Ya lo hemos afirmado, el 25 de mayo de aquel 1810, fue una revolución tal como lo proclamaron sus impulsores: Mariano Moreno, Belgrano, Castelli y otros más, dispuestos no solamente a romper con el yugo colonialista español, sino también a profundizar el anhelo y, de ahí en más, a construir una Nación realmente independiente, pero que contenga a una población, a un pueblo que sea el constructor de su propio destino, a ser el único usufructuario de los frutos y la riqueza de su tierra, sin esclavitud alguna y la destrucción de todo lo inquisitorial del régimen oscurantista del pasado.
Y a doscientos años, aquellas señales libertarias adquieren contemporaneidad como pocas veces antes. Enfrente un enemigo poderoso, el de los oligopolios internacionales, el de las corporaciones financieras y mediáticas, pero en decadencia y crisis, en peligro su esencia ideológica, o sea el capitalismo, que lo hace más peligroso y, por lo tanto, planificando sojuzgar al mundo entero a como sea. En el esquema de dominio aparece Latinoamérica como la gran reserva natural, o sea el agua, la tierra, el alimento. El subsuelo de su estrategia de dominio.
Y para ello cuenta con la materia que todo lo puede, según su visión monopólica y financiera: el dinero, la caja fuerte y los personeros que son dóciles a la dolarización de sus conciencias. Lo vemos con fuerza en nuestro entorno nacional y latinoamericano con oscuras acciones y gestos de ese enemigo, dispuesto a la violencia militarizada llegado el momento o momentos que lo exijan, el flagelo de su propia crisis. Y aunque su estrategia se quebranta en los diversos frentes en que se ha metido, o sea Asia y Africa, el "destino manifiesto" de dominio mundial no se borra de su agenda.
Nos envuelven las gestas de aquel Mayo y las muchas más, como aquel Julio de 1816, ahora en nuestra propia piel de argentinos y latinoamericanos: la libertad de nuestros pueblos no se ganó con súplicas. Los patriotas de Mayo y Julio no se anduvieron con chicas al momento de enfrentar el colonialismo hispano: "Escribieron sus proclamas en La Gazeta de Buenos Aires, trazaron en la clandestinidad un Plan de Operaciones que Maquiavelo hubiese aprobado; colgaron de un poste a Martín de Alzaga y fusilaron a Santiago de Liniers, dos de las cabezas más prestigiosas de la contrarrevolucón; fundaron regimientos, liberaron esclavos, pardos y morenos y con ellos conocieron la derrota en Huaqui, Vilcapugio y Ayohuma y triunfaron en Tucumán y Salta, en Florida, Chiquitos y Chacabuco. Y llegado el momento, no rehusaron ser implacables.
Nicolás Rodríguez Peña, que habló por los que no tenían fortunas ni vacas ni tierras, supo responder a los hipócritas, a los saciados y conversos: "Castelli -dijo- no era feroz ni cruel. Obraba así porque así estábamos comprometidos a obrar todos. Cualquier otro, debiéndole a la Patria lo que nos habíamos comprometido a darle... Qué fuimos crueles… ¡¡Vaya el cargo!! Mientras tanto, ahí tienen ustedes una Patria que ya no está en compromiso de serlo..." (Texto de Andrés Rivera en junio de 1990).
La Patria, esta Argentina que nos cobija, no es una abstracción para los discursos conmemorativos. Es lo que somos como seres de carne y hueso, de sangre y espíritu, en un pedazo del planeta que es este pedazo de tierra donde existimos, trabajamos, nos educamos, y morimos. Una realidad concreta es la Patria, que somos todos. Una Patria, una realidad que ya es.
(Fuente: LA QUINTA PATA)