Existe sobre la economía brasileña un amplio consenso en que se encuentra a las puertas de su peor recesión en 25 años. Considerando que Brasil es la economía más grande de la región, lo que le suceda impacta en toda la zona, y principalmente sobre sus vecinos: Argentina, Uruguay y Paraguay. En efecto, como parte importante de nuestras exportaciones van dirigidas a Brasil, su estancamiento prolongado implica menores niveles de consumo ergo, le vendemos menos.
Para los economistas locales e internacionales que hasta hace poco promovían la política económica brasileña como coherente y amiga de los mercados –en contra de la gestión argentina– ahora cambiaron y culpan al "populismo" por tal estancamiento. Así, el economista Alberto Ramos, de Goldman Sachs, en declaraciones al Financial Times, apuntó recientemente que "sabemos que los modelos populistas generan una falsa sensación de prosperidad en el corto plazo... Pero después llega el momento del ajuste, que consiste en replegar todas aquellas ilusiones de prosperidad que se habían generado falsamente". Como sucede en nuestro país, la verdad de la milanesa –o de la feijoada en este caso– es diferente. Si se analizan los datos sobre política fiscal y monetaria, se observa que Dilma asume en 2011 con una nueva política fiscal más austera, y manteniendo la férrea política monetaria que también fue patrimonio del gobierno de Lula.
Los efectos sobre el nivel de actividad no se hicieron esperar y del 7,5% con que se despidió su antecesor en 2010, se pasó al 2,7% en 2011, su tasa más baja en los últimos 10 años –incluyendo los años de la crisis internacional del 2008 y el 2009–. Cabe mencionar también, que 2011 fue el año de mayor crecimiento de todos los del gobierno de Dilma, por lo que la desaceleración no comenzó ayer y menos puede culparse a una supuesta política fiscal expansiva, porque tal proceso nunca aconteció.
Hoy en Brasil, existe una fuerte discusión sobre las causas de la desaceleración económica y que podría resumirse en los que opinan que fue el populismo (palabra que intenta denostar a las políticas de inclusión social llevada a cabo en Sudamérica), los que sostienen que se debe al cambio negativo en el escenario internacional y otros que defienden la tesis de que la recesión es causada por el ajuste fiscal que comienza ya en el primer año de la gestión Rousseff.
La versión centrada en la situación externa es la enarbolada por los equipos económicos de Dilma, mientras que los medios hegemónicos brasileños, la oposición política, y los calificadoras y bancos internacionales, se vuelcan más por el impacto del “incremento del gasto púbico y el deterioro fiscal”. En el otro rincón, las corrientes verdaderamente progresistas y heterodoxas, muestran que ha sido la política de ajuste fiscal la que produjo la desaceleración y posterior recesión y que, como consecuencia del menor nivel de actividad, se resintieron los ingresos tributarios, deteriorando las cuentas fiscales, alcanzando un déficit del orden del 6% en 2014.
En un reciente debate económico en la UFRJ (Universidad Federal de Río de Janeiro) sobre las causas de la desaceleración económica que desde el 2011 afecta al Brasil, –posteado por la Revista Circus–, se puede observar la exposición del Profesor Carlos Medeiros, que sostiene que las causas del estancamiento son las políticas de ajuste del gasto público y el cambio de idea desde un crecimiento inducido por el gasto y la inversión pública, por otro esquema liderado por el sector privado, en base a la promoción de la inversión y las exportaciones. Objetivo que –todo indica– no se cumplió ni se va a cumplir.
La visión que sobrevolaba en el primer equipo económico de Dilma era que se debían reducir los costos empresarios, para acrecentar la tasa de ganancia. En ese sentido se bajaron impuestos al capital, pero la inversión privada no apareció y, al contrario, se deterioraron las cuentas fiscales.
El nuevo equipo económico que asumió en enero de este año, encabezado por Joaquim Levy, tomó la vía de reforzar el ajuste fiscal como camino de recuperar la confianza inversora, pero las consecuencias no se hicieron esperar, se pasó del estancamiento a la recesión. "Brasil tiene plenas condiciones de ejercer el equilibrio fiscal sin afectar derechos sociales o deprimir la economía", dijo Levy en su primer discurso. Permítannos, por la experiencia argentina, desconfiar de tal estrategia.
Levy es un ingeniero que se doctoró en Economía en la Universidad de Chicago (1992). Apodado "manos de tijera" por los recortes que impuso en las finanzas públicas cuando se desempeñó como Secretario del Tesoro, entre 2003 y 2006, bajo el primer gobierno de Lula. Desde 2010, Levy fue director de gestión y estrategia de Bradesco, el 2° Banco de Brasil. Desde un inicio delineó una gestión de mayor austeridad y recorte en busca de recobrar, por esa avenida, "la confianza de los inversionistas".
¿De qué se trata el Pacote Levy? El ajuste fiscal incluye un recorte de gastos que rondará los 23.300 millones de dólares este año, además de un aumento de impuestos para equilibrar sus cuentas. El objetivo es garantizar un déficit fiscal del 1,2% para este año y frenar el riesgo de que las calificadoras de riesgo le rebajen la nota de crédito (investment grade).
Como éramos pocos, la directora del FMI, Christine Lagarde, elogió hace un mes la política económica brasileña y dijo que el ajuste fiscal que se está implementando hará que el país retome el camino del crecimiento. Lo mismo nos decían a nosotros y le susurran hoy a Grecia, con resultados a la vista. "Brasil está claramente en la dirección correcta", agregó Lagarde. Al abismo, agregamos nosotros. Fin de la cita.
(Tiempo Argentino, sábado 20 de junio de 2015)