ARGENTINA / "Con el peronismo subió el consumo y el vino no alcanzaba" (primera parte) / Escribe: Florencia Halfon Laksman






Felipe Pigna lo deja bien claro: "No me interesa hacer un libro sobre los grandes bodegueros." Así empieza a explicar los objetivos de su flamante publicación, "Al gran pueblo argentino salud. Una historia del vino, bebida nacional", y dice que la idea del libro, el vigésimo de su autoría, es "hacer visibles a los invisibles, a los que hicieron el trabajo".

En línea con su estilo, el historiador repasa 450 años de vida de esta bebida a través de anécdotas y descripciones que contribuyen a que esos siglos no resulten tan lejanos y que los detalles sirvan para contextualizar la actualidad de una industria que, en la Argentina, supo tener su auge a finales de los años '60, y que ahora pelea por no amesetarse.


Por qué se derramaron –así, tal cual– toneladas de vino en los años 30; cómo surgió la Fiesta de la Vendimia; y qué broma les hizo el General San Martín a sus oficiales para hablarles de la industria local, son algunas de las historias que se resumen a lo largo de las más de 300 páginas de su nueva creación.

"En el transcurso de medio siglo antes de la Conquista, en América el vino había pasado de ser un lujo inalcanzable a un producto de consumo habitual, uno de los rubros que no podía faltar en las pulperías como lugar de expendio de los 'abastos' cotidianos de los más variados sectores sociales", se lee debajo de uno de los primeros subtítulos a los que invita Pigna.

En Argentina hay 230 mil hectáreas plantadas de vino y 30 mil productores. La tierra está muy fraccionada. Y hay fenómenos interesantes, como el de Ecovita, una de las cooperativas vitivinícolas más grandes del mundo.

En diálogo con Tiempo Argentino, tras prestarse a abrir un vino para fotografiarse junto a una copa llena, el autor recuerda que, en épocas de peronismo, el consumo se expandió a tal punto que las producciones no daban abasto: "Ocurrió en todos los rubros. Después de 1943 se pasó de un país formateado para que sólo consumiera la mitad de la población a uno que sumó cerca de dos millones de personas al consumo. Antes eran pobres de toda pobreza. Entonces se produjo un problema: el vino no alcanzaba. A partir de ahí, hubo cuestiones legales que autorizaron el estiramiento, aguarlo, para que pudiera alcanzar y, de paso, bajaban la graduación alcohólica, que también era una preocupación."


–¿Por qué el norte, y no cuyo, fue el primer territorio argentino que probó el vino?
–Fue una circunstancia azarosa. Santiago del Estero, hasta 1563, dependía de Chile. Cuando creció un poquito, se dieron cuenta de que no tenían sacerdote, entonces mandaron a buscar a Chile al sacerdote Juan Cedrón, que llegó con todas sus cuestiones sacerdotales, pero también con un sarmiento para plantar la vid. Ese es el primer documento que tenemos de plantación de vid en el actual territorio argentino. Recién para 1570 u ochenta, ya tenemos la uva instalada en Mendoza.

–¿Se llevó alguna sorpresa descubriendo la historia de esta bebida?
–Muchas. Fueron tres años de trabajo. Yo no sabía prácticamente nada de la historia del vino. Me llamó la atención todo el entramado que hay detrás. El aparato social, el trabajo, la paciencia que hay que tener. Es una industria de largo plazo, no para hacerse rico en poco tiempo. Me refiero a la gente que la comenzó con esto. Los que la compraron ya armada, quizás sí. Hay mucha épica también en eso. En Argentina hay 230 mil hectáreas plantadas de vino y 30 mil productores. La tierra está muy fraccionada. Y hay fenómenos interesantes, como el de Ecovita, una de las cooperativas vitivinícolas más grandes del mundo, que produce el Vino Toro, uno de los más populares de la Argentina. Es el vino más barato y popular producido por una cooperativa. Eso generalmente está ausente en las historias del vino porque se supone que debe ser de jerarquía, alta gama. Cuando le di el libro a Miguel Brascó, a quien quiero mucho y este jueves va a hacer la presentación del libro, me dijo que hay muchos vinos caros que son malos y muchos relativamente baratos que son buenos. Es interesante no ser clasista, incluso a la hora de hablar de vinos.


–Los mayores consumidores y productores de vino siguen siendo europeos. Sin embargo, el libro lo plantea como un producto autóctono. ¿Argentina lo adoptó?
–Lo importante de la Argentina son dos cosas: haber adaptado las cepas de una manera superadora; y tener una cepa criolla tan interesante como el torrontés, que es realmente nuestra y tiene una calidad extraordinaria. El malbec argentino ha superado en algunos concursos al francés. Me contaba José Zuccardi que hace poco estuvo en una presentación y concurso de vinos en Burdeos y en el lugar de origen del malbec habían puesto un cartel que decía "el malbec es francés". Ante tanta avalancha de calidad y cantidad de malbec argentino, los franceses se vieron en la obligación de recordarle eso al mundo. Es autóctono en ese sentido: si bien adopta varietales europeos, se adapta a un tipo de suelo completamente diferente y le da otro gusto, otros componentes. Hay productos de gran altura, bodegas que están a casi 4000 metros, con un componente alcohólico más elevado.

–¿El comienzo de la industria del vino fue una expresión más del sometimiento a los pueblos originarios y africanos?
–Fue clásica en su forma de explotación como la hacían los españoles: con mano de obra indígena o africana. En Mendoza, casi el 40% eran esclavos traídos de África. Eran vendidos y llevaban con ellos el knowhow. Inclusive se habla de que algunas innovaciones en la forma de hacer el vino, de pisarlo, de mejorar los instrumentos, tuvieron que ver con iniciativas de esclavos, que iban pasando de plantación a plantación.

(sigue en la edición de mañana)

Image Hosted by ImageShack.us