MENDOZA / Misión cumplida en el fútbol / Escribe: Roberto Follari






Y fue que Copacabana toda se vistiò de celeste y blanco, y que cuarenta mil argentinos llegaron al Brasil el sàbado, que una oleada de fervor nos venìa conmoviendo dìa a dìa y explotò con los penales atajados por Romero y el marcado finalmente por Maxi, mientras muchos llenaban con nuestras camisetas, gorritos y vuvucelas las calles cariocas como si fueran el barrio de San Telmo o de Balvanera, y la alegrìa volvìa a ocupar un lugar en los rostros conmovidos por la emociòn y los abrazos, por lo compartido, por el orgullo nacional que puede ir contra los buitres pero tambièn con el fùtbol, quizà màs que nada en el fùtbol como pasiòn colectiva que poco sabe de de las complejidades de la polìtica.


Sobrevino que finalmente ganò Alemania. Y no fue injusto. Pero tampoco hubiera sido injusto si hubiera ganado la Argentina. Partido parejo, duro, donde tuvimos muy parecido nùmero de ocasiones de gol. Ellos dieron una en el palo, y hubo una gran atajada de Romero. Nosotros tuvimos un gol anulado (efectivamente nuestros jugadores estaban en off-side), una situaciòn dudosa que pudo ser penal no cobrado contra Pipa, el tiro que el mismo Higuaìn errò solo frente al arco, el de Messi a centìmetros del palo izquierdo...cualquiera pudo ganar, y esta vez les tocò a ellos. Pero se estuvo a la altura del desafìo, pudo haberse ganado frente a los que venìan de meter 7 goles a 1 a la selecciòn brasileña (nada menos).

La alegrìa no se dio, pero la mayorìa de los argentinos ha estado a la altura de la historia. Aprobando a un equipo que peleò con limpieza, aplaudiendo a un tècnico medido e inteligente, a la vez que humilde y honesto. Asumiendo a un Messi que tenìa a todos los rivales encima, y que por ello no siempre pudo ser el genio que conocemos. Siguiendo a un conjunto con enorme conciencia de ser tal, un grupo humano serio y unido. Equipo que fue de menor a mayor y tuvo un hèroe en el antes resistido Romero, un gran baluarte en Rojo (otro resistido), una buena sorpresa en Enzo Pèrez, un Di Marìa que brillò antes de su lesiòn. Un Mascherano luchador, y asì tantos otros nombres donde ninguno desentona, porque al margen de mejores o peores actuaciones personales, todos sirvieron al buen resultado de conjunto, que permitiò a la Argentina volver a ponerse en lo màs alto de la competencia mundial futbolera.


Se hizo mucho, y se hizo bien. Contra los agoreros de siempre. Contra el principal periodista opositor en Argentina, que dijo brutalmente que "El seleccionado es una mierda, y la Argentina tambièn es una mierda", en muestra elocuente del nivel de decadencia moral con que algunos fogonean su decisiòn de producir descontento. Hubo que ir contra los profetas del odio, y tambièn contra aquellos no malintencionados, pero que creìan tener razones para no creer.

Y a pesar de todo ello se ocupò Brasil con la oleada de argentinos que viajaron en aviòn, auto, òmnibus y hasta a dedo o en viejos autobuses para transportarse en grupo. Los que cantaban "Brasil, mirà lo que se siente..." promoviendo el entusiasmo colectivo y hasta el reconocimiento de los Creedence, autores iniciales de esa mùsica que, con otra letra, ya desde la Càmpora se habìa hecho familiar a multitudes. Y se durmiò en las playas o las calles, y se usò la misma ropa varios dìas sin remedio, y se comiò como se pudo en frugales asaditos improvisados en aceras, y en la amplia confusiòn alegre de gorritos, camisetas, rostros pintados, un fondo conmovedor de patria se nos fue conjugando en cada imagen que la televisiòn traìa, y màs aùn en cada nuevo partido bien logrado por nuestros muchachos.

Muchachos que ganan muy bien con lo que hacen pero que no escatimaron arriesgar las piernas por la Argentina, por nuestros colores. Un Messi que fue llevado a Catalunya cuando tenìa poco màs de 10 años de edad, pero que habla como si siguiera viviendo en Rosario, canta estribillos nacionales y se emociona como si viera todavìa el Paranà en cualquier esquina. Siendo parte de un equipo que jugò contra toda la geopolìtica del deporte, contra todo el poder imperial.


Alguien se preguntarà què tuvo que ver aquì el poder imperial. Mucho, podemos decir, aunque pocos lo señalen. Lo principal no es el rol a menudo discutible de dirigentes de la FIFA. El tema es que los latinoamericanos, al jugar contra europeos, no enfrentamos solamente a un paìs y su fùtbol. Enfrentamos a varios paìses a la vez. La mayorìa de los jugadores "alemanes" no nacieron en Alemania, ni tampoco son alemanes "ius sanguine", por vìa de sus padres. La mayorìa de los apellidos no son germànicos. Ni hablar de los negros africanos presentes en diversos equipos, tambièn Alemania pero en otros mucho más (ya que fueron màs activamente coloniales). De esa ventaja se habla poco; los argentinos jugamos con jugadores argentinos, no con un combinado multinacional como son los equipos europeos.

El otro aspecto es que ellos pueden prepararse mucho tiempo. Es mèrito de Alemania el llevar 10 años con un equipo casi continuo. Pero no es falencia nuestra no hacerlo; simplemente, no lo podemos hacer. Los paìses ricos pueden pagar a nuestros jugadores lo que nuestros clubes no pueden hacer. Resultado: tenemos un equipo de diàspora, que puede juntarse rara vez y a las corridas. Es una ventaja geopolìtica decisiva de los paìses del Norte.

Y a pesar de todo ello llegamos a la final, hicimos un partido digno que pudo ganarse, perdimos con hidalguìa y sin patadas ni revanchismos. El Obelisco se llenò con la presencia agradecida de miles de argentinos, a pesar de haber perdido el partido. Por una vez, no caìmos en la trama fàcil del derrotismo. Por el contrario las banderas argentinas no han dejado de ondear, el honor futbolero nacional se encuentra intacto, el orgullo por nuestros futbolistas sigue a pleno. No estaremos ya en Copacabana, pero algo de ese aire de banderas flameando sigue dando vueltas por la Boca, por Nùñez, por Avellaneda, por Humanuaca, por Calafate, por Misiones y Mendoza, por Còrdoba y Rìo Negro, por la patria toda que reservò un lugar emocionado para las làgrimas, tanto a la hora de la victoria, como a la del resultado en la final.-

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