HISTORIA / Entrevista a José Antonio Allende acerca de Arturo Illia (primera parte) / Escribe: Celso Rodríguez






“La Argentina tiene una gran despreocupación por la defensa de la democracia”

Arturo Umberto Illia, presidente de los argentinos entre 1963 y 1966, ha sido más reconocido por la historia que por sus contemporáneos. Éstos lo han caracterizado como una tortuga, le han achacado aceptar la proscripción del peronismo y le han criticado cierta tozudez política que lo aisló en los momentos más duros. Aquella, en cambio, lo recuerda hoy por medidas audaces, como la anulación de los contratos petroleros de Frondizi, y por haber construido una isla democrática en un océano de golpes y dictaduras.

Nacido el 4 de agosto de 1900, en el pueblo bonaerense de Pergamino, hijo de migrantes lombardos, llegó a Buenos Aires con una docena de años, como pupilo del Colegio Pío IX. Años más tarde, comenzó sus estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires y luego realizó sus prácticas en un hospital de La Plata, hasta su graduación. Cuando quiso dar inicio a su profesión, el gobierno radical de Yrigoyen le ofreció ejercer como médico ferroviario. Illia decidió entonces radicarse en el pequeño pueblito cordobés de Cruz del Eje.


Despedido tras el golpe militar de 1930, comenzó una intensa pero sobria actividad política desde el mismo lugar. En 1931 fue electo presidente del comité departamental. A partir de entonces, se convirtió en el principal vocero de la corriente sabattinista en todo el noroeste cordobés. Cinco años más tarde, cuando Amadeo Sabattini asumió la gobernación, fue elegido senador provincial y pocos años más tarde, en 1940, vicegobernador, secundando a Santiago del Castillo. Por entonces ya se había casado con Silvia Martorell, con quien tendría tres hijos.

Diputado nacional durante el gobierno peronista, Illia se convirtió rápidamente en un franco opositor y líder del radicalismo cordobés, aunque rechazó oportunamente a la Unión Democrática. Cuando fue derrocado Perón, en 1955, tenía 55 años y ya había transitado casi todos los principales cargos partidarios, ejecutivos y legislativos. Y cuando un sector del radicalismo optó por acercarse al peronismo, se opuso férreamente. Así, pronto formó parte del sector que formó la Unión Cívica Radical del Pueblo, contraria a los radicales intransigentes, encabezados por Arturo Frondizi.

Antes de ser consagrado candidato presidencial por la Unión Cívica Radical del Pueblo para las elecciones de julio de 1963, Illia había sufrido también duras derrotas electorales. Pero en la elección decisiva logró ser electo como gobernador cordobés y, aunque las Fuerzas Armadas derrocaron a Frondizi y anularon las elecciones, se perfiló como el candidato radical del pueblo.

En julio de 1963, con el peronismo proscripto, triunfó con apenas un 25% del electorado, y se convirtió en presidente de la República. Destacado por un escrupuloso respeto a las libertades públicas, cierto reformismo social y una vocación económica nacionalista, enfrentó numerosos problemas a poco de asumir: crisis económicas, plan de luchas sindicales, conspiraciones del establishment y amenazas militares. Pero antes de cumplir los tres años de gobierno, contaba con escaso apoyo popular y político y sería derrocado.


Retirado de la vida política, luego reconocido por su honestidad y carácter incorruptible, Illia fallecería el 18 de enero de 1983, poco antes de que su histórico partido encabezara la recuperación de la vida democrática en el país. Lo recordamos con una entrevista realizada al cordobés José Antonio Allende, uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano, quien destaca en esta nota las características de la personalidad de Illia, su bonhomía, su tozudez, su honestidad y su prestigio, especialmente tras su derrocamiento.

José Antonio Allende se refiere también al papel que jugó la oposición en aquel momento, y que lamentablemente parece ser una característica de la oposición en este país a lo largo de la historia. En este sentido, Allende señala: “Creo que las fuerzas políticas no jugaron con suficiencia la defensa de la Constitución. La oposición se ha dejado dominar mucho por el deseo ferviente del fracaso del gobierno. (…) La Argentina tiene una gran despreocupación por la defensa de la democracia. Porque esas críticas despiadadas no presentan alternativas concretas. Es decir, se critica esto porque es malo, pero no se dice por aquí hay que caminar. Entonces son críticas sin salida. No tienen la contrapartida de una esperanza posible. La frivolidad con que la gente responsable ha tomado en este país, desde la década del 30 para adelante, las peripecias de un golpe de Estado es una cosa increíble.”

Efectivamente, el 28 de julio de 1966, un nuevo golpe de Estado, esta vez encabezado por Juan Carlos Onganía, puso fin al gobierno de Illia.

Fuente: Entrevista a José Antonio Allende, por Celso Rodríguez; en César Tchach y Celso Rodríguez, Arturo Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados Unidos en el golpe militar de 1966, Buenos Aires, Editorial Edhasa, págs. 283-289.

¿Qué recuerdos tiene del Dr. Illia?

Illia, a quien he tratado, era un típico médico de campaña. Ejercía la medicina con esa sabiduría intuitiva del médico de campaña, con esa pluralidad de quehaceres médicos, propios del hombre que tiene que atender cualquier cosa, con una bonhomía y un cierto paternalismo de carácter, que se hacía querer mucho por la gente, no porque sí. Hay tantos médicos en la política, particularmente en el interior, cierto desprendimiento y honestidad acrisolada, que es un rasgo en la personalidad de él, que caracteriza, yo diría todo un tiempo histórico del radicalismo. El Dr. Illia, que se negaba rotundamente a aceptar la jubilación que le correspondía como ex presidente de la República, y realmente me consta que no disponía de medios.

Además, era un individuo que no tenía jactancia externa de ningún tipo, y sumamente accesible. No carecía de imagen de autoridad y no carecía de carácter, que esto, me parece, son dos cosas importantes. A veces (...) era muy terco en sus opiniones. Era profundamente radical. Él hacía las cosas del radicalismo, del respeto por la ley, del respeto por la Constitución, de la pulcritud en el manejo de la cosa pública, del respeto por la gente, de la preocupación por la honestidad en el manejo, un principio fundamental.


Él perteneció, dentro del radicalismo, a la línea de Sabattini, dentro de lo que era el caudillismo de Sabattini. Era un hombre bastante independiente, y respetado por el propio Sabattini. Sabattini fue un caudillo, yo creo que el último caudillo yrigoyenista que tuvo el radicalismo. (…)

¿Cómo fue lanzada la candidatura de Illia?

Fue lanzada sorpresivamente. En una cena que se hizo, me parece que en Cruz del Eje por los amigos de él, y que un dirigente radical de Alta Gracia, que era muy adicto a Illia postuló ahí la candidatura presidencial de Illia, y él se sorprendió, se sorprendió y yo diría que fue un golpe de habilidad política de quienes eran los seguidores de Illia, porque se encontró la conducción nacional del radicalismo con un hecho que no le era fácil modificarlo. Illia llegó a la presidencia con una votación menor, porque había proscripciones. Él se propuso como presidente de un gran respeto por todo, sufrió durante la presidencia, como usted conoce, los planes de lucha de la CGT que tenía en sí una motivación socio-económica y una gran parte de una motivación política.

(sigue en la edición de mañana)

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