Desde hace años, las páginas del matutino no logran disimular que se transformó en un tanque de guerra.
La credibilidad del diario Clarín es un oxímoron. Desde hace años las páginas del matutino que fundó Roberto Noble no logran –ni se lo proponen– disimular ni un poco que abandonaron el ejercicio del periodismo para transformarse en un tanque de guerra dispuesto a proteger los intereses de negocios del grupo que comanda Héctor Magnetto, empresario investigado por supuestos delitos de lesa humanidad. Si para defender lo indefendible a Clarín le hace falta mentir, miente; si hace falta hundirse en el amarillismo más rancio, se tira de cabeza al barro. Algo que repite desde hace décadas y que en los últimos años se convirtió en la estricta razón de ser del diario.
Su sociedad con la dictadura criminal –siempre es necesario recordar que Magnetto & compañía fueron cómplices del exterminio sistemático de una generación, que para darle real dimensión (y que no quede sepultado en la desmemoria de los oportunistas) hay que compararlo con los mayores genocidios que sufrió la humanidad: secuestro, tortura, apropiación de niños, muerte y desaparición de miles y miles de personas, con el correlato de la transformación de un paradigma económico del país–, con los militares asesinos, amplió sus negocios: ahí está la causa Papel Prensa y la familia Graiver para dar testimonio. Ya en democracia desataron su estilo de esmerilamiento contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Luego Magnetto enamoró a Carlos Menem, cuando el riojano marcó el continuismo de las políticas de Martínez de Hoz de la mano de su nuevo ejecutor, Domingo Cavallo. Y logró su objetivo –la privatización de los canales de tevé y de las radios: Canal 13 y Mitre en su caso–, comenzó a bombardear al menemato. El "gran diario argentino" también contribuyó a empujar a la Alianza al abismo, sin restarle al gobierno de Fernando de la Rúa sus méritos en la debacle.
Como muy bien lo cuenta la periodista Graciela Monchovsky en su libro Pecado original, su práctica de seducción y traición fue una constante para el magnettismo y su generalato, para algunos que supieron ser periodistas en su juventud. Pero en ellos primó el negocio por sobre el oficio: nadie cuestiona la defensa de una idea, sino el ocultamiento del usufructo de su función de periodista para enriquecerse sin decir desde qué lugar y con qué fin se escribe lo que se escribe.
Y sobre eso habló la presidenta esta semana. Ahí puso el foco Cristina: que la jefa de Estado interpele a la prensa como lo hace con las corporaciones, u otros actores de la vida pública, es tomado como "escrache" o ataque contra el periodismo y la libertad de prensa. Un berrinche que no hace más que dejar al desnudo los intereses que cierto sector del periodismo pretende ocultar. El multimedios Clarín se fijó como objetivo derruir la credibilidad del kirchnerismo, una estrategia que le resultó fallida en varios frentes: se derrumbó su credibilidad, perdió ventas, y en términos estrictamente políticos, de tanto humillar a la oposición –obligándola a posturas de gendarmes clarinistas– no hizo más que contribuir al crecimiento de la figura presidencial y del proyecto que Cristina impulsa, lo que se vio reflejado en las urnas en octubre, cuando la presidenta obtuvo casi el 55% de los votos para su reelección. Sin olvidar, por supuesto, que todo esto se dio y se da en la desesperación del grupo monopólico que ve en el 7 de diciembre un límite que le impuso la democracia para que de una vez por todas se acoja a la ley: a la nueva Ley de Medios de la democracia, para que quede bien claro.
Todo eso está implícito en el discurso de la presidenta de esta semana. Cuando hace referencia a la necesidad de una ley de ética pública para el ejercicio profesional del periodismo no dice que el periodista Marcelo Bonelli no informe más, sino que el lector –y la sociedad en su conjunto– sepa desde qué lugar lo hace, y que sepa, también, qué intereses representa. Eso está lejos de ser un escrache.
La columna de ayer del panoramista político de Tiempo Argentino, Alberto Dearriba, puede tomarse como un punto de partida. Dearriba lo deja más que claro, y para hacerlo, incluso recuerda a un colega suyo que trabajó por décadas en Clarín. Dice así: “El recurso del 'chivo' está tan naturalizado que pocos periodistas piensan que es algo desdoroso. En los años noventa, un veterano e incorruptible ex periodista de Clarín, Armando Vidal, se dedicó a escribir un estatuto para el Círculo de Periodistas Parlamentarios, con la idea de que quien cobrara un estipendio o salario de un legislador no podía ser miembro del Círculo. Pero esa cláusula ética mínima fue rechazada reiteradamente en asambleas de la entidad que agrupa a periodistas de distintos medios destacados en el Parlamento. La conclusión es obvia: muchos cronistas cobraban una asignación extra de algún legislador o de la propia Cámara, por lo que se negaban a aceptar la cláusula ética. Muchos periodistas se ganan la vida legítimamente 'haciendo prensa' para una fuerza política, para una empresa o cámara, sin engañar a nadie. Pero cualquiera entiende que no es correcto escribir o discurrir públicamente sobre ese sector del cual se percibe sigilosamente un emolumento. La incompatibilidad es más escandalosa a medida que aumentan los montos."
Vidal o el recordado periodista de Clarín Oscar Raúl Cardozo fueron ejemplos de que, inclusive estando en un medio como en el que desarrollaron gran parte de su carrera profesional, se puede mantener la ética bien alta sin necesidad de sumergirse en el amarillismo.
La pulseada que Clarín mantiene con la democracia le hizo perder el pudor. Lejos quedaron en la memoria periodistas que se jugaron por sus compañeros y por sus ideas como Cardozo. Magnetto fue a reclutar nuevas plumas para su batalla final contra las instituciones. En la renovación de su plantel, el CEO fue a hurgar en la cantera del periodismo amarillista por excelencia –la editorial Perfil– otras firmas para mantener su ofensiva. Así debuta, por ejemplo, el periodista Darío Gallo, ex director del amarillista y efímero diario Libre de la editorial Perfil de Jorge Fontevecchia –que cuando el diario cerró y 40 colegas quedaron sin sus puestos de trabajo, no se solidarizó con ellos–, en las páginas de Clarín tergiversando los dichos de Cristina para defender a su flamante colega Marcelo Bonelli. No es el único, es el más reciente. Antes se habían sumado a Clarín otros jóvenes entusiastas como Nicolás Wiñazki o Juan Cruz Sanz. Sin olvidar a quien claudicó su historia por un puñado de puntos de rating, el maestro de ceremonia del "periodismo para todos".
Clarín sigue siendo fiel a su estilo, sólo que ahora a su cruzada por privilegiar sus intereses por sobre la verdad, eligió el amarillo como uniforme. Casualmente los mismos colores que usa el PRO, pero eso merece otra columna.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 12 de agosto de 2012)