Esa finca y ese mar, ese paramilitar son propiedad del Sr. Matanza", canta Manu Chao, hijo del escritor Ramón Chao, que en 1968 causó gran revuelo cuando difundió una conversación mantenida con el Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, en la que le habló de una denuncia contra Gabriel García Márquez por cierto parecido de su obra Cien años de Soledad con La búsqueda del infinito de Balzac. Por esos dichos, Carlos Fuentes lo acusó de "envidioso" y el guatemalteco debió aclarar que no había hablado de plagio. Asturias apoyó al gobierno de Jacobo Arbenz –derrocado por la CIA bajo la acusación de "dictador" y "comunista" porque interfería en los intereses norteamericanos–, conoció el exilio, mantuvo firme su compromiso político y tuvo un hijo guerrillero, Rodrigo Asturias, que formó parte de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, quien, a su vez, tuvo un hijo al que llamó Sandino, en homenaje al líder nicaragüense muerto a manos de esbirros norteamericanos, como el Sr. Matanza (a García Márquez le gustaba Manu Chao).
Asturias escribió El señor Presidente, que se emparenta al Yo el Supremo del paraguayo Augusto Roa Bastos y a El otoño del Patriarca de García Márquez (por nombrar algunos), obras en las que la literatura y el compromiso político se engarzan sin que se pueda distinguir el metal de la gema, porque son piezas literarias magistrales a la vez que pronunciamientos categóricos contra la explotación, el autoritarismo, el militarismo, el colonialismo y el imperialismo.
En el diario pinochetista El Mercurio, Carlos Peña critica la posición política de García Márquez, a propósito de su muerte, sobre todo su solidaridad con la Revolución Cubana, a cuyo gobierno Peña llama persistentemente "dictadura", e imagina una visita del colombiano a Pinochet, para concluir que hubiera sido duramente criticado por juntarse con un violador de Derechos Humanos (aquí hay que reconocer al diario cierto avance; hasta hace poco reivindicaba al tirano). Apoyar a esos dictadores, dice Peña, es negar la posibilidad de la propia existencia como escritor. Dice también que no fue el único que se dejó embelesar por Cuba y da el ejemplo de Bertrand Russell, a quien le hicieron firmar apoyos, cuando ya era un viejo, actos propios de la senilidad, dice Peña (ojo, Mariano Grondona, que la vejez puede hacerlo comunista).
García Márquez participó de la comisión conformada por la Unesco en 1977 para analizar la problemática de la comunicación. El irlandés Sean McBride la encabezó, un hombre que perteneció al Ejército Revolucionario Irlandés (IRA), hasta que en los '30 adoptó otros métodos, como la lucha por los Derechos Humanos, que lo llevó a ser cofundador de Amnistía Internacional y a recibir los premios Nobel y Lenin de la Paz, que también recibió Asturias. El informe McBride ("Muchas voces, un mundo") fue fruto de las gestiones por países no alineados para que el organismo se expidiera sobre la globalización en las sociedades modernas. El imperialismo domina en lo político y económico pero también en lo social y cultural, sobre todo mediante la concentración de los medios de comunicación que impone un discurso único, decían. Buscaban un nuevo orden mundial de la información en contraposición al "libre flujo de la información" sostenido por los EE UU y sus aliados.Sólo existiendo un nuevo orden informativo internacional sin prácticas monopólicas, existiría un nuevo orden económico internacional. Se debía garantizar la pluralidad de fuentes y alentar la democratización del proceso comunicativo.
El informe sostuvo que la concentración era provocada por el control de la prensa por industrias y bancos transnacionales, por la fusión de los periódicos y las sociedades de distribución, por la aplicación de los mismos patrones que en todos los rubros de la economía, transformando a la información en una mera mercancía. Los Derechos Humanos no podían existir sin libertad de prensa y de información y para ello se debía promover la democratización de la sociedad. El público debía conocer la propiedad de cada medio y debía existir un código de ética que generara responsabilidad social de las empresas. "El uso de la comunicación debe asegurar que haya más de una historia para asegurar a nuestros hijos que tengan un futuro", decía McBride.
El informe fue seriamente cuestionado, tanto por las potencias como por las empresas de comunicación que veían en riesgo su posición dominante. Como fruto de las presiones no pudo ser implementado. La llegada al gobierno del conservador Ronald Reagan, ladeado por Margaret Tatcher, dificultó aún más su posible ejecutividad.
García Márquez hablaba de la "comunicación sin regreso y la información pervertida" que sobre todo arrasaba en el Tercer Mundo. Por su participación en el informe, EE UU le cerró sus puertas. En 1982 recibiría el Nobel de Literatura. El informe sirve de guía para aspirar a sociedades democráticas, aunque la realidad se empecina en demostrar que quienes concentran y dominan la comunicación ejercen excesivo poder e influencia en la sociedad global. Las consecuencias descriptas en el informe se vieron fatalmente cumplidas. Estados Unidos es una clara muestra de cómo una oligarquía de banqueros, empresarios y militares hace creer que son ejemplo de democracia, mientras disfraza sus sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos.
El informe McBride podría haber tratado la complicidad de grandes medios con dictaduras –como El Mercurio en Chile o Clarín y La Nación en la Argentina– como forma de reasegurar la concentración monopólica y los intereses de la élite. Esos medios continúan generando operaciones políticas con miras a resguardar sus intereses y los de sus socios, a la vez que atacan a quienes mantuvieron su compromiso político y ético contra los monopolios, y defienden a sus colegas caídos en desgracia como Vicente Massot, acusado por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad.
"La historia humana se vuelve cada vez más una carrera entre la comunicación y la catástrofe", decía Mc Bride parafraseando a H. G. Wells.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 27 de abril de 2014)