HISTORIA / Tras cinco años de ausencia, San Martín intenta volver (segunda parte) / Escribe: Felipe Pigna






VIENE DE LA EDICION DE AYER

Los pasaportes fueron concedidos y todo Buenos Aires se enteró de que el general no desembarcaría y marcharía a Montevideo. El diario unitario El Tiempo, continuando la tradición rivadaviana, comenzaba su campaña contra San Martín en estos términos: “Llegar a Montevideo, no desembarcar allí, fondear en nuestros puertos y en el acto y sin saltar a tierra, pedir su pasaporte para regresar a aquella plaza, es una comportación que parecería inexplicable si no hubiera algunos datos por donde poderla juzgar, pero que El Tiempo no pretende indicar en manera alguna. Baste decir que es imposible que el general San Martín llegara a nuestras balizas sin estar perfectamente impuesto de lo ocurrido en Buenos Aires desde el día 1° de diciembre; en el Janeiro se impondría de los principales sucesos y en Montevideo de todos sus pormenores y consecuencias del estado actual del país. No nos parece por lo tanto que sean las circunstancias políticas de hoy consideradas en general las que hayan decidido al señor San Martín a regresar a Montevideo desde nuestros puertos sin siquiera desembarcarse. Él ha recibido a bordo muchas visitas de sus amigos; se habrá impuesto por consiguiente de que en el día de hoy no se sostiene otra lucha en Buenos Aires que la del orden contra la anarquía y tampoco ignorará que en este país no hay hombres precisos. De lo que acaso en su larga ausencia no haya tenido proporción de juzgar con exactitud. Deseamos que el general tenga un buen viaje y que se desvanezcan cuanto antes todos sus escrúpulos”.5



Argentinos, derechos y humanos

La campaña continuó y el 12 de febrero, aniversario de la batalla de Chacabuco, El Tiempo publicaba tramposamente en la sección correspondencia, una nota firmada por “unos argentinos”. Creo de importancia transcribirla completa para que los lectores puedan apreciar la calaña de la prensa canalla de entonces. La rivadaviana nota decía: “Sabéis, General, que nuestra patria triunfante, mientras ha durado vuestra larga ausencia en la gloriosa lucha contra el emperador de Brasil, celebró una paz honrosa 6 y que por consecuencia de aquel memorable acontecimiento pocos meses ha, las bocas del Río de la Plata quedaron abiertas a la comunicación del mundo. Ahora queremos hacer notar que es un capricho singular de nuestra fortuna, el que después de aquel período histórico seáis, vos, General, tal vez el guerrero más ilustre de la República Argentina, uno de los primeros que hayan visitado las aguas de nuestro río. También es raro que cuando estábamos para alcanzar la dicha, de que permanecieseis entre nosotros hayáis encontrado el país indigno de habitarlo, y regreséis sin verlo. ¿Cómo podremos haceros arrepentir, General, de la idea de burlar nuestra esperanza?

¿Qué podremos ofrecer que os halague si no queréis ni ser compañero nuestro, ni nuestro guía, ni nuestro consejero? Viviendo con nosotros mil veces habréis podido tener ocasión de darnos ejemplos útiles y palpables de moderación y de paciencia; habríais intervenido alguna vez como árbitro en las contiendas domésticas o como consejero fiel en los conflictos comunes; en fin, habríais asistido como todos nosotros y cada uno con su propia ofrenda a los ministerios indispensables y sagrados de la patria, ya fuese que se quemara en sus altares el aroma y el incienso como en los días de júbilo, ya fuese que cerrados sus templos la discordia azotase las ciudades y los campos sacudiendo sus teas incendiarias como en los días de turbación.

Nos abandonáis, sin embargo, General; pero sin inquietarnos por los motivos que os induzcan a dar este paso, podemos manifestaros que la gratitud nos obliga a dejaros dueño de vuestro destino y que el cuidado de nuestra propia suerte nos impone la necesidad de armarnos del coraje sublime de habitar la patria a la que pertenecemos viviendo en ella lo mismo en los días en que el orden es sólido, y la unión perfecta y sincera que en aquellos en que jefes y partidos intratables manifestasen insaciables pasiones y principios que no debiesen dejar triunfar ¿Adónde iríamos huyendo de nuestra patria que la ignominia y el desdoro que publicásemos de ella no nos cortejasen también? ¿Cómo partir de las riberas del Río de la Plata gritando a todo el mundo que no hay en sus márgenes un solo punto habitable? Confesamos que esta resolución es imposible para nosotros. Los que dejáis en el país, de cuyo estado parecéis asustado y temeroso, olvidándose de su propia flaqueza por acordarse solo de la dignidad de la patria, creed, que antes de imitar vuestro ejemplo, preferirán con orgullo perecer en la tormenta por no defraudarla voluntariamente en uno solo de sus hijos de cualquiera capacidad, cualquier talento que pudiese echar mano en las necesidades de su situación. No olvidéis, cuando merezcamos el favor de un recuerdo, que a ningún hombre por grande que sea su mérito, le es permitido divorciarse con la patria y mucho menos si con pretensión orgullosa de lo que no os acusamos, general, pretende tener toda la razón de su parte, concediendo a su sola opinión todos los derechos de la verdad”. 7

Otros argentinos se sintieron dolidos por esta nota cobardemente anónima firmada por «unos argentinos» y lo hicieron público a través de la Gaceta Mercantil: “El general San Martín tiene derechos especiales para que la historia le designe largas páginas y ellas sirvan de modelo para las generaciones venideras; mas entretanto corre ese largo período, nosotros los presentes, recordaremos con respeto los días gloriosos que su época nos dio; quisiéramos que su conducta ulterior aunque en nuestra opinión es arreglada, no hubiese servido de pretexto para que los titulados Argentinos, en consonancia con El Tiempo, olvidando todas las consideraciones y lo que es más, la celebridad del día en que tuvo su origen la república chilena por la batalla de Chacabuco, rompan los diques de la moderación y arrojen el viento de sus tenaces pasiones sobre la sombra de un hombre cuyo rango y opinión está suficientemente justificado ante el mundo todo. Para llenar este deber su barómetro serán los hechos y decididos servicios de este general para llevar la libertad en triunfo hasta el Pichincha, su política liberal y filosofía para guardar un silencio sepulcral en medio de los combates de sus enemigos, garantido de su conciencia justificada; principio poderoso para esperar su conservación en la vida privada que ha adoptado con mortificación de sus enemigos implacables, concluyendo con recordar a estos que si ellos, el día consagrado al aniversario de la batalla de Chacabuco, primero de la existencia de la república chilena, han empleado su pluma para denigrar el carácter del fundador de ella, eso mismo y la justificación de la injusticia de sus alevosos tiros derrama esta breve contestación de un jefe del Ejército Libertador, al mando del general San Martín” 8.

El general San Martín conocía perfectamente a esos “argentinos” que firmaban la nota de El Tiempo, a los que les había dedicado un párrafo notable en la carta dirigida a su amigo O’Higgins, que citamos más arriba.

Su gran amigo, Tomás Guido, le escribía: “Mucha satisfacción me ha dado el saber que usted llegó felizmente a Montevideo y que está fuera de contacto de las pasioncillas que aquí se agitan. […] Hay otro negocio sobre el cual gustaría saber la resolución de usted prontamente, si no hay sistema en ocultarlo; tal es: si usted se resuelve pasar o no al Perú. Quizá considere usted impertinente esta pregunta; no lo es, si usted se persuade de que el interés de América y simpatías indelebles por usted me mueven a esta averiguación. Estoy informado de que usted ha sido llamado por el general La Mar y que se le han acordado a usted sus honores y sueldos; creo también que su presencia en Lima contribuiría decididamente a que se pagasen los haberes vencidos; pero no son esos intereses los que yo quiero saber si a usted lo llevarán a aquel país; es, en una palabra, y bajo la reserva de que usted sabe soy capaz, si usted se decidirá a tomar parte activa en la suerte del Perú, comprometido hoy en una guerra justa y con muy pocos hombres que lo presidan. […] Buenos Aires continúa marchando bajo el mismo sistema que en diciembre; se aceleran los preparativos para una fuerte expedición contra los gobernadores de las provincias interiores. Hoy sin embargo se asegura que el general Rivera ha ofrecido mediar entre las partes beligerantes para evitar la guerra civil”.



San Martín en Montevideo

En Montevideo fue recibido por el jefe del naciente Estado, el general Rondeau, 9 quien le ofreció alojarse en su residencia oficial. San Martín agradeció la hospitalidad pero prefirió alquilar una habitación en la posada Fonda de Carreras. La fonda estaba ubicada en el centro de la ciudad, en la Plaza Matriz; tenía dos pisos. En la planta baja estaban el café y el salón comedor y en la alta, la posada con habitaciones a la calle. Pero ante la insistencia de varios amigos, se mudó el 19 de febrero a la finca El Saladero, de Gabriel Pereira, en el actual parque Battle y Ordóñez. En aquellos primeros días en Montevideo, el general recorrió la ciudad en compañía de su inseparable Eusebio y pudo visitar al coronel Eugenio Garzón, ministro de Guerra del Uruguay. Le contó de su recorrida y le aconsejó que demoliera las murallas de la ciudad-puerto porque iban a contener la expansión urbanística de la ciudad y porque como elemento de defensa habían quedado arcaicas e inútiles frente a la artillería de las nuevas naves de guerra europeas.10 También se hizo tiempo para responder a la honorable invitación a asistir como espectador a las sesiones de la Asamblea Legislativa en las que se debatía la carta orgánica del Uruguay. En una cena se pudo reencontrar con su cuñado Manuel Escalada.

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