El 31 de julio de 1948 moría de un paro cardíaco el general de división Manuel Nicolás Aristóbulo Savio y por ello se instituyó, con justicia, al 31 de julio como el "Día de la Siderurgia". Había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1893.
Savio fue el heredero de fray Luis Beltrán y el continuador de las tesis esgrimidas y materializadas –a través de YPF durante la presidencia de Yrigoyen- por el general Enrique Mosconi, para transformar una economía nacional agro-pastoril exportadora en otra que tuviera a las industrias de base como motor del crecimiento. Savio fue el primero del plantel de ingenieros militares que realizaron una "movilización nacional" de carácter militar y técnica al mismo tiempo, correlacionando las posibilidades de la industria con la defensa. Afirmaba que "la industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos".
En 1930 el teniente coronel Manuel Savio elevó el proyecto para crear la Escuela Superior Técnica, abierta a los oficiales de todas las armas. Por una suerte de compensación histórica, el presidente Uriburu, que mandó detener e investigar a Mosconi, facilitó a su continuador el medio para realizar sus planes. En 1934 egresan los primeros ingenieros militares. El 24 de diciembre de 1936 Savio asume la dirección de Fábricas Militares. En 1938 eleva un proyecto de ley para crear la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Actúa como un verdadero político, buscando aliados en todos los sectores, convenciéndolos de sus beneficios para el país. En 1941 se promulga dicha ley, que además lo autoriza a realizar exploraciones y explotaciones tendientes a la obtención de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio. Además del desarrollo de un programa de prospección geológico-minera en la Antártida Argentina. "Es un error el haber estructurado 'a priori' nuestra economía, posponiendo arbitrariamente a los metales con respecto a los cereales", decía. Luego propuso buscar yacimientos de hierro en el país. Los encontró en las serranías de Zapla, Jujuy. Los informes corroboran que el yacimiento es una cuenca sedimentaria de hematita cuya potencia visible asegura grandes reservas y justifica sobremanera la inversión necesaria para emplazar un "Alto Horno". Se inicia inmediatamente la "gesta Zapla" cuando el país sufre el bloqueo de los grandes consorcios. Savio intenta formar una "conciencia metalúrgica", apelando a los industriales, y recordando que la fábrica argentina de carburo de calcio debió cerrar por el "dumping" del exterior. Por esos días, el matutino La Nación sostenía en un editorial que “no tenemos hierro ni carbón de piedra, elementos indispensables de la gran industria”, para concluir que “en realidad no nos debemos quejar de la heredad que nos ha tocado en suerte y no hemos de ser mineros mientras nos convenga y nos guste ser labradores y criadores de ganado”.
El 11 de octubre de 1945 (en plena evolución de los episodios militares que provocaron la jornada del 17 de octubre) se produce la primera colada de hierro fundido hecha con materias primas nacionales. Poco después Savio entrega su Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987 o "Ley Savio"), que es sancionada en 1947 –durante la primera presidencia de Perón-. Así se origina SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina), cuyos altos hornos son emplazados en terrenos elegidos por el propio Savio en los márgenes del arroyo Ramallo, en las cercanías de San Nicolás. Como presidente de su directorio renuncia a sus honorarios, pero no alcanza a ver concluidos sus sueños, debido a su temprana muerte, a los 56 años. SOMISA llegó a proveer a la nación 500.000 toneladas de productos semi-terminados de acero.
Cursó estudios en el Colegio Nacional Central de la Universidad de Buenos Aires y en el Colegio Militar de la Nación. Luego de su siempre ascendente y brillante carrera fue instructor de cadetes en el Colegio Militar y titular de la cátedra de Metalurgia y Acción de Explosivos. Organizó la Escuela Superior Técnica del Ejército y enriqueció, de manera trascendente, la industrialización castrense. En tanto la Escuela de Mecánica se dedicaba a capacitar operarios, la Escuela Superior Técnica se abocó a la tarea de formar ingenieros militares con avanzada especialización teórica y práctica Para llevar adelante sus planes, Savio aplicó con gran lucidez las experiencias de la visita que realizó al continente europeo en 1923, como miembro de la Comisión de Adquisiciones del Ejército.
En 1933 escribió su primer obra titulada Movilización Industrial. Luego le siguieron los libros Política Argentina del Acero (1942) y Política de la Producción Metalúrgica Argentina (1942).
En su creación, Fabricaciones contaba con cinco establecimientos: Fábrica Militar de Equipos (ex taller de Arsenal), Fábrica de Material de Comunicaciones (ex laboratorio del arma de Comunicaciones), Fábrica de Aviones (transferida por la Aviación Militar), Fábrica de Acero y Pólvora y Fábrica de Explosivos de Villa María, estas dos últimas inauguradas por el propio Manuel Savio en 1937 y 1938 respectivamente.
En julio de 1943, a menos de siete años de su establecimiento como organismo autárquico y siempre bajo su conducción, Fabricaciones Militares contaba ya con doce plantas. A las nombradas se sumaron: la de Fabricaciones Militares de Armas Portátiles "Domingo Matheu", la de Tolueno Sintético, la de Munición de Artillería Río Tercero, la de Munición de Artillería "Borghi", hoy "Fray Luis Beltrán", la de Vainas y Conductores Eléctricos E.C.A., la de Munición de Armas Portátiles "San Francisco", la de Materiales Pirotécnicos y la de los Altos Hornos Zapla.
Por otro lado, con el aporte de grupos empresarios, Savio organizó las siguientes sociedades mixtas: Industrias Químicas Nacionales, Elaboración del cromo y sus derivados, Atanor, Compañía Nacional para la Industria Química, Aceros Especiales y Siderurgia Argentina.
Al elaborar los fundamentos de la DGFM, Savio incluyó un capítulo sobre exploración y explotación de minas que, como él mismo definiría un tiempo después, creó “una verdadera revolución en cuanto a la tesis que sobre la materia se sustentó, terminantemente en aquellos tiempos, de explorar y explotar minas por intermedio de la DGFM, es decir, del Estado”. Con esa misión, la DGFM se dedicó a la exploración de las riquezas minerales de la Argentina cuyos resultados no tardaron en aparecer. Entre los más importantes de esos descubrimientos estuvieron: el hierro de Puesto Viejo, al sur de Palpalá, en Zapla; las arcillas y caolines bonaerenses, el uranio de Comechingones y de la mina “Soberanía”, de Mendoza; el cobre de Los Aparejos, en Tinogasta, Catamarca; el mineral del Paramillo, de Uspallata, Mendoza; la mina de hematita La Santa, Pastos Grandes, Salta; y el cobre y la rodocrosita de Capillitas, entre otras.
Cuando por el mes de agosto de 1945 fueron arrojadas las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, Savio de inmediato reaccionó insistiendo en que “tenemos que intensificar ya, rápidamente, la búsqueda de uranio en todo el territorio argentino No se trata de fabricar la bomba, sino de pesar en el concierto mundial con la tenencia de uranio”. Así fue como los treinta geólogos de la DGFM se lanzaron al relevamiento y la exploración del territorio nacional en busca de uranio, logrando hallazgos sorprendentes. Dos décadas después, Argentina estaba en el concierto de las pocas naciones que generaban energía nuclear.
Con el descubrimiento de los yacimientos de hierro en Zapla, la DGFM da inicio a la creación del Establecimiento Altos Hornos Zapla y la planta experimental de Palpalá, pilares de la nueva siderurgia argentina. El coronel Manuel N. Savio ya había explicado de forma excelente la importancia de formar una “conciencia metalúrgica”, en un discurso pronunciado en el salón de la Unión Industrial Argentina (UIA) en el mes de junio de 1942 que parece inspirado en la realidad contemporánea: “Puede decirse que hasta ahora hemos desechado sistemáticamente todos nuestros yacimientos de minerales... De tal manera, hemos visto tomar rumbo al extranjero a grandes cantidades de minerales en el mismo grado de concentración compatible con las tarifas de transporte; hemos anotado en nuestras estadísticas un valor que acrecentaba los ingresos ponderados en oro; pero sin dejar el efecto saludable que hubiese podido proporcionar el trabajo de su industrialización y, como saldo del balance, sólo debemos consignar un egreso de riqueza, una disminución del potencial... muy poco, pues, es lo que ha quedado como beneficio fuera de miserables jornales de extracción”.
El presidente Ramón Castillo suscribió el respectivo Decreto que mandaba crear el Establecimiento Altos Hornos Zapla. Se licitó la construcción de la planta experimental de Palpalá, obra que quedó adjudicada a la empresa sueca “Svenska Entreprenad A.B.”, asumiendo el proyecto y la supervisión de la instalación del alto horno. A cargo del capitán Enrique Lutteral, ayudado por el geólogo Victorio Angelelli, se elaboró la galería principal de la mina de Zapla, bautizada “9 de octubre” en homenaje a la fecha de la fundación de la DGFM. Construida a dos puntas sobre una longitud de 500 metros, o sea a partir de sus extremos, tratando de empalmar en su parte media. Un método inusual, contrario a todas las prácticas universales, adoptado porque los equipos de perforación –trabajando con barretas y martillos por la carencia de elementos mecánicos y automáticos- no podían avanzar más de un metro por día, mientras el plazo estricto fijado por Savio requería otro ritmo.
Había que construir un cable carril desde la sierra de Zapla a Palpalá, para asegurar la bajada del mineral. Varios técnicos recorrieron el país en su búsqueda. En una mina riojana abandonada llamada “La Mexicana” encontraron uno. Hurgando sin descanso consiguieron varios tramos. La habilidad de los técnicos permitió una instalación aérea con cables adquiridos en trozos, como si fueran géneros, que soldaron con perfección, disimulando las uniones. Una doble línea de cable carril tendida a lo largo de doce kilómetros y medio con cinco estaciones tensoras y 109 torres de hierro en forma de T, plantadas sobre basamento de hormigón, unió a Palpalá, ubicada a 1.105 metros sobre el nivel del mar, con el extremo más cercano del yacimiento, a 1.500 metros de altitud.
El 7 de marzo de 1944, después de un año de estudios previos, comenzó la construcción de la planta industrializadora de Palpalá. Y en dieciocho meses se levantó el alto horno que, caso único en el mundo, se construyó de hormigón armado por la carencia de los materiales clásicos. Para la fábrica eléctrica y los soplantes, especie de ventiladores gigantes que hacen las veces de pulmón del alto horno, se requería un motor de 500 HP y en el país se fabricaban apenas de 80 HP. Savio reunió a los industriales argentinos y por último, el ingeniero Torcuato Di Tella se comprometió a construir seis motores de 85 HP para seis soplantes en paralelo, de manera que la presión de uno no ahogara al otro. Se debía quemar el gas del alto horno en una caldera y pasarlo a turbina. En Bahía Blanca se halló un motor viejo de 1.200 HP con dos décadas de uso, que se reacondicionó.
Mientras Chile, Brasil y México para sus emprendimientos siderúrgicos contaban con la colaboración norteamericana, Savio –condicionado por la política exterior argentina que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra- construía la planta piloto de Palpalá apelando a piezas en desuso recogidas a lo largo de todo el país. En un astillero viejo de San Fernando se compraron dos calderas antiguas, casi chatarra. Como no se pudieron obtener ladrillos refractarios para el interior del horno, una firma nacional los ofreció de sílice, siendo aceptados finalmente por los ingenieros suecos, pero sin ofrecer garantía.
Como combustible se utilizó carbón de leña del Chaco, Santiago del Estero y Salta. Inmediatamente, las voces de la prensa ecologista de ese entonces, clamaron “no se puede levantar la siderúrgica con carbón vegetal, vamos a quedarnos sin montes”. A lo que Savio respondió activando el Vivero de Pirané e iniciando las plantaciones de 15.000 hectáreas de eucaliptos en la zona Zapla-Palpalá, formando un bosque de 30 millones de árboles, que al día de hoy, permite todavía la realización de cortes cada siete años.
Se acercaba el día ansiado en que el horno entraría en funcionamiento. Se suscitó entonces una cuestión grave: no se contaba con los repuestos imprescindibles en caso de avería, que debían ser comprados en el exterior, y era claro que Zapla iba a ser jaqueada por el extranjero, debido a la importancia que remitía a la soberanía y defensa nacional. El riesgo a correr era inmenso, pues si se interrumpía la operación del alto horno el tiempo suficiente para que se enfriara y solidificase el material, su inutilización sería definitiva, y volarlo su destino sin remedio. Savio sopesó las circunstancias y dijo “¡Adelante!”, asumiendo toda la responsabilidad; la suerte lo acompañó pues el horno trabajó dos años sin problemas y a esa altura los repuestos ya estaban a mano.