ARGENTINA / Modos de desnudarse ante el juez Griesa / Escribe: Alejandro Mareco






Pusilánimes, impotentes, celebratorios, embroncados, angustiados... Son muchas las maneras argentinas de desnudarse frente a este nuevo episodio de intento de ahorcamiento de aquellos que tensan otra vez la vieja soga de la deuda externa.

La decisión de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos de abandonarnos –a nosotros y a todos los deudores del mundo ajeno al centro– a las garras de un juez llamado Griesa nos ha puesto a andar de nuevo por la cornisa.

El problema no es el problema sino tu actitud frente al problema, dice una frase tantas veces repetida. Pues algo de eso cuentan los modos de desnudarse frente a Griesa. “No lo hagamos enojar; no digamos frases altisonantes que lo molesten; no hablemos de extorsión: nos va a castigar todavía más”.


Cuesta, entonces, creer que tantos pretendan disciplinar los modales de una sociedad de 40 millones y sus dirigentes frente a la figura de una persona con toga, por representante de la supuestamente imperturbable ley norteamericana que sea (que funge como la ley del mundo).

Es posible que tanto tiempo de yacer y padecer bajo el peso de discursos de derrota, de obediencia económica y política debida, nos haya atrofiado ciertos reflejos de dignidad, y acaso una dosis de sopor nos haya quitado algo de atrevimiento para tratar de pensar más allá del marketing neoliberal.

Por lo pronto, Griesa no es nuestro verdugo personal sino el brazo ejecutante de un sistema que ya no pone el acento en la lógica de la explotación capitalista de la producción de bienes, sino que hace de la especulación financiera su Santo Grial.

Poco les importa que el mismísimo papa Francisco eleve su clamor contra esta obscena práctica de producir dinero en cantidades inconmensurables sólo a partir del dinero mismo; o que el diario The New York Times se lamente por la decisión de la Corte de su país porque incluso pone en peligro la condición de capital financiero de la ciudad de Nueva York; o que hasta el gobierno estadounidense pudiera estar en desacuerdo.


Nada conmoverá el instinto de ambición desmesurada, ni siquiera una hipotética toma de conciencia de su propia perversión, pues, precisamente, la palabra conciencia no existe en el diccionario de los depredadores.

La deuda externa argentina es desde hace décadas la piedra que nos cuelga del cuello. Lejos de haber usado ese dinero para desarrollarnos, terminamos hundidos y con las manos atadas por el Fondo Monetario.

No fue casualidad que nos haya estallado durante la dictadura militar, como colofón de un sangriento proceso antinación, y que el mismo Domingo Cavallo que fue artífice del remate de los bienes colectivos, haya rubricado con su única medida estatizante: convertir la deuda de privados en un asunto de todos (es curioso que los que reclaman libertad de mercado y de la iniciativa privada terminan haciendo pagar sus desvaríos al Estado).


Hay que tener presente quiénes fueron los arquitectos de esa deuda, multiplicada en democracia. Por lo pronto, este episodio indica que en esta última década de ser insolventes pasamos a ser otra vez objeto del deseo de la rapiña financiera, lo que indica que estamos vivos, que hemos recobrado salud, pese a tanto en contrario que se dice.

No es sencillo abrirse camino en un mundo acechado por los buitres de las finanzas. Pero la única manera de avanzar, está visto, es profundizar nuestro horizonte independiente para incluirnos en el mundo sin dejar de preservar nuestro sentido de bien común. La genuflexión no debe ser nuestra manera de desnudarnos frente a los poderosos: también ya hemos visto qué nos pasa cuando eso sucede.

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