MENDOZA / PASO a PASO / Escribe: Roberto Follari






Cuando esto se lea, se conocerán los resultados de las PASO nacionales. Podrá hacerse mejores conjeturas sobre quién podría ganar las elecciones de octubre, y se irán perfilando resultados que -de cualquier modo- pueden confirmarse o modificarse parcialmente dentro de dos meses.

Pero esa no es la finalidad de las PASO. No se trata de una especie de preparación para las elecciones generales, sino de la decisión de quiénes podrán participar de ellas. Los que en estas PASO obtengan menos de 1,5% de los votos, quedarán afuera. También los que pierdan en las internas que haga un partido, o una alianza (como, por ej.,la que han configurado el PRO y las autoridades partidarias de la UCR). Es decir: las elecciones primarias definen quiénes pueden participar de las definitivas.



La población no sabe mucho para qué sirven las PASO. Y no es fácil saberlo, con la barahúnda electoral que hemos tenido en Mendoza este año. En verdad, las PASO son un avance importante de la democracia. Cuando el gobierno nacional las impulsó en el Congreso logrando aprobarlas, muchos las rechazaban desde las oposiciones políticas. Sin embargo, luego las han utilizado con importante logro. Por ej., el Estado garantiza condiciones de financiamiento equiparables para todos los partidos y agrupaciones, por sobre las cuales cada una puede agregar, pero sólo limitadamente. Esto ha hecho que las izquierdas, por primera vez, tengan una nítida visibilidad en spots televisivos y cartelería callejera. La otra gran ventaja es que puede presentarse quien quiera, aunque las autoridades partidarias pretendan impedirlo: en todo caso, las dos (o más) opciones tendrán que enfrentarse en las PASO. De tal modo se impide el “tapón” que burocracias políticas quieran hacer contra renovadores. Randazzo y Cobos, en sus respectivas coaliciones electorales, no fueron finalmente candidatos a la presidencia; pero cualquiera de ellos podría haberlo sido si lo hubiera decidido, y nadie podría impedirles haber ido a primarias contra el candidato “oficial” de su propia agrupación.

Es verdad; hay algún desgano en la población, especialmente en provincias como Mendoza donde varios intendentes desdoblaron su elección de la provincial, y la provincia las desdobló de la nacional. De tal manera ha habido tres elecciones diferentes, lo que con sus respectivas PASO da el número de seis; podrán ser siete, si hubiera segunda vuelta nacional. Una enormidad, un gasto excesivo en lo económico y en el esfuerzo y atención de la población.

Habrá que reglamentar, entonces. De ahora en más, todas las elecciones juntas, las de municipios, gobernaciones y Nación. Esta proliferación de elecciones sucesivas ha sido agotadora e innecesaria, si bien cada vez se eligió autoridades de importancia, ya sea en lo local, lo provincial o en la Nación toda.

Pero hemos ido PASO a PASO, y todavía nos quedan una o dos votaciones más. No es de tomar por bueno este exceso, si bien vale la pena contrastarlo con la época en que la última dictadura nos decía que “las urnas están bien guardadas”, que había “objetivos que cumplir, pero no plazos” para que aquel gobierno despótico se fuera. Más vale muchas votaciones, que no tener ninguna. Es meritorio que nuestro país hoy sostenga con fuerza la democracia, la cual desde el golpe a Yrigoyen en los años 30 quedó herida por las interrupciones golpistas permanentes.

Es que, por suerte, hemos naturalizado las libertades, y ahora estamos acostumbrados a ellas. Las gozamos sin pensarlo, y ello es lo mejor, pues tales libertades son un derecho fundamental. Sin embargo, no pudimos usufructuarlo por tiempos muy prolongados dado las sucesivas dictaduras instaladas, las últimas en 1966 y 1976. De modo que es decisivo tanto votar como disponer de libertades, cuestiones ambas conculcadas por larguísimos períodos en nuestro país, en medio de la suspensión del voto o de elecciones con proscripción, cuando el peronismo todo votaba en blanco, y era ese voto -por lejos- superior al de quien obtenía más sufragios partidarios.



En fin, que estamos en democracia, ese bien que Raúl Alfonsín supiera privilegiar, el mismo que en los últimos años se ha profundizado en cuanto a participación y reivindicaciones populares. Aunque alguna diva de la televisión, desde su olímpica ignorancia, diga lo contrario, desde 1984 ha habido malos momentos, represión e incluso muertes -en todos los períodos, pero más en los neoliberales de Menem y De la Rúa-, pero no tortura sistemática, no secuestros permanentes, no ocupación de los medios de comunicación, no echados cotidianos de los puestos de trabajo, no vigilancia y persecusión generalizadas, no campos clandestinos de detención, no exilados forzosos, no listas negras por posición ideológica, no universidades con carreras cerradas. Todo aquello, por suerte -y por resistencia popular-, quedó en el pasado (si bien restos menores de ello pueden aún esconderse en algún resquicio institucional).

Así es que podemos ahora votar y elegir. Aunque ello sea en tantas ocasiones, que las podamos juzgar demasiadas. Siempre es mejor que la no-participacion, que aquel silencio y aquel dolor callado de los años de plomo.

(www.jornadaonline.com.ar)

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