Hace pocos días la presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner ha generado uno de los hechos simbólicos más significativos de los últimos años: le devolvió el sable corvo del general José Francisco de San Martín al pueblo, lo ha recuperado de ese lugar oscuro y encerrado donde lo tenía guardado el Ejército y se lo devolvió a la sociedad civil y a ese lugar luminoso que es el Museo Histórico Nacional dirigido por Araceli Bellota. Hoy, el temerario acero descansa donde debía estar, es decir, al alcance de la mano de cualquier argentino que quiera verlo. No es poca cosa.
Esta semana, también, se cumplió un nuevo aniversario de la muerte del gran caudillo americano, el catamarqueño Felipe Varela, y la provincia lo celebró con las Jornadas de Pensamiento Nacional y Latinoamericano organizado por el vicegobernador Dalmacio Mera. Varela, sin dudas, es uno de los caudillos más lúcidos de la historia argentina y su Proclama debería ser de lectura obligatoria en las escuelas para que todos los argentinos pudiéramos descubrir las atrocidades que Varela denuncia en ese texto sobre el centralismo mitrista y su programa de acción americanista en defensa de la República del Paraguay.

En su proclama a los “argentinos”, “federales”, “americanos” y “nacionalistas”, Varela condena la Guerra del Paraguay y convoca a las repúblicas americanas a defenderse del imperialismo. Y lo hace en nombre del Pabellón de Mayo y las ideas americanas de San Martín. Hace pocos años, y a instancias de la presidenta, Varela fue ascendido post morten a “General de la Nación” en homenaje a su defensa por la Patria Grande. Los catamarqueños, orgullosos de su caudillo, celebraron el ascenso y vieron como su hombre tomaba vuelo propio en el panteón de los héroes americanos.
¿Pero qué tienen que ver Varela y San Martín más allá del reconocimiento que el catamarqueño hace del correntino? Mucho. Fundamentalmente, perdón por la ironía, porque los sables de ambos patriotas denunciaron la masacre que liberales conservadores argentinos, colorados uruguayos e imperiales brasileños, financiados por Gran Bretaña, perpetraron contra el pueblo paraguayo. Pero ¿cómo puede ser esto posible si San Martín murió en 1850, 16 años antes del inicio del brutal ¿genocidio? contra el pueblo paraguayo?
Sencillo. La respuesta está en el sable corvo. Como se sabe, San Martín legó su arma a Juan Manuel de Rosas por su valiente defensa de la soberanía americana en la Vuelta de Obligado. Ese acero acompañó al Restaurador de las Leyes en su exilio en Southampton tras el golpe de Estado internacional del 3 de febrero de 1852, conocido como la Batalla de Caseros, perpetrado por liberales conservadores argentinos, colorados uruguayos e imperiales brasileños, financiados por Gran Bretaña.
En 1869, Rosas decidió legar el sable de San Martín a otro patriota americano: al presidente del Paraguay, el mariscal Francisco Solano López, quien enfrentaba por eso años a los mismos enemigos de América que habían enfrentado al propio Rosas. ¿Se imaginan lo que podría haber pensado Bartolomé Mitre al enterarse de que el sable de su futuro biografiado caía de la mano de un Solano López asesinado allí en Cerro Corá? ¿Se imaginan el sable del Libertador en manos de un presidente paraguayo? Hubiera sido, sin dudas, un gran hecho significativo del americanismo de San Martín, del americanismo de Rosas, de Felipe Varela y Solano López.
San Martín ha sido devuelto al pueblo, Varela ha sido ascendido a General, el mobiliario de Solano López fue devuelto hace pocos meses al Paraguay. Pero aún queda un americano por terminar de reivindicar. Se trata de Manuel Dorrego, el vencedor en el campo de las batallas de Tucumán y de Salta, el defensor del voto universal para los jornaleros, el federal al que llamaban el “descamisado” o “el padrecito de los pobres”, el primer líder nacional y popular de estas tierras.
El político que era el representante de Simón Bolívar en el Plata, el gobernador que sancionó la primera medida de control de precios de productos de consumo popular, el que intentó la primera reestructuración de la deuda externa, el que luchó por la integración territorial de las repúblicas del Plata, el que soñaba con la gran Federación de Repúblicas Americanas, la primera víctima de un golpe de Estado en nuestro país y el único mandatario en ejercicio fusilado brutalmente por el partido unitario, es decir, el liberalismo conservador en la Argentina.
Hoy, Dorrego es homenajeado por el Instituto de Revisionismo histórico Iberoamericano, espacio que aún está en deuda con la valiente decisión de crearlo por parte de la presidenta de la Nación. El Dorrego debería estar a la avanzada de la batalla cultural, pero debería hacerlo con una mirada abarcadora, compleja, valiente, que no se limite a repetir lo que generaron intelectualmente los padres del revisionismo sino que continúe preguntando, indagando, investigando, molestando, articulando con otras experiencias como la historia social, la historia de la cultura, la historia conceptual, que incorpore a historiadores académicos, periodistas, divulgadores, politólogos, psicólogos, sociólogos, que se constituya como un espacio productivo, federal, democrático, diverso, plural, que genere un nuevo pensamiento y una nueva mirada sobre nuestro pasado.
Posiblemente, hoy, ya instalados en pleno siglo XXI, sea necesario dejar de hablar en los términos del siglo pasado e ir hacia un post revisionismo, que supere ciertas taras producidas por la dicotomía historia oficial vs liberalismo. Complejizar es hacer historia. Y hacer historia es complejizar.
Manuel Dorrego nunca quiso ser ascendido a general sin ganarse los laureles por acciones militares. Rechazó esa distinción expresamente cuando quisieron homenajearlo como gobernador de Buenos Aires. Dijo que él quería ganarse su ascenso gracias a su merecimiento personal. Esta semana, el 11, se cumplirá un nuevo aniversario del nacimiento del primer jefe de los federales. Algunos combates se dan en vida en campos de batalla. Otros, desde la eternidad, se dan en los territorios de la historia. Desde el 13 de diciembre de 1828, día en que Dorrego fue asesinado en los campos de Navarro, su figura viene batallando a favor de los humildes, de las provincias, de los americanos. Sin dudas, sería un buen regalo de cumpleaños ascenderlo a general. Manuel se lo merece.
(Tiempo Argentino, domingo 7 de junio de 2015)