El Congreso del Partido Justicialista (PJ) en Parque Norte fue manso y tranquilo. Ni barras, ni empujones, ni tironeos en “mesas chicas” previas al cónclave. Todo estaba acordado de antemano: no hubo estridencias ni, convengamos, bullicio. El objetivo al definir la nueva conducción era sencillo: tenían que estar todos los que son.
El diputado Sergio Massa produjo una escisión exitosa, el gobernador cordobés José Manuel de la Sota está en la vereda de enfrente desde hace rato. En octubre del año pasado se especulaba con una fuga tumultuosa del kirchnerismo hacia esas tiendas. No sucedió así, por motivos variados. El “nuevo” PJ está urdido para seguir conteniendo. La ampliación del número de cargos, de secretarías, de congresales garantiza sillas para todos y todas. Como predicaba Luis Sandrini, había que agrandar la mesa. En política eso se consigue aglutinando como regla y diluyendo primacías, como tendencia.
El gobernador jujeño Eduardo Fellner es un dirigente respetado por sus pares, hábil, astuto y sin ambiciones nacionales. La figura adecuada al momento, pues. Los gobernadores tienen su sitial, los legisladores otro tanto. No podrían faltar los gremialistas más afines al Gobierno, empezando por el titular de la CGT oficialista, Antonio Caló.
Las “vicepresidencias honorarias” demarcan y delimitan el espacio de quienes ya se insinuaron (o están instalados) como precandidatos a la presidencia. Ahí se inscribió a todos los que son, por ahora. Pasemos lista. Los gobernadores Daniel Scioli, Sergio Urribarri y Juan Manuel Urtubey. Los ministros Florencio Randazzo y Agustín Rossi. El senador Aníbal Fernández y el diputado Julián Domínguez.
Cuando Carlos Zaninni habló en el encuentro militante del Mercado Central hubo quien tradujo que ordenaba a esos protagonistas bajar el perfil. La movida de anteayer les reservó un lugarcito.
Otro dato patente, que se manifiesta en otros escenarios, es el crecimiento de La Cámpora. Lo comprueban varias secretarías, sumadas al alto protagonismo otorgado al diputado Eduardo “Wado” de Pedro y al legislador bonaerense José Ottavis. Dicho sea al pasar, ambos representan sectores bastante diferenciados dentro de la “orga” juvenil: hay distintas perspectivas que tal vez deriven en divergencias futuras.
El PJ no fue usualmente un factor de poder gravitante dentro del peronismo. Mucho menos en los años en que ocupó la Casa Rosada.
Un partido de gobierno ahorra querellas, organiza lo básico, congrega a los propios. El poder real para el imaginario y la praxis peronista se dirime en los territorios, en la gestión, en los ejecutivos básicamente. El no tan lejano día de mañana en la opinión pública y en las urnas.
La prolijidad extrema y hasta monótona de la jornada trasunta voluntad de unificar. Son señales parciales, en una coyuntura política que no tiene precedentes comparables y que por eso dificulta la prospectiva y hasta los pálpitos.
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La agrupación que no está sola y espera: “Hay ministerios en los que La Cámpora tiene mucha gravitación. En otros, algo menos. En otros, poco. No hay ninguno en el que no haya crecido recientemente.” Un clásico integrante del elenco gubernamental pinta lo evidente: el despliegue de la agrupación juvenil.
Un puñado de sus dirigentes son los interlocutores preferidos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, “la Jefa”. También su militancia está en el radar de Cristina: ya es un rito su periplo por distintos espacios de la Casa Rosada para hablarles especialmente después de los actos. Días atrás, en la reinauguración de la fábrica Siam, los militantes de La Cámpora y los de la UOM quedaron afuera por razones de espacio. La Presidenta, cuentan quienes lo vieron, se interesó peculiarmente por “los pibes”. En sus discursos, la mandataria los describe como los defensores y prolongadores del “modelo”, sus tácticas cotidianas parecen rumbear en igual sentido.
Hay muchos precandidatos en gateras, ya se dijo. Demasiados en algún sentido, se dirá líneas más abajo. La Cámpora, en ese sentido, no actúa del modo convencional de las agrupaciones políticas. No se ha anotado en la carrera, como marca el manual. Una lectura tradicionalista podría inferir que esperan el guiño de Cristina para meterse en la puja. Pero si se los mira y se escucha a sus referentes se debe reescribir la frase: solo esperan las directivas de Cristina, que pueden derivar en el guiño o en otro sentido. “Hasta 2015 lo nuestro es defender al Gobierno desde el lugar que sea” es la consigna.
En ese diseño general es notorio que las principales figuras de La Cámpora vienen optando por mayor visibilidad. Hasta hace casi nada, solo Mariano Recalde aparecía con frecuencia en los medios, casi siempre para hablar sobre su gestión en Aerolíneas. En las últimas semanas el diputado Andrés Larroque concede entrevistas con habitualidad. Sin la asiduidad del Cuervo Larroque también Wado y Ottavis se han hecho oír. Recalde se explayó más en el rol de dirigente político.
En un grupo tan orgánico y disciplinado esos virajes no tienen nada de casual, tienen pinta de haber llegado para quedarse e incrementarse.
Sus compañeros-dirigentes del Frente para la Victoria (FpV) los reconocen como realidad, aunque mayormente no estén enamorados. Aun los recelosos reconocen que el encuentro en el Mercado Central mostró una capacidad de convocatoria infrecuente. Más allá de la clásica disputa por los números hubo varios miles de militantes que escucharon en silencio, de pe a pa, el discurso de Zannini. Esa actitud, saben los iniciados, diferencia a los militantes convencidos de “la base” que puede asistir o ser llevada a los actos. “La gente” (llamémoslos así por una vez para contradecir la Vulgata dominante) no se concentra tanto en los discursos, si no habla Cristina. Camina por ahí, yira, matea, come algo, se pone al solcito. Los que fueron son militantes, están encuadrados, se prestan a la escucha. También por eso Cristina les destina tanta atención y deferencia.
La participación creciente en la gestión de un gobierno que empieza a terminar su mandato no es un regalo, sino un desafío: crecen las responsabilidades y el poder... también la vulnerabilidad o la responsabilidad por los resultados.
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Siete son muchos: Cristina Kirchner no predicó que florezcan cien flores pero admitió (u ordenó) sendas macetas para los que ya están en pista. Todos ellos confían en que se realizarán las Primarias. Si eso ocurriera hoy, todos concuerdan en que el ganador sería Scioli. Pero falta más de un año... no mucho más.
Aun en ese futuro, da la impresión de que, si sus adversarios fueran tantos, sería imposible darle batalla pareja al gobernador bonaerense. La lógica indica que deberán dirimir supremacías o unificarse antes, para conservar algunas chances.
Desde luego, la lista no está cerrada. Por ahora, el Pato Urribarri es quien definió un carril preciso, el kirchnerismo más acendrado. El Chivo Rossi, que se lanzó después, seguramente le disputará ese cetro. Los otros aspirantes, “centrean” más, por así decir.
Zannini, un cultor de perfil bajo, se hizo ver y oír en dos convocatorias diferentes. Apareció en una reunión de gobernadores donde no se lo esperaba, los forzó a frenar sus confidencias y roscas, les espetó un discurso. Hubo broncas menudas, protestas por lo bajo... también se tomó nota.
Luego fue el orador en el Mercado Central. Las interpretaciones pulularon, llegando al clímax de considerarlo “el candidato de Cristina”. Son hipótesis seguramente apresuradas, imposibles de corroborar o negar del todo.
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El rival deseado: Cristina Kirchner compartió escena con el jefe de Gobierno Mauricio Macri y reveló una reunión que habían tenido un tiempito atrás. Los gestos catalizan un análisis que está de moda: la Presidenta eligió a su adversario predilecto. Algunos se ensueñan más y auguran que Cristina anhela la victoria de “Mauricio”. Este cronista desconfía de esos dibujos en mesas de arena. Elegir perder no es muy peronista, manipular a la opinión pública para que escoja a un contrincante es algo que frisa lo imposible.
Es cierto que el presidente Néstor Kirchner quiso imaginar un sistema político con dos fuerzas preponderantes: el FpV y una alternativa de derecha. Pero entre los deseos y la realidad hay un abismo que cualquier político de raza sabe discernir.
El esquema de preferencias ciudadanas para el 2015 se va prefigurando y las opciones opositoras son tres. Al PRO se le agregan, acaso con mejores probabilidades de momento, el Frente Renovador y el Frente Amplio-Unen. Ese es el horizonte más factible, no el diseño imaginado años ha.
Tampoco se comprende cómo podrían moverse los votos opositores desde Olivos. Son milagros exóticos a la dura puja política.
Las distintas vertientes opositoras comparten un común denominador que es abominar del kirchnerismo, haciendo de eso un recurso de campaña. Compiten por ser los más críticos, los que menos acuerdan, los que más se diferenciarán. En esa lógica, cualquier acercamiento al Gobierno, así sea una reunión de trabajo, es mayormente mancha venenosa o un abrazo del oso. Macri lo registra y por eso se distancia a toda velocidad.
El ejemplo de la presidenta chilena, Michelle Bachelet, que pudo regresar tras un solo mandato del derechista Sebastián Piñera, no es exportable así como así. Al kirchnerismo le atrae más otra característica de la Concertación: supo enhebrar cuatro mandatos consecutivos, una hegemonía que pondría los pelos de punta a sus admiradores de este lado de los Andes. La alternancia no se impone por decreto ni se concede: se cincha por ella y nadie resigna el poder, graciosamente. Ni en Chile, ni en Birmania, ni en estas pampas tan feraces.
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El legado móvil: La Presidenta, cultora de la sorpresa y el hermetismo, ahorra señales acicateando las teorías más surtidas pero no define el escenario.
Puede suponerse que se está dando tiempo, la falta de información directa solo permite especular. Cristina Kirchner ha empezado a afirmar que dejará a quien la suceda un país mejor. Sus adversarios lo niegan, inventan cifras, se ponen nostalgiosos de un pasado que jamás existió. Como fuera, hay un debate planteado que signará la campaña del 2015.
Solo un iluso podría pensar que ese legado ya está definido y cristalizado. Queda más de un año por delante, todo puede mejorar o empeorar... por lo pronto cambiará. La ambición de Cristina será mejorar el cuadro de hoy, acaso en la coyuntura más difícil que afrontó el kirchnerismo desde que se asentó en el Gobierno. Cuenta para eso con un abanico de recursos mayores que los opositores políticos. Construir un horizonte más despejado para 2015 es un desafío enorme y difícil de cumplir. El modo en que evolucionen variables políticas y económicas en el segundo trimestre del año seguramente influirá en las decisiones electorales que pueda definir la Presidenta, según su propio calendario.
(Diario Página 12, domingo 11 de mayo de 2014)