El 22 de noviembre de 1949 mediante el decreto 29.337/49 el entonces presidente Juan Domingo Perón estableció la enseñanza gratuita en las universidades nacionales, las únicas que existían en el país por aquellos tiempos. Desde la Reforma Universitaria de 1918 se habían realizado muchos cambios en el manejo de la actividad académica a través del régimen autonómico establecido, el que hasta se ha llegado a utilizar contra las propias leyes de la Nación. Sin embargo la RU no incluyó la gratuidad de la educación superior. Los mayores derechos adquiridos por los estudiantes en esa histórica lucha fueron para los mismos que podían seguir pagando los aranceles ya que no se incluyó a aquellos que por carecer de los recursos indispensables estaban limitados para acceder a los claustros académicos.
Desde entonces, pasados 63 años, los pobres también pudieron estudiar en las universidades que ya sólo fueron aranceladas otra vez durante un breve período bajo la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Así los hijos de los obreros dejaron de estar excluidos por razones económicas del acceso a la educación superior. Sin embargo en el imaginario colectivo la gratuidad de la enseñanza universitaria estaba vinculada con aquella lucha histórica de los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba encabezada por Deodoro Roca, Arturo Orgaz e Ismael Casiano Bordabehere, entre otros. El golpe de estado de septiembre de 1955 contra Perón de la también autodenominada Revolución Libertadora dejó las cosas como estaban pero desde entonces el decreto de Perón pasó al olvido, como otras tantas cosas que se han enviado al arcón de lo ocultado a una parte de la población argentina a la que no conviene hacerlo saber.
Una historia argentina –y también mundial- que a las figuras significativas las recorta o endiosa a gusto de ciertos intereses. José Francisco de San Martín fue nada mas que El Santo de la Espada, el gran militar que liberó a Chile y el Perú y que no siguió porque el malo de Simón Bolívar se impuso en el encuentro de Guayaquil, no porque desde el gobierno de Buenos Aires se le recortaron todos los recursos por decisión de Bernardino Rivadavia, el mismo que impulsara las independencias de Bolivia y el Uruguay y que endeudara el país con la Baring Brothers, "El más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, al decir de Bartolomé Mitre. En todo caso San Martín, ya de viejo, escribió las Máximas para su hija y se equivocó cuando le donó su espada a Juan Manuel de Rosas. No se sabe de él que era proteccionista en términos económicos, que era partidario de una monarquía aborigen y gran admirador del Inca Garcilaso de la Vega, que recibió la oferta de los revolucionarios belgas en 1929 de ponerse al frente de su ejército, o que fue consultado sobre política latinoamericana por el rey burgués Luis Felipe de Orleans y que hasta acompañó a éste a recibir en Francia la repatriación de los restos de Napoleón Bonaparte. Y menos se quiere aceptar que se le practique un ADN a sus propios restos que demuestre que era hijo de una indígena.
Por lo tanto difundir en los recintos universitarios que esa gratuidad de la que disfrutamos todos los que estudiamos y nos formamos en los mismos, como el fundador de Ambito Financiero, Julio Alfredo Ramos, era fruto de una decisión de Juan Perón no era algo políticamente correcto. Mejor era hacer creer que era otra herencia de la RU como que todo lo atinente al desarrollo educativo del país era una exclusividad de Domingo Faustino Sarmiento, que mucho hizo en la materia más allá de sus groseros errores en otros rubros. Sin embargo la Ley 1.420 de educación primaria gratuita y obligatoria fue promulgada por el entonces presidente Julio Argentino Roca, cuya gestión, en otras áreas también tuvo varios claro-obscuros.
Pero si hubo alguien que desde los albores de la Independencia Nacional, y aún antes, tuvo en claro la necesidad de profundizar la enseñanza desde las primeras etapas de la vida hasta los niveles del conocimiento superior, para lo cual la misma debía ser gratuita y solventada por el estado fue Manuel José Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano de quién sólo se recuerda su autoría de la bandera nacional a la que con el tiempo se le hicieron cambios que recién comenzaron a ser revertidos en los últimos años. Belgrano fue muchas otras cosas, como un gran militar, o como el primer gran economista argentino, seguidor de las ideas del vasco Valentín Tadeo de Foronda, el mismo que también inspirase al presidente estadounidense Thomas Jefferson. Belgrano se anticipó a todos los otros grandes economistas argentinos como Pedro Ferré, Mariano Fragueiro, Jean Silvio Gesell, Ernesto Thornquist, Rafael Herrera Vegas y Alejandro Ernesto Bunge, entre ellos.
Belgrano, a quién el historiador Ricardo Elorza Villamayor calificó “el alma de la Revolución” de Mayo, no sólo testó los dineros que el país le dio como recompensa por sus esfuerzos para la puesta en marcha de cuatro escuelas –lo cual se cumplió un siglo y medio después- sino que desde su regreso al país tras sus estudios en España se empeñó en elevar la educación de la población. Tenía 24 años cuando el 2 de junio de 1794 se hizo cargo del Consulado. Desde entonces propició la creación de escuelas públicas donde pudiesen estudiar pobres y ricos, europeos y aborígenes, niños de toda condición, y otras para mujeres, hasta entonces marginadas. También impulsó, entre varias más, la creación de la Escuela de Dibujo y Arquitectura y la Escuela de Comercio y Náutica, de la que surgieron el general Lucio Norberto Mansilla, el autor de la música del Himno Nacional, Vicente López y Planes, el gobernador Juan José Viamonte y Nicolás Rodríguez Peña, además de muchos más que luego sirvieron a la patria. En ese sentido señaló Belgrano en marzo de 1796, en la Memoria del Consulado que “La educación es un fin y un medio para obtener la felicidad del pueblo; las escuelas deben ser gratuitas e inspirar el amor al trabajo”. El decreto de Perón de 1949 vino, entonces, a insertarse en ese pensamiento.