Es falso que un periodista sea mejor cuando es independiente o cuando es militante.
Es grande, simplemente, si no miente ni deja que los otros mientan con impunidad.
Y más, mucho más grande, si además cree aquello que escribe, como Claudio Díaz.
Claudio Díaz, el periodista que renunció a Clarín con una conmovedora carta que quedó para la historia, murió el viernes pasado.
Desde entonces no tengo ganas de escribir, porque algo del sentido de las palabras, al menos las que puedo borronear, se marchó con él para siempre.
Nos conocimos a fines de los ’90, mientras hacíamos con Marcelo Larraquy la biografía de Galimberti.
Pero ya lo leía desde finales de los ’80, cuando Claudio dirigía Jotapé, una revista del peronismo combativo.
Cuando junto a Gustavo Cirelli fundamos la revista Contraeditorial, en la que se contraponían visiones políticas y culturales, pensamos en Claudio para que representara esa franja de ideas ignorada por los grandes medios corporativos: las del pensamiento nacional.
Aceptó el desafío con la humildad que lo caracterizaba, pero sus refutaciones de “prosa jauretchiana” a Beatriz Sarlo, a Marcos Aguinis, a Halperin Donghi, entre otros, fueron tan impecables como implacables, porque él escribía con la potencia de los periodistas que creen en algo.
Infectados nosotros mismos del virus de la rutina y el cinismo que se propaga en las redacciones hace décadas, la verdad es que esperábamos ansiosos las columnas de Claudio, porque ellas nos reconciliaban con lo mejor de este oficio, que es cuando las palabras y las ideas se abrazan.
Para los que no son periodistas quizá sea difícil de entender, pero ese acto de libertad íntima que un cronista decide exponer cuando puede, cuando lo dejan, cuando tiene algo para decir que le quema la yema de los dedos, es quizá la contribución más genuina y generosa al relato del tiempo que le toca vivir.
Dar testimonio desde la cabeza y desde las tripas no es para cualquiera: sólo los buenos periodistas salen airosos de la prueba.
Es falso que un periodista sea mejor cuando es independiente o cuando es militante.
Es grande, simplemente, si no miente ni deja que los otros mientan con impunidad.
Y más, mucho más grande, si además cree aquello que escribe, como Claudio Díaz.
Claudio creía y nos hizo creer.
Claudio se animaba y nos hizo animar.
Claudio fue un gladiador contra el monopolio, que llegó incluso a censurarle el blog Qué te pasa, Clarín.
Tiempo Argentino no estaría en sus manos sin la experiencia hermosa que vivimos junto a Claudio en Contraeditorial.
Con él se va un pedacito de Jauretche, del Colorado Ramos, de Fermín Chávez, del Pepe Rosa, de Hernández Arregui, de Salvador Ferla, de Arturo Sampay, de Scalabrini Ortiz, del Pulqui, de El Justicialista, de El Eternauta, ejemplares ajados de La razón de mi vida, la Patria justa, libre y soberana, la campera negra de Ubaldini, las canciones de Favio, la vista desde el cielo de Ciudad Evita, la Ciudad de los Niños, las Veinte Verdades y la Marchita.
Lo más terrible es que, con él, también se me murieron un montón de palabras.
(Diario Tiempo Argentino, 10 de agosto de 2011)