Ay, la fama. Cuando el teléfono no suena, me pregunto qué ha pasado”, bromea el filósofo Gianni Vattimo sobre la demanda mediática que lo persigue en los países que visita. La Argentina no es la excepción. A pesar de sus 77 años, Vattimo transmite jovialidad, es inquieto y espontáneo. Cuando diserta es irónico y su ponencia se vuelve amigable como una obra de stand up. Cualquier distraído podría pasar por alto que se trata de uno de los grandes pensadores contemporáneos, que escribió obras como El fin de la modernidad (1985) y No ser Dios (2008). Es el intelectual que definió a la posmodernidad como “el fallecimiento de todas las explicaciones totales” y creó la teoría del “pensamiento débil” –nutriéndose de Nietzsche y Heidegger, a quienes tradujo al italiano–. Provocador por naturaleza, se declara castrista, chavista, cristiano y homosexual. “Mi ideal político sería tener un buen Lenin amigo”, arriesga. Invitado por la Federación de Docentes de las Universidades (FEDUN) y por el departamento de Artes Audiovisuales del IUNA, Vattimo –quien también es integrante del Parlamento Europeo– llegó el 3 de abril a Buenos Aires para brindar un ciclo de conferencias y encuentros –libres y gratuitos– hasta el 12 del mismo mes. A poco de arribar al país, dialogó con Veintitrés.
–¿La afirmación “Dios ha muerto”, de Friedrich Nietzsche, vislumbró de alguna forma lo que usted define como posmodernismo y pensamiento débil, es decir, el fin de las “grandes verdades”?
–Sí, aunque no creo que Nietzsche lo haya entendido con el mismo sentido que yo. Nietzsche no era un posmoderno sino un pre-posmoderno (sonríe). No se puede aislar su frase del momento en el que la dijo, más allá de que para la hermenéutica una frase tiene su sentido primero más todos los sentidos que se le fueron añadiendo con el paso del tiempo. Con esa frase de Nietzsche se pueden resumir muchos fenómenos: la crisis del eurocentrismo, del imperialismo occidental, de la metafísica como idea de una construcción mental global concebida en los grandes sistemas de Hegel. Efectivamente, Nietzsche con su idea del dios que se ha muerto ha resumido todo el discurso de Heidegger sobre el final de la metafísica, es decir que no se cree más que exista un único fundamento del mundo. Hoy tenemos muchísimas religiones, muchas culturas que se enfrentan a causa de las transformaciones globales.
–¿Qué motoriza a la posmodernidad?
–La mueve la tecnología, que hace imposible que haya un solo Dios, una sola civilización. Yo veo la posmodernidad como el fallecimiento de todas las explicaciones totales.
–En este contexto, y afirmados en el siglo XXI, ¿qué rol juegan los medios de comunicación?
–Los medios me parecía que ayudaban a reducir la fuerza de lo real. Hoy todos sabemos que cuando algo acontece fuera de nuestra ventana tenemos que ir a la televisión para ver qué ha pasado. Pero el aligeramiento encuentra fuerzas de resistencia. Hay algo que resiste a esta posibilidad tecnológico-técnica. Y la gente que resiste al cambio no son sólo los que tienen el poder. Sino también, por ejemplo, los que piensan que sin un matrimonio monogámico la civilización se muere. Es una resistencia cultural.
–¿Observa una influencia mediática en esa concepción cultural?
–Los medios trabajan básicamente para los dueños del poder. No trabajan para la emancipación. Se puede imaginar un medio que sobrepasa a los medios tradicionales: las redes sociales. Pero por ahora son una apuesta. Se trataría de una red sin centro aunque surge un problema: cuando envío un mail, pasa por un punto intermedio en Washington o Nueva York donde se administra lo que envié. Yo creo que los nuevos medios electrónicos tienen la posibilidad de liberarnos pero no va a ser así necesariamente.
–¿Ante este escenario qué opina de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual?
–Leída por un italiano es lo máximo porque en Italia tenemos un monopolio de medios. Si un gobierno no arregla estos territorios… Yo siempre digo que sólo con una revolución comunista se puede realizar una sociedad liberal. Es paradójico pero no tanto. El mismo liberalismo del mercado sólo puede ser garantizado con leyes limitantes. Leí la ley hace años pero no sé qué pasa hoy entre Clarín y el Gobierno.
–Se trata de un enfrentamiento entre un poder económico concentrado y el poder del Estado. ¿Quiénes son para usted los que detentan hoy el verdadero poder, los grupos concentrados o el Estado?
–Existe un sistema de leyes que defiende el capital, la propiedad, etc. El Estado puede ejercer un poco de control, pero básicamente los grupos económicos son los que votan. Se ve hoy en Europa. La Unión Europea hace leyes que son predictadas por los bancos, no son decididas por el pueblo. No soy economista pero me parece obvio que la austeridad que nos proponen en Europa es suicida porque impide el desarrollo del consumo interno de los Estados. Nos reducen a ser colonias que exportan. Esto nunca ha funcionado. Los Estados Unidos son un ejemplo. Se desarrollaron con la amplificación del mercado interno.
–¿Ve una salida a la decadencia europea?
–Una Europa socialista.
–José Luis Rodríguez Zapatero se dice socialista y durante su gestión condujo a España al mismo desastre que vive el resto del Viejo Continente…
–Zapatero tuvo la posibilidad de mostrarse socialista porque era muy conservador en otros aspectos. En Italia sucedió lo mismo con (Romano) Prodi. Se instituye el matrimonio gay pero se sigue siendo un capitalista. Lo cierto es que yo solamente tengo proyectos de lucha ante esta situación, no de estructura. Pienso que solamente con el hecho de que en Italia y en Europa renazca un gran movimiento de oposición sistémico, alternativo, llámese socialista o comunista, puede pasar algo. Si se cercena el consumo y la felicidad, podemos tener una revuelta, por lo menos en Italia y España. Creo que si seguimos así tendremos años de terrorismo y después de fascismo. Vamos a tener gobiernos de derecha. En esta regresión de la situación social y política quizá pueda renacer una izquierda digna de su nombre. Yo me comprometí a hacer nacer un nuevo partido comunista en Italia pero por ahora sólo somos tres o cuatro.
–Usted dijo en una entrevista que brindó el año pasado que “la democracia de Occidente se está muriendo”. ¿Cuáles son las causas de su fallecimiento?
–En Italia, ¿tenemos democracia? Tenemos elecciones pero esas elecciones ya no dan lugar a nada. No hay una ley electoral fiable. Lo que vivimos es una suerte de inmovilización con algunos grupos que no se ponen de acuerdo. La democracia formal sigue existiendo pero, por caso, en los Estados Unidos para hacer una campaña electoral se necesitan millones de dólares: es inimaginable que eso sea la democracia, es una manera civil de arreglar la cuestión del poder. La democracia occidental se está muriendo si es que todavía no se murió. Yo no la veo por ninguna parte.
–¿Y en Oriente qué proceso advierte?
–El Oriente es misterioso para mí. La idea de que la democracia occidental se muera nos autoriza a imaginar sistemas políticos alternativos. Por ejemplo, cuando yo digo que soy castrista o chavista lo digo con esta idea de que la democracia occidental no es el gran modelo absoluto que hemos creído. Todo esto me permite pensar una democracia de tipo cubano. O chavista: Chávez ha ganado muchas elecciones pero la sustancia de su democracia era mucho más que eso, era toda una estructura de participación popular. Mi ideal político sería tener un buen Lenin amigo. Hoy en Occidente se desarrolla bastante el “jefismo”, el “caudillismo”, el hecho de que si no hay una figura carismática el sistema no funciona. Creo que este es un punto que no se debe sobrepasar fácilmente.
–¿Cómo lo tomó la muerte de Chávez?
–Alguien dijo que lo mataron. No tengo evidencia. Pero usted sabe que los americanos han investigado en sus laboratorios fármacos absolutamente absurdos como una píldora para que todos los soldados del ejército enemigo devengan gays. Inventan cada día cosas absurdas.
–¿Europa debiera mirar hacia América latina?
–Para el uso de los recursos locales a favor del pueblo es fundamental. El modelo de Chávez es decisivo: la venta de petróleo utilizada para impulsar la medicina social es un gran ejemplo. Aunque no creo que se pueda trasladar el modelo chavista a Italia. El problema de la historia es siempre el mismo: ¿necesitamos siempre de un Napoleón? A mí me gustaba la UE porque me parecía una manera de hacer un sujeto histórico nuevo, fuerte, sin un Napoleón, sin guerra. Pero no funciona.
–En este marco, ¿qué opina de la actualidad argentina?
–Pienso que hoy Cristina es la mejor gobernante que la Argentina puede tener. Lo digo desde el punto de vista de un europeo que admira el proceso latinoamericano. Lo que veo en los diarios es que ahora la Argentina está mucho mejor que hace diez años. Es verdad que desde mi punto de mirada, espero mucho del proceso latinoamericano.
–Usted ha escrito y profundizado sobre la religión y el posmodernismo (Creer que se cree, 1996; Después de la cristiandad, 2002; El futuro de la religión, 2005) y fue crítico de la Iglesia. ¿Cuál es su perspectiva con la asunción del nuevo Papa?
–Yo tengo bastante confianza en él. Aunque la religión de la posmodernidad debería tener a una Iglesia que siga un poco el itinerario del pensamiento débil, que se reduce progresivamente. Por ejemplo, una Iglesia Católica respetable, ¿necesita tener un banco? El banco del Vaticano es uno de los más corruptos del mundo. Incluso, ¿tiene que tener una moral sexual? ¿Qué puedo esperar del nuevo Papa? No muchísimo porque es un Papa y no se puede esperar que ingrese al Vaticano con la bandera roja.
–¿Usted es creyente?
–Yo creo en el Evangelio, que me ha sido transmitido por la Iglesia. Por lo que no puedo prescindir de la Iglesia. Yo creo que soy creyente. Efectivamente, si pienso en mi ideal de vida, mi ética, pienso en términos de ética cristiana, en la imitación de Cristo: la caridad, la apertura a los otros. Me esfuerzo por ser lo que el Evangelio me dice. No creo que lo haga siempre. Así es que no puedo hablar de posmodernidad sin cristianismo. La posmodernidad me libera de todos los grandes sistemas y puedo escuchar el Evangelio. Pero sin pensar que es la única revelación posible a la que se tienen que convertir todos. Es algo que a mí me hace sentir bastante en orden conmigo mismo y que intento practicar discutiendo con otros. Si alguien me demuestra que siendo cristiano hago daño a alguien, repensaré mi posición. Por lo pronto, no puedo vivir sin ser cristiano.
–¿Y sin el arte?
–Tampoco. Pero se trataría de ver de qué arte se trata. No puedo vivir sin el cine pero sin el arte abstracto puedo vivir muy bien (ríe). Mi supervivencia está garantizada por un montón de símbolos que me rodean: el Evangelio, los muesos, el arte. Sin esto la vida no merece ser vivida.
(Revista Veintitrés, 4 de abril de 2013)