INTERNACIONAL / Evangelii Gaudium: el pensamiento revolucionario de Francisco, el Papa compañero (primera parte) / Escribe: Daniel Di Giacinti






Asombra Francisco con su nueva Encíclica, al realizar un llamado ferviente a todos los cristianos a la lucha militante por el bien común y la paz social. Una convocatoria que incluye una serie de contundentes denuncias sobre la injusticia social de un sistema económico decadente y egoísta.

“….La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema….”

Advierte también sobre los peligros de intentar sofocar estas claras injusticias del sistema con artilugios políticos que diluyan el problema de los excluidos quitándole dramatismo a la grave situación social.


“…La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética…”(Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium; Pag. 169)

Sin embargo no se queda solamente en una denuncia y condena, sino que brinda herramientas concretas para organizar una acción transformadora para resolver la injusticia social. Y es en ese camino donde comienza a vislumbrarse una unidad conceptual con el peronismo.

“…En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes…” (E A E G; Pag. 170)

Esta diferenciación entre pueblo y masa se une con la concepción sociológica peronista, y es importante profundizar las características de ambos conceptos para poder comprender mejor el sentido de la propuesta Papal:

“…La masa se presenta allí donde se produce la absorción de la personalidad individual, allí donde el hombre pierde el dominio de sus actos y un sentimiento contagioso, pegadizo “amasa” a los individuos, uniformándolos hasta convertirlos en algo homogéneo, carente de toda personalidad.

Cuando un hombre se encuentra en la situación de ser un elemento integrante de una masa, sufre un proceso de anulación de toda su personalidad y entonces adquiere el valor de un mero número, reemplazable por cualquier otro nombre. Ese elemento de fisonomía difusa que es el individuo dentro de la masa, no es, por cierto, el hombre que realiza plenamente su personalidad dentro de la vida comunitaria.

La presencia de las masas inorgánicas ha sido deseada por el liberalismo y el colectivismo, porque se impedía así la formación del Pueblo, unidad social consciente de sus derechos y de sus destinos…” (Sociología Peronista, Juan Perón) Continúa la Encíclica marcando las diferencias de compromiso y participación entre la masa y un Pueblo:

“…Recordemos que « el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral ». Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía…” (E A E G; Pag. 170)

Este trabajo lento y arduo que plantea Francisco esta perfectamente establecido en la Doctrina Peronista. Para ello es necesario transformar las formas participativas del liberalismo que anula la acción social del ciudadano dejando la creación de las acciones políticas exclusivamente en “los profesionales de la política” -es decir los dirigentes tradicionales y sus partidos- y abrirlas a la Comunidad, organizándola para permitir una acción solidaria común. Es decir, lograr la maduración colectiva en esa acción solidaria que iría desarrollando distintos grados crecientes de compromiso social.

“…La Revolución Peronista cambia el rumbo de la evolución social de la comunidad argentina e inicia la marcha hacia la formación de la Comunidad Organizada a través de la conquista sucesiva de cuatro etapas: Cultura social; Conciencia social; solidaridad social; Unidad Nacional.

El camino a recorrer, alcanzando objetivo tras objetivo, escalonaría perfectamente bien el sentido de esa solidaridad. Primero, despertar en las masas populares una conciencia social, incrementarla y darle una mística personal hasta convertirla en solidaridad social, que ha de terminar en una solidaridad nacional, única solidaridad a través de la cual podemos llegar a la verdadera unidad nacional”. (Sociología Peronista, Juan Perón)

“Desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía…” plantea Francisco, con lo cual obliga a repensar las instituciones políticas que permitan promover esa acción social participativa. El peronismo se encuentra en perfecta armonía con ese pensamiento cuando reafirma sus convicciones respecto de la democracia social.

“El hombre en el ámbito social peronista encuentra su real ubicación, porque en ella no se toma al hombre aislado como la unidad absoluta del individualismo, ni como la parte indivisible del colectivismo, sino como una unidad independiente (libre) y a la vez subordinada (responsable). Es libre en cuanto posee un fin propio cuya realización aspira por su propia naturaleza y es responsable en cuanto a la consecución de aquel, sólo es factible a través de la realización de los fines específicos de las comunidades que integra. (Sociología Peronista, Juan Perón)


La historia del peronismo es la historia de intentar poner en marcha este nuevo concepto de ciudadano, un nuevo hombre congruente con las nuevas potencialidades que una extraordinaria revolución cultural hoy permite. Un hombre con una cantidad de información y canales participativos a su disposición que no encuentra la forma de traducirlos en una acción social hacia su comunidad porque el sistema de representación política en la cual convive no se lo permite.

La revolución peronista pese a sus intentos no pudo romper con la institucionalidad liberal, por eso se burocratizó y se detuvo. Si bien contaba con los estamentos populares dispuestos para la proeza, los dirigentes, -la oposición y también los propios- no comprendieron el llamado del Líder para transformar un democracia liberal, formal y corporativa en una democracia social, popular y participativa. Por eso es tan importante analizar la propuesta organizativa de Francisco, porque nos ayudará a tener una mirada retrospectiva sobre nuestra propia historia como Movimiento Nacional de Liberación e intentar analizar los porque de nuestras limitaciones Institucionales.

El peronismo intentó poner en marcha un proceso de Autodeterminación política, promoviendo la organización de la comunidad para permitirle en una acción creativa colectiva definir su propia identidad cultural.

Para ello debió primero promover un proceso de dignificación social para recuperar un pueblo cosificado por la explotación capitalista. Luego intentó organizarlo políticamente brindándole herramientas y formando dirigentes capaces de ordenar esa transformación colectiva. El primer intento fue en el lanzamiento del Segundo Plan Quinquenal en 1952 cuando propugnó las Organizaciones Libres del Pueblo para que conjuntamente con el Estado el ciudadano pudiera participar en la elaboración de los proyectos llevados adelante por el Poder ejecutivo. Luego lo intentó nuevamente en 1973 con el llamamiento a la organización comunitaria para la elaboración y perfeccionamiento de un Modelo de país que nos representara y definiera como nación. En ambas iniciativas el Líder fracasó. Simplemente porque el tiempo histórico no lo acompañaba y los procesos de autodeterminación política eran incomprensibles como procesos orgánicos institucionales tanto en 1950 como en 1970.

Hoy el llamado de Francisco a la cristiandad convoca nuevamente a proyectarse socialmente hacia su comunidad si quiere construir “un pueblo en paz, justicia y fraternidad”, y nos propone analizar una serie de principios “relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social”.

Estas tensiones son producto de la construcción de una nueva relación política entre el sistema político y el ciudadano abandonando la verticalidad materialista del demoliberalismo y el marxismo dogmático.

Esta verticalidad unidireccional entre el Estado y el pueblo se sustenta en una concepción moral que justifica y alienta el individualismo materialista.

“Ciertamente, hay morales que no dan este paso porque en su propia naturaleza está el de prescindir de la política, ya sea porque se consideran autosuficientes dentro de sus propias murallas, ya sea porque ante sus consecuencias prácticas, políticas, más allá de ellas, se muestran indiferentes.

Paradigma de las primeras, de las amuralladas en sí mismas es la moral kantiana, a la que le basta la recta intención del sujeto individual o su buena voluntad. No necesita por consiguiente trascenderse, proyectarse fuera de sí o rebasar sus murallas.

Otra versión de esta moral que prescinde de la política es la que Max Weber llama “ética de la convicción”. Esta moral, aunque reconoce que tiene consecuencias políticas, se desentiende de ellas. Vale decir: el sujeto moral (individual o colectivo) no asume la responsabilidad de sus actos o efectos políticos. Al absolutizar los principios y desentenderse de las consecuencias de su aplicación, esta “moral de la convicción” o de los principios viene a proclamar la máxima de “Sálvense los principios, aunque se hunda el mundo”. En la política impregnada de semejante moral, la fidelidad incondicional a los principios (o también al jefe o al partido que los encarna), se conjuga forzosamente con la indiferencia ante sus consecuencias.” (Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía Política Contemporánea, pag 278)

La propuesta de Francisco de “construir Pueblo” nos lleva a intentar una nueva filosofía de la acción política, donde el ciudadano más allá de participar a través de sus representantes o siguiendo los lineamientos del Partido Revolucionario o una Vanguardia Esclarecida, pueda él mismo brindarse en una acción contra la injusticia social.

Para ello debe el ciudadano asumirse como el protagonista y autor de la identidad política capaz transformar a la comunidad. Esta relación inédita que pone por primera vez a los pueblos en función creativa, obliga a dejar atrás los caminos preelaborados por las ideologías.

Respetar la creatividad popular significa intentar poner en marcha un aspecto práctico-instrumental que permita ir construyendo la fisonomía ideológica y cultural de la Nación en la misma medida que la Comunidad la va desarrollando y creando. Esto necesita obligadamente de una nueva concepción del ciudadano y del Estado.

En 1952 el Presidente Perón marcó las diferencias entre las distintas filosofías de la acción política:

“El individualista, cuya filosofía de la acción es netamente liberal, entiende que en su acción el gobierno debe prescindir de toda intervención en las actividades políticas, económicas y sociales del pueblo. Las consecuencias han sido desastrosas: la anarquía política en lo político, el capitalismo nacional o internacional en lo económico, y la explotación del hombre por el hombre en lo social.

El colectivismo, cuya filosofía de la acción es netamente antiliberal, entiende que en su acción el Gobierno puede y aun debe asumir la dirección total de las actividades políticas, económicas y sociales del pueblo. Las consecuencias no han sido menos desastrosas que en el individualismo: dictadura en lo político, intervencionismo en lo económico, explotación del hombre por el Estado en lo social.


La doctrina justicialista trae al mundo su propia solución fundada en la filosofía propia de la acción del gobierno, que no es de abstención total como en el individualismo, ni de intervención total como el colectivismo, sino de conducción de las actividades sociales, económicas y políticas del pueblo.

Las consecuencias de esta posición de gobierno se traducen en lo político como un régimen de libertad en función social; en lo económico, como economía social, y en lo social, como dignificación del hombre y del pueblo.

El Gobierno, según nuestra doctrina, es, en síntesis; gobierno de conducción.” (Juan Perón, 1/12/1952)

Sin embargo -como dijimos- el intento justicialista fracasó justamente porque no pudo imponer su nueva concepción filosófica y generar las nuevas instituciones. Hoy Francisco vuelve a la carga con la necesidad de buscar caminos para que la acción solidaria del individuo encuentre un cauce institucional que le permita a la comunidad madurar colectivamente. Esta acción lógicamente generará “tensiones bipolares” que surgen como producto de enfrentar las filosofías individualistas y materialistas que sustentan las instituciones y las prácticas políticas hoy en día.

“…quiero proponer ahora estos cuatro principios que orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común. Lo hago con la convicción de que su aplicación puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero.” (E A E G; Pag. 171)

El tiempo es superior al espacio

“Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El « tiempo », ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.” (E A E G; Pag. 171)

Para poder entender esta tensión que plantea Francisco debemos partir de la base que para el liberalismo no existe la posibilidad que el pueblo participe creativamente de la construcción de una identidad cultural. Por eso los tiempos de las acciones políticas tienen que ver con la política electoralista. La lucha política es por el poder puramente, ya que las transformaciones tienen a los pueblos como espectadores distantes.

“A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana.” (E A E G; Pag. 172)

“…Los partidos tradicionales habían, en efecto, constreñido y reducido toda la vida política nacional a un solo -y no el más fundamental- aspecto de esta: la política electoral. Esta hipertrofia de lo electoral, en detrimento de lo específicamente político, era la característica esencial del régimen anterior al peronismo. Toda la actividad política -de los partidos, de los caudillos e incluso del gobierno- estaba orientada exclusivamente al servicio de fines electoralistas.

(sigue en la edición de mañana)

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