En Argentina hay una vivencia instalada hace mucho tiempo y es la del presidente que no completa su mandato. Puede decirse que desde el primer jefe de Estado elegido por sufragio universal (Yrigoyen en 1916) hasta hoy, sólo se completaron nueve mandatos, y, sin contar los golpistas que gobernaron, fueron cerca de 15 los mandatos constitucionales no completados por causa de enfermedades, muertes, golpes, levantamientos y crisis institucionales.
De allí a justificar la profecía de “no va a durar” instalada en espacios de la oposición desde el día en que Cristina Fernández fue elegida presidenta por primera vez hay un trecho muy largo impregnado de odio y de la misma clase de cultura política que siempre se sintió cómoda con los golpes de Estado.
A esta altura, Cristina lleva seis años gobernando, con un mandato completo y la mitad del otro cursado, pero esa suerte de profecía-mito ignora la realidad y reaparece una y otra vez. Yo había buceado muchos años en los mitos urbanos, y me hizo ruido lo que detectamos al día siguiente de que fuera elegida presidenta por primera vez. Conducía un programa en la tarde de Radio Mitre y buscamos testimonios de vecinos de dos barrios –Recoleta y Once–: más de uno de los vecinos de Recoleta pronosticó que Cristina apenas duraría dos o tres meses en el poder y terminaría “echada a patadas”. Un par de señoras que aludían a la Presidenta como “ésa” y se negaban a nombrarla, vaticinaron fuera de sí que “la echarían los militares” y que ellas aplaudirían.
Brutalidad y analfabetismo político puro. Pero, con el tiempo, dirigentes de la oposición, empresarios y periodistas –se diría que más alfabetizados en materia política– volvieron a la carga con los augurios de final de gobierno anticipado. Fue visible al final del largo conflicto de 2008 con las entidades rurales, y volvió a serlo en 2009, cuando, entre otros, personajes como Mariano Grondona y el ex presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcatti, calcularon divertidos en cámara que después de los comicios de 2009 Cristina tendría que marcharse a su casa.
No se les dio, pero el mito-profecía de la renuncia brusca sigue en pie, y hoy son muchos los opositores que vaticinan que “no llegará al 2015”, ahora “decorando” sus augurios de ciencia esotérica y explicaciones con términos oscuros como “Hubris”.
Otro mito-profecía, pariente del anterior, es relativamente más reciente y sostiene el supuesto “Fin del ciclo K”. Empezó a escucharse alrededor de 2008, y dio lugar a versiones escritas, como el libro que lleva ese título, y que el consultor político Rosendo Fraga publicó en 2011, unos meses antes de que Cristina triunfara casi con el 55 por ciento de los votos.
Desde entonces, y con mayor intensidad en los últimos dos años, el imaginario fin del ciclo K ya es frase de uso corriente en la oposición y en los medios hegemónicos que lo fogonean.
Es interesante confrontar ese augurio con la experiencia de estos treinta años de democracia. Descontando las presidencias radicales que terminaron con Alfonsín y De la Rúa saliendo de escena precipitadamente, y también la gestión de Eduardo Duhalde, que interrumpió al año y medio por la responsabilidad de su gobierno en los crímenes de los piqueteros Kosteki y Santillán, nos quedan los gobiernos más duraderos: ¿Qué horizonte presentaba el gobierno de Carlos Menem y cuál es el del kirchnerismo al cumplir diez años de gestión?
Desde 1998, Menem gobernaba con una economía sumida en una profunda depresión, con una desocupación de dos dígitos, con una deuda externa que había crecido desmesuradamente, con la bomba de tiempo de la convertibilidad y con una fuerza nacional (la Alianza) en condiciones de competir y ganar al oficialismo. Todas señales de fin de ciclo.
¿Cómo se encuentra el llamado “ciclo K” para enfrentar los dos años de gobierno que le quedan a Cristina Fernández?
La desocupación se mantiene en un dígito, el consumo en un punto muy alto, la actividad económica no pasa por su mejor momento, pero sigue habiendo crecimiento y continuará en 2014, el perfil de la deuda externa ha sido notablemente reducido en relación con el PBI. El Gobierno mantiene un caudal electoral no inferior al 30 por ciento y no existe en el horizonte una fuerza nacional capaz de disputarle el liderazgo.
Es cierto que se plantean interrogantes por la ausencia de un claro sucesor de Cristina y por las dificultades del sector externo de la economía, que pueden poner límites a los recursos necesarios para continuar las políticas distributivas.
Pero, considerando el caudal propio del oficialismo, y no olvidando que los números de un comicio legislativo no son los mismos que los de una elección presidencial, no es poco probable que la Presidenta llegue sin grandes sobresaltos al 2015 y se encuentre en condiciones de señalar a su sucesor o sucesora, que pueden sellar una continuidad del Ciclo K con la presencia cercana y gravitante de Cristina.
La noticia de que se abren créditos internacionales que venían trabados y que se dirigen a sustentar políticas de inclusión, y las perspectivas de reacción de la economía de nuestro principal cliente, Brasil, pueden también oxigenar las condiciones para que se afirme el modelo kirchnerista.
Por fin, el Ciclo K es más que una gestión de gobierno. Es una manera de concebir al país con un Estado protagónico y una defensa de la soberanía, del desarrollo integrado y de las políticas inclusivas. No se puede decretar su fin de ciclo como un acto de voluntad de los defensores del mercado.
Aunque la profecía catastrofista se siga propagando.
(Diario Página 12, domingo 13 de octubre de 2013)