Al mismo tiempo que algunos celebraban los ocho años del histórico encuentro en Mar del Plata en el que las naciones latinoamericanas, y en presencia de George Bush, le dijeron “No al ALCA”, aquí mismo emergía en estos días un tenso debate sobre lo que los economistas califican como “la restricción externa”. En términos políticos, los obstáculos que enfrenta el Gobierno para sostener su programa con este modelo económico frente a la sangría de dólares de las reservas del Banco Central, la caída persistente en el superávit comercial (exportaciones contra importaciones) y la fuga de divisas. Dicho en términos más al gusto de referentes del neoliberalismo: el interrogante sería “si esto aguanta” sin una brutal devaluación y un ajuste recesivo. Ese sí sería el “fin de ciclo” ansiado por estos sectores.
De la mano de estos planteos e intrigas surge un velado cuestionamiento a las políticas de integración regional que fueron desarrollándose activamente en estos diez años. Quienes las impulsan han logrado un primer éxito relativo: poner en debate algunos instrumentos que, en forma solapada, ponen palos en la rueda en el camino de la integración. Tal es el caso de las devaluaciones competitivas o “guerra de monedas” entre países socios, o la vuelta a las disputas comerciales con esos mismos socios regionales para trabar el ingreso de productos al mercado local.
Un oportuno documento de trabajo publicado recientemente por el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina, titulado “La Unidad y la Integración Económica de América latina” (Guillermo Wierzba y otros autores) aborda esta problemática y analiza los avances y cuestiones pendientes en la materia, así como los riesgos de detener este proceso. El documento señala la aparición, en el actual contexto de crisis internacional, de “voces contrarias a la cooperación y la integración latinoamericanas, con el argumento de que poco se ha concretado de las propuestas anteriores y que los esfuerzos de coordinación regional limitan las posibilidades de cada país de aprovechar y negociar opciones de acuerdo a necesidades y potencialidades particulares”. Hace mención también a aquellos que, aun reconociendo el favorable comportamiento económico de la región en este período, sostienen que “la gravedad y dinámica tan inciertas de la crisis actual no brindaría espacios para iniciativas comunes y cualquier acción regional concertada desde los gobiernos podría ser nociva para revertir la incertidumbre en los mercados”. Frente a estas reacciones, el documento citado propone revisar la propuesta de integración latinoamericana “no como un paso hacia un mayor aislamiento (de los países centrales, se refiere) sino como una estrategia para una mayor integración armónica y no descompensada con la economía mundial”. ¿Por qué se alcanzaría una integración más armónica a la economía mundial y no el aislamiento regional a través de la cooperación?
El trabajo del Cefid.Ar plantea la respuesta en tres planos:
a) Por efecto de una mayor escala y competitividad en el desarrollo conjunto de los procesos productivos en los países de la región, en base a una mayor cooperación y complementación. Señala, además, que “la vinculación interregional no puede dejarse librada a la simple liberalización de mercados, sino que requiere acciones públicas activas y marcos estables, efectivos y creíbles para la armonización de políticas, normas y acciones entre países y sectores”.
b) Por efecto en el comercio y la localización, ya que “un mercado unificado más grande e integrado puede ayudar a la reducción de costos y ampliar el espectro de bienes y servicios accesibles para los pueblos”.
c) Por efecto en los flujos financieros tanto intrarregionales como con relación a terceros países. “Deben reconocerse los peligros de potenciales conflictos por la introducción unilateral de devaluaciones competitivas, la falta de coordinación en el manejo de los movimientos de capitales y los riesgos de contagio de las dificultades coyunturales en un país hacia toda la región. El debate abierto por una Nueva Arquitectura Financiera y la creación de instrumentos regionales autónomos debe ser centralmente comprendido en esta perspectiva.”
A la luz de la crisis mundial y su impacto en la región, por vía de las restricciones al comercio y los movimientos de capitales especulativos, reaparecen viejos interrogantes que pretenden poner en tela de juicio el recorrido de los procesos en la última década. El planteo del Cefid.Ar es una propuesta de abordar el problema desde una perspectiva diferente. No con el viejo recurso, abierto o solapado, de ir hacia el modelo de ajuste de los organismos internacionales atado a planes de “salvataje financiero”, sino con más integración. Y con un Estado más activo, para conducir el proceso.
(Diario Página 12, domingo 10 de noviembre de 2013)