MENDOZA / Auge de la ignorancia / Escribe: Roberto Follari






“Hombre de vasta ignorancia”, solía ironizar Borges sobre más de uno de sus detractores. Podría haber sido de “basta ignorancia” también, pues lo basto se liga a la rudeza y a lo poco elaborado.

Amplísima ignorancia, en todo caso, es lo que adscribía el gran escritor a muchos comentaristas y críticos literarios hechos al vapor, que jugaban de anticipadores del “hablemos sin saber” hoy impuesto en la Argentina.


Fue el sábado día del periodista. Un profesional de la información y al servicio de la verdad, que debe enfrentar presiones y dificultades. Pensemos en el corresponsal de guerra, en el que investiga al narcotráfico, pensemos en los periodistas cuando dictaduras. Muchos terminaron en la cárcel, como ocurrió en Mendoza al gran Antonio Di Benedetto. Fueron asesinados o desaparecidos 94 periodistas en Argentina cuando la última y sangrienta dictadura instalada desde 1976: fue número más alto que el de la suma de todos los demás países latinoamericanos juntos en el mismo período, cuando imperaban dictaduras desde Guatemala hasta Brasil, Uruguay y Chile (según denunciara en México el por aquellos años director de la Federación Latinoamericana de Periodistas -FELAP-, don Genaro Carnero Checa). Más periodistas asesinados en Argentina que en todo el resto del subcontinente conjuntado. Siendo que además de los muertos y desaparecidos, cabría contar los presos, los exilados, los echados de su trabajo, aquellos que estuvieron en listas negras y no pudieron siquiera ir a pedir empleo.


Es una tarea difícil y a la vez socialmente necesaria, la de informar de manera fidedigna. Por ello es necesario que el periodista sea éticamente leal, y a la vez disponga de un buen bagaje cultural. Quien no ha estudiado no puede interpretar con profundidad los hechos. No se puede hacer comentarios, emitir opiniones o siquiera desarrollar informaciones, sin mostrar que hay una buena base de comprensión. Las humanidades, las artes, las ciencias sociales, deben ser un acervo con el cual el periodista tenga familiaridad, sin la cual lo suyo se vuelve repetición de sentidos comunes, prejuicios y obviedades.

Lamentablemente, la televisión ha cambiado un tanto las rutinas de la profesión. Por supuesto que hay buenas y variadas excepciones a esto, pero empiezan a imponerse la velocidad, el vértigo y el olvido sistemático de lo que se dijo hace 10 minutos. Por ello, importan el impacto y la primicia, pero no si se los basa en información chequeada. Se dicen invenciones completas o verdades a medias por TV, y nadie se desdice cuando se demuestra que son falsas. Mucho menos se pide disculpas; por el contrario, se reincide en este comportamiento, repetido actualmente hasta el cansancio. Y la cultura y el conocimiento no están presentes o son a menudo superficiales, con lo cual uno puede escuchar comentarios discriminatorios, bobadas clasemedieras en contra de los pobres o culpabilizaciones apresuradas -hechas creyendo que la pantalla televisiva es sede judicial-, comparaciones ridículas con lo que pasa en países que quienes hablan ni siquiera conocen, o balbuceos primarios sobre la economía, acordes generalmente a lo que les dictan los gurús al servicio del mercado y de las multinacionales.


Lo peor es que algunos medios gráficos se han ido compadeciendo a estos modales posmodernos. En vez de contrastar con la superficialidad de la pantalla, se ponen a competir con ella, y de lo que se trata es de llamar la atención, cuando no de promover algo peor: lo que ocurre cuando la ignorancia se combina con el servicio a poderes económicos de larga data en la Argentina.

Por suerte hay mucho de esto, pero no todo es así. Sigue habiendo periodistas dignos de esa denominación, informados e informadores, atentos, serios y capaces de comprobar un hecho antes de darlo a conocer. Hay quienes son leales a la ética periodística, y resisten las facilidades de la época y los vientos en favor de la superficialidad, el adjetivo fácil y el sensacionalismo disimulado.

Los que han abdicado de los principios, en cambio, se ubican como blanco de aquel sarcasmo que solía hacer un singular intelectual venezolano, Rigoberto Lanz, ya fallecido: “Está en crisis la modernidad; está en crisis la ética; están en crisis las vanguardias artísticas y las formas tradicionales de la política. La ignorancia, en cambio, no está en crisis. Por el contrario, se encuentra en pleno auge”. Y, por supuesto, eso es algo que no solo ocurre con el periodismo, sino con una amplia gama de lo que se escucha en las conversaciones cotidianas de nuestro país.

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