Lo de Tsipras y Grecia,así como lo de Kirchner y Argentina, no es tan solo una necesaria política keynesiana de aumentar la demanda interna y sostener, de esa manera, la caída internacional de la misma. No es solamente introducir al Estado en el reino absoluto del mercado para regular el funcionamiento del mismo y ponerlo al servicio del interés nacional y popular y no del capital financiero.
Significa, como paso previo, romper la cadena del endeudamiento, cuyo principal papel es poner a los acreedores en el papel de síndicos de la quiebra, quitando soberanía a los estados y obligando a sus pueblos a aceptar su empobrecimiento y pérdida de horizontes.
Es decir, significa desendeudarse, aún a costa de que esa moratoria ponga en jaque todo un sistema, que como ha proclamado Francisco, es injusto y se basa en hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Y eso es un desafío estratégico en el que se juega, no solo el futuro de Grecia, como se jugaba en el 2001 el destino de Argentina, sino el del conjunto del género humano, amenazado por la esclavitud a la que quiere someterlo una mera creación humana, el capital financiero, que no es otra cosa que trabajo humano, transformado en un fetiche que ha dejado de cumplir la función para la que fue creado, el dinero.