INTERNACIONAL / Grecia resiste en clave trágica / Escribe: Eduardo Anguita






Aristóteles Onassis hizo su fortuna en base a la industria naviera griega. Llegó a ser el hombre más rico del mundo y hasta se dio el lujo de abandonar a la diva María Callas para casarse con Jacqueline Bouvier, viuda de John Kennedy. En los sesentas, en plena dictadura de Onganía, esas eran las noticias sobre Grecia que circulaban en la Argentina. Poco se sabía sobre la dictadura militar de los coroneles que gobernó entre 1967 y 1974 bajo el auspicio de la OTAN y la mismísima CIA porque Grecia era un lugar estratégico en la geopolítica de la Guerra Fría. Las protestas populares motivadas por la crisis económica y la represión, llevaron a la debacle de los coroneles. La comunidad europea arropó entonces a Constantinos Karamanlis, un político centrista, para contener la irrupción de la izquierda griega. En 1974, Karamanlis volvía acompañado por su amigo el derechista presidente francés Valéry Giscard D’Estaign y era ungido primer ministro. En los noventas, siendo Karamanlis presidente, Grecia comenzó un proceso de endeudamiento impagable que hoy tiene en vilo al menos a Europa.



La realidad de Grecia en la segunda mitad del siglo XX distó mucho de la visión romántica de la cultura helénica como la cuna de occidente. Durante la segunda guerra, fue invadida por Benito Mussolini y las tropas fascistas italianas fueron reforzadas por el poderoso ejército de Adolf Hitler. Pero tras cinco años de sometimiento, los soldados británicos no fueron allí a liberar a los griegos oprimidos sino a combatir a la resistencia de ese país. El brillante escritor griego Stratis Tsircas, en su trilogía Ciudades a la deriva, cuenta cómo los soldados y militantes griegos que combatieron en Medio Oriente bajo el mando aliado, después de la derrota nazi, en mayo de 1945, fueron recluidos en campos de concentración dentro de su mismo país y vigilados por los soldados ingleses. Esa tragedia tiene una explicación tan geopolítica como buena parte de lo que sucede siete décadas después. Hacia fines de 1944, el Ejército Rojo llegaba hasta Bulgaria, Rumania, Yugoslavia y Grecia. En cada lugar, las organizaciones de la resistencia se sumaban a las tropas soviéticas y contribuían a la derrota nazi. Pero el tablero político se movía al compás de los acuerdos entre Moscú, Washington y Londres. Los aliados querían contener el avance de Stalin sobre Europa Occidental y Grecia, definitivamente, debía quedar bajo la órbita de Winston Churchill. José Stalin entonces dejó a la deriva a los comunistas griegos, que quedaron desencantados con la versión estalinista del socialismo y sobrevivieron en base a organizaciones que nunca fueron auspiciadas por Moscú.

Es importante destacar que Syriza –el partido de gobierno que tiene a Alexis Tsipras como primer ministro desde enero de este año-, es hija de esas derrotas, traiciones y juegos de poder. Syriza tiene algo más de una década de vida y nada en común con los viejos partidos autocráticos que miraban a Moscú antes que a sus propios pueblos. Por el contrario, es una coalición donde cohabitan ambientalistas e indignados con jóvenes de formación marxista que retoman las tradiciones revolucionarias de sus mayores. Su razón de ser, el crecimiento notable de los votos recibidos por Syriza, fueron por oponerse al proceso de ajuste social y de privatizaciones en marcha desde que explotó la crisis de deuda en la eurozona y que afecta especialmente a los países mediterráneos y a Irlanda.

Las multinacionales alemanas están detrás de la postergada privatización del imponente puerto del Pireo –centro neurálgico de la otrora poderosa industria naviera griega-, de los aeropuertos griegos y de las autopistas. Ni más ni menos que tres bocados que terminarían de destruir Grecia, haya o no haya quita de la deuda. Tenga o no tenga cintura Tsipras para aceptar las presiones de la troika europea. Es tal el descaro que el presidente de la Unión Europea, Jean Claude Juncker, acaba de advertir a los griegos que no se suiciden en el referéndum del próximo domingo 5 de julio votando por la salida del euro. Juncker fue primer ministro del Gran Ducado de Luxemburgo, un refugio fiscal utilizado para evadir impuestos y lavar dinero por los mismos grupos empresariales que esperan la rendición de Tsipras.

El verdadero comando de la operación financiera que llevó a los griegos a este precipicio que comienza con el corralito (el límite impuesto para retirar dinero de los bancos y evitar una mayor fuga de capitales es de 60 euros diarios) es Berlín. Angela Merkel es la timonel de la expansión alemana en Europa Oriental desde la reunificación de su país en 1991. Y también lideró la intervención europea y norteamericana en Ucrania que culminó con la destitución de Víktor Yanukovich y la llegada del millonario pro-alemán Petro Poroshenko. Mientras los organismos financieros ahogan a Grecia, el FMI, el Banco Mundial y la banca alemana salen en auxilio del gobierno de Ucrania. Una nueva oleada de esta guerra fría del siglo XXI se libra en territorios cercanos a Rusia.

Los que comparan ligeramente a Grecia con Argentina pasan por alto demasiadas cosas, entre otras el euro. Cuando Joseph Stiglitz publicó la edición en castellano de El precio de la desigualdad hace ya tres años hizo un prólogo destinado básicamente a los españoles donde planteaba que, ante las crisis de deuda soberana, la salida de la moneda común europea era un territorio desconocido. La prensa europea, desde el corralito y el llamado al referéndum por parte de Tsipras, parece deleitarse con la supuesta falta de habilidad del gobierno griego. No se trata solo de la hipocresía de los analistas sino de un dato más importante: los medios europeos que tradicionalmente tenían cierta independencia económica vendieron parte o la totalidad de sus paquetes accionarios a bancos o grupos financieros y la opinión está en un corralito, pero uno denigrante, autoimpuesto para preservar notoriedad o para confirmar la alineación con la dictadura financiera de la troika. Porque aquí se llega al otro objetivo de la conservadora dirigencia europea: Syriza es un espejo donde se miran no solo el Podemos o los asambleístas populares británicos que acaban de pronunciarse en marchas masivas, también están atentos sectores menos radicalizados como el Partido Democrático de Italia que está en el gobierno o incluso el mismo presidente de Francia, Francois Hollande, a quien no le interesa quedar automáticamente asociado a Berlín.



Hoy, martes 30, será un día clave. Vence el plazo para que el gobierno pague 1600 millones de euros al FMI. Anoche, a las diez de la noche, Tsipras se presentó en la televisión pública griega, la misma que Andonis Samarás cerrara un 11 de junio de 2013 dejando a 2600 trabajadores en la calle y que fue reabierta el pasado 11 de junio con una plantilla de 1600 empleados por el gobierno de Syriza.

Tsipras fue entrevistado durante una hora por dos periodistas y su mensaje central fue que, para el referéndum del próximo domingo, convoca a votar por "no salir de la zona euro".

Dijo que si se logra que un 60 o 70% lo haga en ese sentido, tendrá la fuerza necesaria para negociar con los acreedores. Caso contrario, advirtió que podría dimitir, aunque como Grecia tiene un sistema parlamentarista, es posible que sea reelecto. Grecia es muy débil y no tiene aliados de peso al tiempo que la troika europea es muy poderosa.

Muchos opinólogos, en los medios argentinos, afirman que el primer ministro griego no tiene consistencia, que el referéndum es confuso y otro tipo de consideraciones para devaluarlo y, por supuesto, indicar que la única posibilidad es afrontar los pagos. Claro, quienes alientan a esta clase de analistas son las mismas empresas a las que les interesaba el país en los años noventas con el objeto de quedarse por chaucha y palitos con bienes públicos.

(Tiempo Argentino, 30 de junio de 2015)

Image Hosted by ImageShack.us