ARGENTINA / La teoría del doble comando / Escribe: Alejandro Horowicz






Una pesada ola de desencanto rodea la política nacional. En uno de los extremos, el rincón opositor, la posibilidad presidencial de Mauricio Macri apenas sobrevive, ya que pocos creen que obtenga algo más que la solitaria victoria en la Capital Federal del próximo domingo 5 de julio. Y si bien es cierto que el PRO siempre ganó en segunda vuelta, no lo es menos que en el entourage de Mauricio esperaban otra cosa. Actuaban como si el envión de su candidatura se retradujera en victoria arrolladora, en lugar del trabajoso parto que augura Horacio Rodríguez Larreta.

Y si los hados no le fueran propicios, si la "evolución" del candidato radical se terminara instalando entre el elevado nivel de indecisos, toda la construcción de 8 años estaría en franco riesgo de desintegración. Córdoba, que parecía una posibilidad de impulsar la ola amarilla, terminaría siendo otra decepción, dado que Juan Schiaretti galopa tranquilo hacia la gobernación mediterránea. Al punto que el gringo Schiaretti puede darse el lujo de evitar toda clase de controversia pública, y reducir la campaña a los spots publicitarios. No faltan los que sostienen que la salud del futuro gobernador no pasa por el mejor momento, y que su bajísimo perfil no es exactamente una decisión política.



Por si esto no alcanzara, el cuadro económico, que los garúes del mercado anunciaron desmadrado, no ha sufrido modificaciones de peso. Esto es, salvo el leve corrimiento del dólar blue, que superó los 13 pesos, el nivel de reservas del Banco Central permite sostener, en las proximidades del ministro de Economía, que "no hay dudas sobre la capacidad de pago de los vencimientos de deuda, y más allá del permanente reclamo devaluatorio de algunos sectores no hay ruido cambiario grave". Basta recordar la corrida de septiembre del 2014, cuando el billete tocara los 16 pesos, para entender que los instrumentos utilizados por la autoridad monetaria (tasas de interés atractivas para un dólar parado, junto a títulos dolarizados) funcionan. Es más, los 5000 millones de dólares, que llevaron las reservas del Central hasta los actuales 34 mil, casi coinciden con los 52 mil millones de pesos neutralizados por la autoridad monetaria. Si parte de ese dinero hubiera ido a parar al mercado marginal, el billete verde cotizaría a otro precio. En el rincón del oficialismo dos perspectivas de distinta intensidad emotiva gobiernan el horizonte. Los seguidores del gobernador bonaerense esperan de buen ánimo la "dura encrucijada del cuarto oscuro". En cambio, el nivel de aprehensión de la militancia K no puede disimularse. Al punto que una tesis comienza a ganar terreno: ¿Acaso no es posible que Cristina Kirchner siga siendo la jefa del movimiento, mientras Daniel Scioli ocupe el sillón de Rivadavia?

Una compleja historia nacional

Cuando Hipólito Yrigoyen obtuviera en 1916 la presidencia de la nación, un segmento antipersonalista tuvo que aceptar sumarse al torrente del caudillo para encumbrarlo. Como la titularidad del Poder Ejecutivo no se obtenía por voto directo, sino a través de un Colegio Electoral –se votaban electores que elegían presidente– los representantes de Entre Ríos tuvieron en sus manos la decisión final. Es cierto que terminaron por avenirse, pero marcaron la cancha. Y cuando Yrigoyen opta por Marcelo Torcuato de Alvear para la presidencia, en 1922, se ve obligado a guardar una estricta prescindencia sobre las medidas que adopta el segundo turno radical. Esto es, no hubo doble comando sino una delegación temporal de la jefatura. Y si bien Alvear no pudo imponer otro candidato que no fuera el mismo Yrigoyen, el peludo no intervino en la determinación de sus políticas de gobierno.

Durante el primer peronismo la idea de compartir poder, tan distante del presidencialismo argentino como del ideario del general, no pudo levantar cabeza. En medio de la reforma constitucional del 49, cuando los diputados constituyentes encabezados por el coronel Domingo Mercante, consultan al presidente Perón sobre si incluir o no una cláusula que permita la reelección se desata una crisis. El presidente les dijo que no hacia ninguna falta modificar la constitución, y todos quedaron convencidos que así era. Eva Perón, por indicación de su marido, realizó todas las maniobras de trastienda que concluyeron en "reforma", y Mercante, por aquel entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, al tiempo que "heredero natural" del gobierno, nunca mas ocupó ningún cargo público.

En 1972, cuando terminara de quedar claro que el general Perón no tenía fuerza suficiente para quebrar la cláusula proscriptiva impuesta por el gobierno de Alejandro Agustín Lanusse, Héctor José Cámpora, el Tío, termina encabezando la boleta electoral del Frente Justicialista para la Liberación Nacional. Gana las elecciones con una consigna clara: Cámpora al gobierno, Perón al poder. Y el 25 de mayo de 1973 asume la presidencia con una Plaza de Mayo rebosante de juventud, mientras los militares se retiran bajo una lluvia de escupitajos. La primavera camporista había estallado y duraría seis brevísimas semanas.

Bastó que el general regresara a la Argentina para que su rol de conductor estratégico mutara. La tensión entre el gobierno y el general, primero pareció anecdótica, pero con el correr de las horas quedó en claro que Perón no se proponía ninguna otra cosa que volver a ser presidente. Por esa fisura, la lucha de tendencias recibió un inesperado empujón, y Cámpora terminó eyectado de la Casa Rosada. De delegado personal del líder, cargo que ejerce hasta asumir la presidencia, del hombre leal a Perón, pasa a ser una suerte de "archienemigo" peligroso. Al punto que se lo desplaza hasta la Embajada Argentina en México, para que no juegue en la interna. Dicho con sencillez, el doble comando construido para evitar una dura batalla democrática, el derecho del general Perón a ser candidato presidencial en las elecciones del 11 de marzo del 73, se transforma en crisis política. Y de la resolución de esa crisis terminaría dependiendo toda la política del tercer peronismo.

Conviene entender el asunto más allá de los nombres propios. No faltan los que sitúan el análisis en las "ambiciones personales", reduciendo a psicología de poca monta un complejo problema de construcción política. En un régimen parlamentario el líder del partido mayoritario es automáticamente convocado por el presidente de la república a conformar gobierno. En ese sistema el jefe de Estado y el de gobierno están separados –como en el régimen francés– en dos figuras: presidente a cargo del Estado, y primer ministro a cargo del gobierno. Ese no es el caso argentino que funde ambas figuras en una.



El modelo parlamentario permite incluso la cohabitación de un presidente de una bandería política con un primer ministro de otra, cosa que no puede suceder en el presidencialismo nacional. Cuando Juan Bautista Alberdi definió en sus celebres Bases la presidencia dijo: una monarquía constitucional por un periodo de tiempo determinado. La reforma constitucional del '94 no solo no recortó los poderes presidenciales, sino que terminó legalizando los decretos de necesidad y urgencia. Esto es, la posibilidad de ukases presidenciales que reducen notablemente la ingerencia del Congreso.

Entonces, la idea de un doble comando choca con el orden político imperante, al tiempo que no remite a ninguna experiencia exitosa previa. Es cierto que estamos frente a una coyuntura inédita y por tanto no se puede deducir algebraicamente el resultado. Hay, en simultáneo, una complicación adicional: la falta de un programa público, de objetivos estratégicos compartidos por los integrantes del Frente para la Victoria, y por tanto las decisiones puntuales –sujetas al vaivén de las circunstancias– terminarían siendo el opinable territorio de las diferencias.

En todo caso las tres banderas históricas del peronismo (independencia económica, soberanía política y justicia social) no han sido redefinidas, y en una política nacional donde la improvisación tiene un papel tan destacado, la idea de continuidad corre el serio riesgo de volverse evanescente; por tanto, las garantías administrativas –nombres propios de gobernadores, diputados y senadores– pueden volverse muy rápidamente reaseguros teóricos para una militancia cuyas expectativas exceden el horizonte de los funcionarios públicos.

(Tiempo Argentino, 29 de junio de 2015)

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