Casi todos le mienten, casi todos quieren sacar algún provecho personal: nadie se atreve a decir la verdad.
Todos los hombres han sufrido alguna vez algún tipo de traición, engaño o se han sentido invadidos por la impotencia. Por lo general, más allá de cuestiones que le son ajenas –fenómenos de la naturaleza, por ejemplo-, es el círculo íntimo el que tiene el poder de obrar ese daño.
Casi todos los hombres tienen la posibilidad de darse cuenta a tiempo, de no olvidar y de corregir aquello que se hizo mal en el pasado para no repetirlo en el futuro.
El hombre es un conjunto de constantes incertidumbres filosóficas, una suerte de provocación a la rebeldía, a nadar contra la corriente de ciertas ideas que aún dominan parte de la filosofía y que continúan instaladas en la sociedad. Ideas que se mantienen en el tiempo y en el espacio propagadas por la educación.
¿Por qué no pensar un ensayo continuo sobre la incertidumbre constante? Signar la realidad por lo incierto, tratar de planificar la existencia a través de las leyes filosóficas de la incertidumbre y de la espontaneidad.
Adhiriendo a Jean Paul Sartre, el existencialista “no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es un torrente devastador que lo conduce fatalmente a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa. Piensa que el hombre es responsable de su pasión.” Así el filósofo sostiene que el hombre puede encontrar socorro en un signo que lo oriente; porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere, por eso “el hombre no es ni más ni menos que el porvenir del hombre”. Para ello, conduce su vida apoyado en la moral pero dejando a un lado las normas que son impuestas por los grupos de interés. Y es en ese constante aprendizaje que descubre el mal. Porque su vida es la historia de la supervivencia, de experiencias que encierran una sabiduría tal que el hombre no es capaz de comprender ni de utilizar. A pesar de que supera sus problemas, no asimila su triunfo. Entonces, el hombre aprende a vivir en el estado de incertidumbre constante, que es lo mismo que existir con libertad plena. El hombre, para Sastre, está condenado a ser libre porque él se ha creado a sí mismo. Él es responsable de todos sus actos.
¿Qué es el hombre? Quizás en la actualidad sea más sencillo encontrar respuestas a esa pregunta aunque implique, cada vez más, el uso de mayores elementos de juicio. Se podría comenzar señalando que el hombre es parte de la naturaleza, energía pura. Pero también, en relación a sus vínculos, es un ser social por naturaleza. Vive en sociedad a través de un contrato que le garantiza la armonía. Si para Aristóteles, el hombre es un animal político, para Nicolás Maquiavelo es un ser manipulable. “Pienso, luego existo”, agrega René Descartes al señalar que el hombre primero debe conocerse a sí mismo. Por su parte, la sociedad en su conjunto, por acción de la ley de incertidumbre constante, escapa de la voluntad del hombre. Si cada instante está regido por la incertidumbre, entonces el hombre acaba por creer que su existencia está protegida por un ser superior. Pero, ¿qué es el hombre en esencia? Para la ciencia es un caldo de energía, que se interrelaciona con el mundo exterior.
Constantemente se intercambian partículas subatómicas con otros elementos de la naturaleza, por lo tanto el mundo subatómico se modifica por esa interrelación con el mundo exterior.
Al fin, cada hombre es distinto. Sólo la humanidad los iguala, y la libertad, adquirida sólo con una existencia digna y coherente. Es complicado evaluar las decisiones que cada hombre toma en la vida. No son ni buenas, ni malas. Son decisiones que, de hecho, se toman a cada instante. Lo bueno o lo malo, respecto de una acción, está enmarcado en una moral cristiana, religiosa, no dentro de una moral ligada a la praxis social. Claro está que quizás un parámetro a considerar en la toma de decisiones es el que planteó el mismo Sartre, al mencionar que la libertad de un hombre termina donde comienza la de los demás.
En relación a la vida, la mejor decisión que se puede tomar es, simplemente, existir. Si lo que el hombre elige no le lleva felicidad, entonces debe decidirse por otra cosa. En el mundo interior del ser brota el amor. De allí mismo, brota el odio, que es parte del amor. Sin riqueza material es posible encontrar la felicidad. En este sentido, el especialista Daniel Goleman (1947, Universidad de Harvard) sostiene: “Imagino un futuro en el que la educación incluirá como rutina el inculcar aptitudes esencialmente humanas como la conciencia de la propia persona, la autodeterminación, la empatía y el arte de escuchar, resolver conflictos y cooperar.”
Jean Paul Sastre señala que para ser feliz se debe amar lo que se hace, pues la felicidad no está en lo que se tiene, sino en lo que se ama hacer. Las balas de los malvados quedan envainadas en sus propios odios y jamás podrán llegar a los hombres felices.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 17 de junio de 2012)