MENDOZA / Primer Encuentro de Cambio Climático / Escribe: Alberto Lucero






Se llevó a cabo en Mendoza el Primer Encuentro de Cambio Climático; allí estuvimos y escuchamos a la directora del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Margarita Astrálaga diciendo: “Cuando tienes un recurso limitado, como es el caso del agua y dado que la minería requiere mucha, entonces entre todos tenemos que decidir cómo vamos a gastar ese recurso” y agregó “el agua es vida y sin agua no tenemos futuro; si los glaciares se van a derretir y si al agua no la estamos manejando bien, la vida toda está en peligro”.


Clarísimo el enfoque de las Naciones Unidas, sobre los riesgos de asignar la poca agua disponible a la minería, para que mañana no tengamos que llorar sobre la leche derramada, como hoy están llorando los habitantes de Copiapó, en Chile, la frontera sur del desierto más seco del mundo, pues su río, el río Copiapó, dejó de traer agua y quizás, hasta tendrán que llegar a racionar el agua para beber.

Todo empezó con las modificaciones en las leyes del agua en 1981, durante Pinochet; entonces las empresas mineras aprovecharon y compraron muchísimos derechos de agua en toda la cuenca del Río Copiapó, hasta que los derechos otorgados quintuplicaron la capacidad de la cuenca. 10 años después, en 1992, durante el primer gobierno de la Concertación, cuando el problema era ya evidente, se determinó que no podían seguir otorgándose derechos, pero el daño ya estaba hecho y el paso del tiempo empeoró la situación, hasta llegar a un punto insostenible, como hoy.

En Tierra Amarilla, la comuna de 12 mil habitantes pegada a Copiapó, la minería y la agricultura se disputan el agua a pocos metros de distancia una de otra y un observador distraído podría pensar que los cerros que encajonan al pueblo son iguales a los del resto del valle, pero una mirada más atenta revela que gran parte de las laderas son artificiales; son acumulaciones de material estéril, inútil desperdicio de las numerosas tareas mineras, que han transformado las posibles áreas de cultivo de los cerros, en más desierto.

Lina Arrieta, directora de la Junta del Río Copiapó dice: Para trabajar en agricultura aquí hay que ser muy valiente, hay que amar mucho la tierra y luchar contra molinos de viento.


Soportando el polvo del paso de los camiones y de las voladuras de las empresas mineras, parada junto a la cerca del campo de su madre, donde todavía se ven los restos de un derrame minero de agua contaminada que pasó al lado de sus cultivos de parras, producido por las mineras Punta del Cobre; Minera Carola; Ojos del Salado y otras, que extraen el cobre, el Oro y la plata de los cerros chilenos, Lina Arrieta es una de las dirigentes más combativas de la zona y hoy su lucha está concentrada en el agua, pues ha visto cómo el desierto ha ido avanzando y su último pozo de 80 metros, quedó seco en sólo tres años.

“Recuerdo que el río Copiapó era la piscina gratuita a la que uno iba. Tenía entre 20 y 30 metros de ancho. Hoy está seco. Me da una angustia tremenda.

Angelo Gighlino, con su campo al sur de Copiapó, en el Pueblo de San Fernando, también sufre porque el nivel de sus pozos disminuye en forma inusualmente acelerada: un metro por mes, debido a las perforaciones que se han hecho aguas arriba y, con el agua escasa, ha debido disminuir la superficie de sus cultivos. Ya pasó de 60 a 37 hectáreas y pronto tendrá agua para regar sólo 12. “En algún momento voy a tener que parar”, vaticina con los dientes apretados.


Desde nuestra querida Mza, recordando lo que dijo la experta de las Naciones Unidas y viendo lo que les está pasando a los hermanos chilenos, aquí, cerquita, al otro lado de la montaña, dado que también para nosotros el agua es cada vez más escasa, entre todos tendremos que decidir qué priorizamos, porque el agua es vida y sin agua, no tenemos futuro. ¡Así de sencillo!.

Las grandes empresas mineras trasnacionales piensan llevarse el oro; el cobre y la plata asociada, siempre buscando sus fabulosas ganancias, que irán a parar a las cuentas de bancos en los países del Norte; nos quieren convencer con algunas cuentas de colores, como hicieron con nuestros pueblos originarios y, lamentablemente, como ha pasado varias veces en nuestra historia, ¡encuentran algunos de nuestros comprovincianos que los defienden!

Por suerte, no solo Margarita Astrálaga de las Naciones Unidas, sino toda la Sociedad Mendocina tiene bien claro que SIN AGUA, NO HAY VIDA y la Ley 7722 que la protege, es la única verdad.

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