Responder la pregunta planteada en el título es por demás desafiante. Se trata de sumar elementos que nos permitan evaluar una situación singular de los últimos años de nuestra joven democracia, hace pocas décadas recuperada.
Las leyes de la física clásica son decidoras y marcan claramente que dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar. Pero si a esta variable la cruzamos con la que nos ofrece la realidad, Cristina ocupa holgadamente el escenario político argentino. Pero también es observada en la región y en el mundo, en medio de esta discusión paradigmática por la construcción del futuro, como una líder que señala otra forma de resolver los problemas de una crisis que tiene visos de terminal.
Volviendo a nuestro país, la Presidenta también ocupa un lugar destacadísimo en el firmamento de la política local porque el kirchnerismo siempre eligió grandes causas a llevar adelante siendo importantes las corporaciones contra las que da pelea desde hace diez años. Bien podemos significar que en esta década ganada, como muy pocas veces antes en nuestra historia, los gobiernos de Néstor y de Cristina se han enfrentado a los poderes económicos concentrados. Algunos ejemplos: Sociedad Rural Argentina, Iglesia Católica, Repsol, Fuerzas Armadas, Clarín. El éxito de esta actitud se advierte observando el devenir de los hechos y una coronación que llegó en 2011, cuando fue reelecta con casi el 55 % de los votos.
Poco importan los defectos comunicacionales de los opositores, que el libreto pareciera escribírselos el oligopolio corporativo (“la corpo”) o que quienes critican al gobierno nacional, no han tenido el acompañamiento del voto popular. No importan las caras ni los gestos: nuestro pueblo no los ve y si lo hace, los mira de reojo. Descreen de sus palabras, porque en buena medida recuerdan que cuando fueron gobierno hicieron lo contrario a lo que predican hoy y, en definitiva, siempre se fueron antes, a las apuradas. Uno llegó hasta transitar la afrenta de profugarse por el techo de la casa de gobierno en helicóptero.
Poco importa que haya una corriente de pensamiento expandida en la región, de la que somos parte por pertenencia geográfica pero que, aún más importante, nos espeja en una realidad política que comenzó con el advenimiento del kirchnerismo en 2003. Cuando el país se encontraba en el infierno, había que tener agallas como para pensar el futuro sin echar mano a las recetas neoliberales y otros mejunjes de probada ineficacia o de un cinismo inconfesable.
En ambos casos se hacía evidente que los cipayos, trabajando en asocio con los poderes imperiales, siempre hicieron lo indecible para quedar bien con las oligarquías y el poder económico concentrado. Remontando el 22 % de apoyo con que arrancó su gobierno, ya que el innombrable ex presidente de origen riojano prefirió no dar la batalla por temor de perderla, Néstor tomó con fuerzas el timón de una Argentina a punto de hundirse y buscó cómo encausarla de mejor modo, tratando de subirse a vientos positivos.
El camino de recreación de la economía argentina necesitaba gente con las cosas claras, políticos de dilatada experiencia y con sobradas muestras de apego a lo Nacional y Popular, donde la demanda de memoria, verdad y justicia tuviera profunda catadura, donde la argentinidad fuera una deuda a saldar en los sentidos profundos de la búsqueda de dignidad y de reconstrucción nacional. Se trataba de “no dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”, al decir del ex presidente Kirchner en su primer discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso Nacional.
El lugar que ocupa Cristina, quien ha dado sobradas muestras de estratega, es tan sólido que verdaderamente emociona e impacta. El núcleo duro de votantes, que algunos sitúan entre el 35 y el 40 % de argentinos, es una prueba incontrastable que demuestra la adhesión que genera este gobierno. Del mismo modo, ella siempre obtiene un apoyo que supera el 50 %.
Cuando las políticas inclusivas son tantas, tan diversas, tan sensibles y adecuadas para una nación como la nuestra, que viene de una sumatoria de derrotas provocadas por el entreguismo y la mediocridad, los argentinos que deseamos una patria para todos nos alegramos y emocionamos al extremo. Esto genera adhesión de amplios sectores de nuestro pueblo, que advierte claramente que la reconstrucción no solo es posible sino más bien una realidad que llegó para quedarse.
No hay oposición porque quienes revistan en esa categoría no están a la altura de las políticas activas que restituyen derechos y marcan el camino de la nueva Argentina. No hay oposición porque su catadura moral y los antecedentes individuales de quienes la componen, más bien los acerca a la caterva de empleados del oligopolio, al triste recuerdo de ser los que bajaban sueldos y jubilaciones en un 13 % o quienes callaron sistemáticamente frente a los militares genocidas. Todos ellos muy lejos de la gran Nación en la que quisiéramos convertirnos un día.