano, allá por el siglo VIII de nuestra era, se consolida el liderazgo socio-político-económico de esa etnia. Unos cinco siglos después, ocurrirá “el segundo pachakuti”: vendrán los incas a complicar el ordenamiento establecido. Y luego el “tercer pachakuti”, cuando aparecen los conquistadores españoles. El cuarto será la independencia y el establecimiento de la modernidad. Este último ha sido definido por el sociólogo Juan van Kessel, autoridad mundial en el tema aymara, como “el impacto más destructivo a su cosmovisión y a su identidad cultural”.
Hoy -proclama en su página web el grupo político-académico “Eje Pachakuti”-, “somos un Estado multinacional y pluricultural. Esta es una verdad que no debe servir solamente para que los antropólogos nos estudien y publiquen tesis asombrosas. Tenemos que asumirnos como sustancia diversa y articulada, totalizadora. Tenemos que organizarnos y vivir de esa manera
“Aymaras, Quechuas. Guaraníes y todos los pueblos que hasta ahora estuvimos como borrados por un Estado sin Nación, que nunca pudo lograr su identidad, porque siempre buscó la homogeneidad cultural sobre patrones coloniales. Pero también es necesaria la identidad social: somos los productores explotados y oprimidos por las clases de coloniantes que se hicieron dueñas del Estado.
“Alguien dijo que el pueblo despierta cada cien años. Hoy han despertado las naciones de nuestro territorio, para no volver a dormir jamás. Han despertado en sus dimensiones multifacéticas y nadie irá a detenerlos en sus victoriosas marchas. Ese es el significado del Pachakuti.”
Es el eco creciente de palabras proféticas que se remontan a 1781. El 14 de noviembre de ese año, derrotado por los españoles tras haber sitiado La Paz durante ocho meses, el líder aymara Tupaj Katari, antes de que se le arrancara la lengua y fuera descuartizado por cuatro caballos, había alcanzado a gritar: “Solamente a mí me matan. Volveré y seré millones...”.
La última de las recurrentes crisis bolivianas, que remató en la asunción del titular de la Corte Suprema, Eduardo Rodríguez, como Presidente de la República, con el mandato expreso de adelantar las elecciones, tiene como centro dos demandas cruciales del “subsuelo sublevado”: la sanción de una nueva Constitución Nacional y la nacionalización de los hidrocarburos.
“Para nosotros -dice el dirigente campesino quechua Alejo Veliz- la Asamblea Constituyente significa el Pachakuti, la vuelta de los buenos tiempos. Significa el levantamiento de los pueblos originarios. Entendemos a la Asamblea Constituyente como los cambios profundos en lo económico, político, social y educativo. Creemos que es momento de cambio, porque se ha trabajado durante muchos años”.
Y el reclamo de nacionalización de los hidrocarburos apunta a terminar con esa paradoja, simbólica y cruel, de que pese a vivir sobre un mar de 52 billones de metros cúbicos de gas, apenas el 0.9% de los bolivianos cuente con gas natural en sus casas. Que no se repita ese otro símbolo de la expoliación, indeleble en la memoria colectiva, que es el Cerro Rico de Potosí. Ese emporio de la plata, que durante dos siglos fue vaciado de su riqueza que los galeones transportaron orgullosos a las arcas españolas -dice en uno de sus libros la historiadora Teresa Gisbert, madre del renunciante presidente Carlos Mesa- se llenó con los huesos de por lo menos un millón de indígenas.
Pero que no cunda el pánico. La revancha de “la Nación clandestina” no será el apocalipsis. En el corazón de la cosmovisión andina, en su mismo lenguaje o forma de expresarse, todo es relativo. Lo absoluto es el equilibrio, que depende de la interacción de los opuestos complementarios, el cual persiste aun cuando se inviertan los polos del mundo. “No hay más realidad que el producto de la complementación de los opuestos. No existiría una dimensión capaz de sustentar la vida si uno neutralizara al otro”, reza la página del “Eje Pachakuti”.
Los opuestos pueden ser complementarios "por las buenas", como una pierna con la otra, o ser absolutamente irreconciliables como el día y la noche. Los últimos “se complementan turnándose” (kuti) para evitar el enfrentamiento y mantener la armonía. A diferencia del paradigma occidental, para ellos lo fasto no destruye necesariamente lo nefasto.