"El 8 de febrero de 2014, el ex teniente coronel Anselmo Pedro Palavezzatti desplegaba su testimonio ante los Jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Número 1 de La Plata, en lo que se presuponía una instancia rutinaria.
“El militar estaba siendo juzgado por sus actividades en el Centro de Detención Clandestino de la Cacha, pero en esos momentos había preferido dirigir su memoria hacia tareas que, seguramente, le parecían más burocráticas y menos comprometidas: las que desempeñó como Capitán destinado al Destacamento de Inteligencia 101, un lugar que fue parte del núcleo duro de la estructura de inteligencia y de operaciones del Primer Cuerpo.
“En su declaración, voluntaria y pretendidamente auto exculpatoria, la banalidad del mal le jugó una mala pasada. Describió a su principal actividad como la de encargar al diario El Día, de La Plata, (y a la emisora estatal Radio Provincia) tareas de recopilación de informaciones para preparar sus informes de inteligencia.
“´Se hacía un tipo de encuesta mínima en la vía pública, de forma reservada. Eran conversaciones informales en la calle, en la cola del banco, etc. Esa gente no sabía que era una actividad de inteligencia. Se las encargaba a hacer a El Día, no era personal del Destacamento´, dijo en su exposición. El juez Carlos Rozanski buscó concretar la asombrosa información: ´¿O sea que el diario El Día hacia tareas de inteligencia para ustedes?´
La respuesta fue un intento por minimizar daños “No eran tareas de inteligencia. Eran encuestas para saber el estado de ánimo de la gente”, describió. Se trataba, explicó, “de saber cómo las decisiones de la Junta Militar influían en la población”.
“La frase con que el militar intentó redondear sus afirmaciones constituyó una síntesis magnífica: ´Los diarios saben de esas cosas cotidianas´”.
“Probablemente el entonces capitán Palavezzatti no supiera que lo que hacía por aquellos años -y que en su declaración intentó describir como una sencilla y gris rutina de ´guerrero de escritorio´- era una instancia clave de la doctrina de Acción Psicológica sistematizada y enseñada en el llamado Modelo francés” y que los uniformados galos reservaban como tarea especial para sus oficiales especializados.
“Los diarios saben de esas cosas cotidianas”, fue esa especie de nota al pie de Palavezzatti y que tan bien interpretada está en los párrafos precedentes, redactados por el director de la investigación Resistencias de Papel, de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.
Desde la disciplina de la comunicación, esta afirmación sobre ese know how mediático, ese olfato para saber hacia dónde va (o hacia dónde es potencialmente posible llevar) ese humor social medio que pomposamente llaman “opinión pública”, tiene varias vertientes de análisis:
Uno: Cómo logran los medios invisibilizar sus intereses para naturalizarse ellos y las conductas que justifican o cuestionan.
Dos: Qué mecanismos llevaron adelante para que prácticas que lesionaban a la humanidad en su conjunto pudiesen aparecer como desligadas de intereses políticos y económicos concretos y pasasen como naturales o, al menos, inevitables.
Tres: Cómo pudieron durante tantas décadas quedar los medios de comunicación en una zona de supuesta neutralidad, de carencia de pretenciones, de inclinaciones y tendencias.
Desde el punto de vista de la política, los interrogantes son muchos más, pero hay uno obligatorio y necesario: cómo es que las sociedades permiten que se les haga todo aquello. Ocultamiento o incapacidad de ver serán dos potenciales respuestas, seguramente. Aunque, como escribió Emilio De Ipola: “ilustra el hecho de que la ceguera es una construcción intelectual y el autor responsable de esa ceguera es el propio ciego”.
Desde el punto de vista jurídico, se ha encontrado una fórmula para nombrar e, incluso, para responsabilizar a aquellos que no pusieron picana sino palabra para justificar la tortura. A los que, parafraseando a Theodor Adorno, cometieron ese otro enorme acto de barbarie de seguir escribiendo después de nuestros Auschwitz.
En ese rincón del poder Judicial, donde el pasado reciente no es un tomo de enciclopedia sino la razón viva de mucho de lo que nos ocurre hoy, se atrevieron a utilizar la fórmula de “acción psicológica”. El primero fue el valiente ex fiscal de Bahía Blanca y actual procurador contra la Violencia Institucional, Abel Córdoba. Así arrancó su alegato por aquellos días de 2012 cuando no parecía del todo posible que un diario y su cabeza más visible fuesen sentados en el mismo banquillo que quienes gerenciaron las desapariciones, el tormento y la muerte.
“Voy a empezar el alegato reproduciendo los términos de una pregunta que servirá para comprender algunos aspectos del sórdido contexto local del terrorismo de Estado y también la absoluta impunidad con la que actuaron estos ejecutores, a partir del accionar de las agencias de legitimación discursiva que operaban en ese entonces.
“El interrogante tiene estos términos: ´¿Qué esperan nuestros hombres de armas para reconocer que la Argentina vive un clima de guerra interna y para proceder en consecuencia sin contemplaciones ni concesiones?´. Esta pregunta la formuló el diario La Nueva Provincia en mayo de 1973.
Ya en aquel 73 se jugaba con esa “ficción de que aquí se vivía una guerra”, la misma que “hemos tenido que escuchar de los imputados en su intento de justificar los crímenes gravísimos por los que se los imputa", y que fuera “formulada a dos meses de las elecciones que habían llevado al gobierno a Héctor Cámpora, y 3 semanas antes de que éste asumiera”.
Se atrevía el fiscal en su alegato: “tras 7 años de gobiernos militares ya entonces el diario La Nueva Provincia -que por esos tiempos era, como sigue siendo, la usina ideológica de esta ciudad, y que monopolizaba los medios de comunicación- lo que le reclamaba a las FFAA integrada por muchos de los acusados aquí presentes es que procedieran”, “sin contemplaciones ni concesiones”.
“Tiempo después, el 24 de marzo de 1976 el diario de los Massot tituló ´Llegó el momento´, y entonces le indicó a estos ejecutores el modo en que tenían que hacerlo”, cuál era la manera de “proceder”. Y lo hicieron en estos términos: “´Nada de rodeos, ha llegado el momento de abandonar el profesionalismo aséptico y establecer la primera distinción fundamental en una política revolucionaria, distinguir el amigo del enemigo, y a la violencia destructora y asesina hay que responderle con una violencia ordenadora´. Así habló el medio, así el discurso legitimador. Así dijo el diario; ese, que como los otros, tanto “sabe de esas cosas cotidianas”.
“En esa misma edición de aquel 24 de marzo, La Nueva Provincia les indicó quiénes eran el objetivo de dicha violencia. Así, con estos textuales les señaló a quiénes tenían que aniquilar: ´Al aparato subversivo, al sacerdocio tercermundista, a la corrupción sindical, a los partidos políticos. (…) A esos enemigos se los (va) a destruir allí donde se encuentren, sabiendo que sobre la sangre redentora debe alzarse una segunda república´”.
Mesianismo de pura cepa eso que les permitía sentirse parte e intérpretes de un plan divino. Es conocida la frase de Adel Vilas -ese pionero del terrorismo de estado que llegó a Bahía Blanca con la misión especial de “extirpar la infiltración marxista” de la universidad-. Es famosa y lamentable, pero fue dicha, reiterada y puesta en letra de molde: ellos eran el “Plan de Dios en la Tierra”.
“El juzgamiento que está en desarrollo –continuó Córdoba- es algo más que una acción particular o incluso excede lo que suelen ser los juicios orales en que se juzga un centro clandestino. Estamos juzgando una época, la más oscura que hubo. El accionar del terrorismo de Estado de los acusados supone la construcción del enemigo (…) El trasfondo que une y que identifica a estas víctimas como el enemigo está configurado a partir de su legitimación discursiva. Las operaciones de acción psicológica quedan comprobadas y quedan descartadas las acciones inocentes de informar. La acción psicológica fue el vehículo de La Nueva Provincia de imposición de terror a la población”.
Gracias a que a un recoveco del poder judicial bahiense le pareció que había que hincar el diente, aunque –o precisamente porque- los diarios tanto supieran de “esas cosas cotidianas”, el caso, la presentación, no quedó en estas memorables palabras del fiscal. Los jueces se atrevieron a dar un paso más: “El discurso legitimador de la masacre establece una lógica binaria, por la cual se está con ellos o se está en contra de ellos, de manera que cualquiera que cuestione su accionar o simplemente lo ponga en duda pasa a formar parte de las filas del enemigo por cómplice o encubridor”, sostuvieron.
“El medio periodístico La Nueva Provincia –sentenciaron- y sus informaciones relacionadas con el supuesto accionar subversivo coadyuvó a esa lucha mediante una acción sicológica propalando informaciones que no se ajustaban a la realidad de los casos”.
Se abrió otro carril, se agrandó la hendija y mucha luz del sol –el mejor desinfectante, como les gusta decir a algunos- ingresó a los pasillos del casi siempre gris y cerrado Poder Judicial. Y hubo más fiscales. Y hubo más palabra:
-“Las personas imputadas, utilizando un medio de difusión (el diario La Nueva Provincia) integraron junto con los mandos militares (Ejército y Armada) una asociación ilícita con el objetivo criminal de eliminar un grupo nacional.
-Se trata de “una modalidad delictiva que no ha sido demasiado explorada en los juicios que por delitos de lesa humanidad se llevan a cabo en todo el país.
- “La actividad delictiva desplegada por La Nueva Provincia se disfrazó bajo el ropaje de la actividad periodística. Encontramos aquí el rol estratégico cumplido por La Nueva Provincia y afines; de esa ´creación del estado mental´.
Contundente, preciso y claro. Así le pareció al Tribunal y Vicente Gonzalo Massot tuvo que llegar a las 6 de la mañana del 18 de marzo a los Tribunales. Para esconderse, paradójicamente, de los medios de comunicación que querían cubrir cómo iba él a llegar a declarar como imputado este día a las 10: 15. Él, cuyo diario tanto sabía de “esas cosas cotidianas”.
No es común. No es nada corriente, que esos de traje y dinero; de apellido y poder ingresen a Palacio Judicial no tanto como dueños sino como sujeto a acusar. Aún hoy la noción de lo civil como parte de la estructura del poder dictatorial, se lleva apenas el reproche de “secuaz”. Esa idea embustera y mentirosa de que hubo quienes silenciaron, callaron y temieron y que hubo otros, de uniforme ejecutor que, por propia y sola voluntad, decidieron, determinaron y llevaron adelante.
Por ello, como se señala en la investigación mencionada antes: “El origen del avance está en el paso de una interpretación de dictadura militar (teoría del Partido Militar o el autonomismo Militar) a una ampliación del campo de comprensión de una dictadura cívico militar. El cambio no es meramente semántico, sino por el contrario, estratégico. De la mano de la figura, casi menor, del ´cómplice civil´, vamos a desembocar en la complejidad de la interpretación de un proyecto político que buscaba -con el argumento de la destrucción de un ´grupo nacional´- establecer -o mejor dicho re-establecer- un orden hegemónico que se consideraba en riesgo. De una mono causalidad (que conlleva derivaciones posibles como la binaria teoría de los dos demonios), a una múltiple causalidad (que reinterpreta al ´terrorismo de Estado´ en clave de prácticas genocidas): el Genocidio Reorganizacional”.
Y para hacerlo hace falta un dispositivo, con argumento justificador, con hilván legitimador, con construcción de un enemigo, con palabra exculpatoria. Con mecanismo dispuesto de “esos que aben de esas cosas cotidianas”.
…
El 4 de mayo de 2010, el Tribunal Oral Federal en lo Criminal Número 1 dio comienzo a la audiencia. Se leyeron las resoluciones sobre los pedidos formulados por las partes en los días anteriores y se fue cumpliendo con el rito de las formalidades. Se indicó que iban a revocarse las prisiones domiciliarias de Isabelino Vega, de Elbio Omar Cosso, de Valentín Romero y de Ramón Fernández y que iban a ser trasladados a cárceles comunes. Celebración, aunque discreta. La democracia, en ese movimiento de elefante anestesiado, avanza dos casilleros.
Aquel día, el primer testigo en declarar fue Julio César Urien. Un perseguido, un detenido, un desaparecido, un casi fusilado que vive, un peronista, un guardiamarina despreciado, un teniente de Fragata ascendido 33 años después, un militante, un militar, un montonero, un marino.
Tenía que exponer respecto de su paso por la Unidad Penal Número 9, es decir sobre sus días entre mediados de junio de 1976 y fines de enero de 1977.
Dice una crónica de aquellos días: “Relatados sus antecedentes militantes en la Juventud Peronista y Montoneros el testigo hizo alusión a su ingreso al penal, a la brutal requisa del 13 de diciembre de 1976, hecho que, según sus palabras ´significó el cambio de régimen en la Unidad´ y al proceso de reclasificación de presos durante los primeros días del año 1977”.
Él habló. Habló y contó. Como en Roma en el 2000, cuando se juzgó en ausencia a Guillermo Suárez Mason y a Santiago Omar Riveros.
Él habló. Habló y contó. Y detalló cómo “después del Cordobazo la instrucción militar pasó a estar dirigida hacia la represión”.
Él habló. Habló y contó. Y relató que el batallón del que formaba parte fue llevado a la ESMA y convertido en grupo de tareas.
Él habló. Habló y contó. Y recordó que con Dardo Cabo y Rufino Pirles había compartido el cautiverio en los llamados Pabellones de la Muerte.
Él habló. Habló y contó. Y nos narró sobre el traslado de sus dos compañeros y sobre cómo habían circulado en el penal los rumores de su muerte.
Él habló. Habló y contó. Y se metió “con esos que saben de esas cosas cotidianas”. Los que van poco a Tribunales, a dar explicaciones. Los que escriben y legitiman; los que firman y excusan. Los que mandan pero pueden disfrazarse de ser nada.
Él habló. Habló y contó. Y precisó que el diario El Día publicó artículos sobre la muerte de un tal Rufino Uris.
Y desató. Porque un nudo se desenredó: “Los agentes del Servicio Penitenciario Bonaerense me decían Uris y aquella nota me hizo pensar que el próximo blanco sería yo”.
Durante aquel enero de 1977, la misma trampa de la ley de fugas, esa práctica sistemática de asesinar con la elaboración de pretexto, se instaló en la cárcel de La Plata. En el Pabellón 1, ese llamado "de la muerte", con Urien estaban esos presos que el fusil consideraba miembros importantes de la Organización Montoneros. Cinco de ellos fueron sacados. La excusa, el traslado. El hecho, ser ejecutados. El 5 de enero, finalmente, fueron asesinados Dardo Cabo y Rufino Pirles. Los dos siguientes, Horacio Rappaport y Ángel Giorgiades, masacrados el 23. Julio César Urien, por gestiones familiares y vínculos sociales, sobrevive. Pero habló. Habló y contó.
Y “en su testimonio Urien recuerda que, durante el período intermedio entre ambos hechos, al informarles los abogados de la muerte de Cabo y Pirles, les comentan que el nombre de este último apareció publicado con errores, como Rufino Uris”. Con toda lógica, Urien pensó que la confusión mezcló dos nombres sucesivos de una misma lista de ejecuciones. Uris sería una combinación de Urien y Pirles. Uris, es el apellido que El Día publicó. Con enmascaramiento de hechos y haciendo pasar por fuga y combate la matanza de prisioneros. Y con compromiso directo como para poder contar anticipadamente con la lista completa de los futuros asesinados .
Todo posible. Todo juzgable. Todo, obligatoriamente, investigable. Porque si se va por los civiles, caen los diarios, esos que saben, que tanto saben de esas cosas cotidianas.
(sigue en la edición de mañana)