ARGENTINA / La Telenovela Nacional / Escribe: Roberto Caballero






Este 25 de febrero de 2014 PROYECTARIO cumplió dos años. Es un honor para mi llevar adelante esta iniciativa comunicacional de la que participan muchas y muy buenas plumas de Mendoza y la Argentina. Día a día damos a conocer nuestra mirada acerca de temas políticos de orden provincial, nacional e internacional. He seleccionado ocho textos para cada una de las ediciones que van desde el 26 de febrero y hasta el 11 de marzo. En ellas daré a conocer los últimos artículos de quienes más han participado en este sitio: Roberto Follari, Horacio Verbitsky, Pablo Salinas, Roberto Caballero, Guillermo Carmona, Hernan Brienza, Carlos Almenara, Luis Bruschtein, Alberto Lucero, Hugo Presman, Ramón Abalo, Sandra Russo, Raul Dellatorre. A cara descubierta y en forma decidida, quienes nos comunicamos a través de PROYECTARIO lo hacemos por la defensa y profundización del Proyecto Nacional y Popular que lidera la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lo hacemos desde hace dos años y seguiremos en el mismo camino.

MARCELO SAPUNAR
Director

Las telenovelas muestran un mundo de ficción. Sus tramas pocas veces dejan entrar lo que sucede afuera, en la vida real de las personas, salvo las contrariedades sentimentales, que son tan íntimas como universales. Pero mayormente no abordan cuestiones de economía ni de política. Las eluden adrede para, se supone, no partidizar a su audiencia. Esta regla, sin embargo, no es infalible. Canal 13, con Solamente vos, cada tanto atraviesa ese límite. Hace unos días volvió a hacerlo. "Juan", el director de orquesta que encarna Adrián Suar, borracho en un evento social, le asestó una trompada al otro pretendiente de "Aurora", la peluquera interpretada por Natalia Oreiro, su amor imposible. Gran revuelo gran. "Juan" obtuvo el reproche de todo el salón por el impulso violento y hasta la propia "Aurora" asistió, besó al agredido y lo eligió como pareja eventual. Plano medio a "Juan", que devuelve la imagen de un tipo extraviado.

Entonces, una amiga de "Aurora" increpa a "Juan" al grito de: "¡Mirá lo que hiciste! ¡Mirá cómo estás! ¡Sos un pesificado!" Otra vez, la cara de "Juan" ocupa la pantalla. Es la de un perdedor. Continúa la amiga: "Hay que volver a ser un país, viajar a Miami, el uno a uno… Sos un pesificado.".ç Fin de la escena. Podrá decirse que la amiga de "Autora" refleja un estereotipo social con nostalgia de los '90. Es ficción, claro, no una proclama política. También puede verse así. Aunque es legítimo preguntarse qué dicen las palabras elegidas de modo azaroso o no tanto. La amiga de "Aurora" no le dijo "sos un fondo buitre", por ejemplo. Acusó de "pesificado" a un personaje impulsivo, borracho y perdedor en la noche amorosa. El tipo fue asociado, en un cuadro trivial del formato de la telenovela, a la pesificación de la economía, para inmediatamente después reivindicar en la voz de otro personaje un pasado donde un peso valía un dólar y la segunda capital argentina era Miami, desde la pantalla de Canal 13 y en la novela más vista del prime time. Decir esto no avala suspicacias ni abordajes paranoicos del tipo, "ahora también Héctor Magnetto es guionista de Suar". Es más profundo el asunto.


Desentrañar los mecanismos que terminan naturalizando ciertos discursos y símbolos y no otros es una tarea compleja. La escena en cuestión es un síntoma, así como los lugares comunes o refranes reflejan un supuesto saber socialmente útil a todos por igual. El famoso "sentido común" es eso. Una creencia generalizada, incuestionable, estandarizada, que finalmente produce el efecto en la subjetividad colectiva de rendirse ante lo evidente: las cosas son como repite la gente que son y no del modo en el que realmente suceden esas cosas. "Juan" es un perdedor, por lo tanto es un pesificado. Por inversa, sería un ganador si eligiera otra moneda y no el peso. En este caso, el dólar.

Además, perdió por violento e impulsivo. Por ser visceralmente patotero, "Aurora" Oreiro se fue con otro. Una anotación al margen: en realidad, "Aurora" es mucho más brava que "Juan": no le dice que espera un hijo suyo. Le escamotea la verdad, le sustituye la identidad de su descendencia, sabemos de qué estamos hablando, es imposible eludir el mensaje horrible que la historia de los años de plomo trajo hasta el presente por eso mismo. No importa. Es ficción y de la buena. Oreiro y Suar se lucen, hacen muy bien su trabajo, son actores talentosos construyendo un verosímil, mezclando el folletín romántico tradicional con guiños a los conflictos de época de la órbita privada y la pública.

Lo que no es artificio es el mensaje naturalizado desde un formato de entretenimiento en el contexto que vivimos. Argentina decidió que su economía funcione con una moneda nacional llamada peso, que traducido al lenguaje agotador de Clarín es el ya célebre "cepo" al dólar. Un cepo, un castigo, a una moneda extraña y añorada. Porque está claro que la calificación victimizante sólo se comprende desde una perspectiva nostalgiosa de otra gran ficción, esa que convenció al grueso de la sociedad de los '90 de que el peso podía tener el mismo valor que el dólar, el billete de la mayor potencia hegemónica del mundo, que multiplica nuestro PBI por billones y además tiene la fábrica de esos mismos billetes.

La fantasía neoliberal que la amiga de "Aurora" reprodujo en su parlamento conecta con el inconsciente colectivo de una franja importante de argentinos, y mucho más íntimamente con la sensación reconfortante de haber tocado el cielo con las manos en la época dorada de los '90. El boleto de avión a Miami era más bajo que el pasaje a Cordoba. La vajilla, igual. La ropa, lo mismo. El costo fue enorme. La venta de todo el patrimonio público y un endeudamiento sideral que todavía pagamos y van a seguir pagando nuestros hijos. La etapa dulce duró lo que duró esa plata fácil. Después sobrevino el desastre. Tan grande que nadie quería ser presidente porque no había manera de levantar el muerto. Fue el kirchnerismo el que ordenó las cuentas, eliminó las cuasimonedas, reestructuró la deuda –logrando una quita histórica–, y relanzó al Estado como regulador de la economía, con sus más y con sus menos. El kirchnerismo como es, con Guillermo Moreno y con La Cámpora también, no el de ficción, el edulcorado, el que propondría electoralmente Sergio Massa. El kirchnerismo sin el concurso de los kirchneristas será otra cosa. Esa otra cosa todavía no se sabe qué es. Pero el péndulo del "sentido común", del que Clarín y La Nación son punteros notables, habla de otra cosa posible conservando "lo bueno" del kirchnerismo (la política de Derechos Humanos, la Asignación Universal por Hijo) y desterrando "lo malo". Como si escindir los resultados, las consecuencias, de sus causantes o promotores, fuera posible. Es otro espejismo, como el uno a uno, que encandila. Y también enceguece.

La sociedad argentina vive bajo un bombardeo intenso que moldea sus preferencias de manera autodestructiva. No existe otro lugar en el mundo desarrollado donde los diarios hegemónicos siempre tomen el punto de vista de los adversarios del país como el útil y provechoso, y esa misma agenda gobierne las expectativas sociales, las de sus élites y parte de sus clases subalternas. Si Argentina pelea con los "fondos buitres", la razón la tienen ellos. Si el país batalla con la justicia de Ghana por la Fragata Libertad, la de Ghana es la sociedad modelo. Si el Club de París dice que nuestro país incumple, somos incumplidores compulsivos. Si la Cámara de Apelaciones de Nueva York nos trata de defaulteadores seriales, es verdad. Si Brasil se queja por el proteccionismo nacional, los brasileros son Gardel. Si el Pepe Mujica o el Financial Times afirman que Cristina es una "vieja terca" o una "adolescente", será ambas cosas. Si LAN critica a Aerolíneas, Piñera es un genio. Si Evo Morales se endeuda al 4%, acá podemos hacer lo mismo y no lo hacemos porque somos tontos. No es chiste: debe haber 200 títulos de Clarín y La Nación, en un mes y medio, que avalan esta construcción de sentido: somos un desastre caminando.


Hay un trabajo incesante, cotidiano, subliminal, para minar la autoestima nacional. Se alimenta desde los medios concentrados una superstición negativa, el mito de la colonia próspera, que heredamos como paradigma cultural del mitrismo residual. Un supuesto destino de grandeza, que evitaríamos por obstinarnos en hacer las cosas mal. El último hit se llama "volver al mercado de deuda". Volver a endeudarnos para refinanciar más deuda, que es un problema, claro. La cuestión es que hay soluciones que lo empeoran. Desde el '90 al 2001, Argentina vivió gastando lo que no tenía. Fue un desahogo momentáneo. El que añora la amiga de "Aurora" que le dice "pesificado" a "Juan". ¿Hace falta recordar en qué terminó todo eso? ¿Ya se olvidó?

En la última década, la Argentina recuperó su política económica. Adoptó un perfil industrial y relegó su perfil financiero. Privilegió el mercado y el consumo internos. Generó y mantuvo sus puestos de trabajo. Defendió el salario de sus trabajadores. Garantizó la rentabilidad de sus empresas. Pagó puntualmente sus compromisos internacionales. Todo eso fue posible porque no siguió las recetas del FMI, ni se sumó al ALCA, ni cedió al facilismo de los que pretendían volver a endeudarse para tapar los agujeros de un país que está contrahecho hace 40 años. Ese logro colectivo y soberano costó mucho como para aceptar que la visión sobre el país que derrama el 0,45 de los tenedores de bonos defaulteados, los fondos buitre, sea el de sus principales diarios y el índice inflacionario lo decidan tres PNG privadas, se piense lo que se piense sobre el Indec.

La mirada nacional sobre los asuntos públicos es indispensable si queremos tener un país. No es casualidad que haya un discurso legitimado que hable de la obsolescencia de pensadores como Raúl Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui o Arturo Jauretche. Son el hecho maldito cultural de la colonia próspera. Se los invisibiliza porque son peligrosos, cuestionaron el pensamiento consagrado, incumplieron con el mandato de reproducir los lugares comunes de la inteligencia admitida. No entraron en la academia sino como motivo de escarnio. ¿Por qué se los condena a la marginalidad? Porque sus textos ajados explican la trama compleja que naturaliza discursos como el de la amiga de "Aurora", en este presente.

No se trata de reivindicarlos: con leerlos alcanza. Ningún país avanza si su estrategia de desarrollo no cuestiona las herraduras mentales del pensamiento que produjo el subdesarrollo previo. Negar la genialidad de Borges es una estupidez. Desconocer a Jauretche, Scalabrini y Hernández Arregui, algo más grave: un suicidio. Hay que sacarlos ya de los estantes y de los homenajes antes de que mueran apolillados. No son para poner en un cuadro: son necesarios para formar los cuadros dirigentes de una Argentina moderna, inclusiva, soberana, la del siglo XXI.

El kirchnerismo produjo un país que es el más parecido al que soñaron ellos en sus libros. Que el gobierno tenga que dar explicaciones sobre Chevrón es apenas un ejemplo más de la superficialidad de los debates, tal como están planteados por las empresas de medios concentradas desde su supremacía comunicacional. Son los mismos medios que endiosan la figura del ecuatoriano Rafael Correa cuando parece que es un boy scout ecologista antikirchnerista, y lo convierten horas después en un maligno perseguidor de la prensa libre, amigo del kirchnerismo y del chavismo, cuando defiende una Ley de Medios mucho más severa que la argentina. O hablan maravillas de Evo Morales si se endeuda, y pestes si se fotografía con Raúl Castro. Mal de Dilma cuando acuerda con Cristina, y bien cuando se queja del proteccionismo nacional. No es gataflorismo, es un empeñoso trabajo de demolición de las posibilidades nacionales, de captura del sentido común ciudadano para que adopte como propio el interés de una élite o una corporación, que se siente por fuera del conjunto, en realidad.

Ahí aparece en cuadro Sergio Massa, como delfín electoral de esas mismas élites o corporaciones. El amigo de la Embajada de los Estados Unidos. El que hablaba mal de Néstor y Cristina Kirchner a sus espaldas. El primer candidato de los diarios opositores con chances de proyección seria al 2015. Hay que decirlo: es un desgajamiento del propio kirchnerismo, una propuesta política que, en teoría, vendría a sostener lo útil y a desechar el lastre. Su apuesta a capitalizar el desgaste del oficialismo sin hacer antikirchnerismo bobo traduce viveza. Recoge, además, los frutos de la insidiosa campaña de estigmatización mediática sobre los principales funcionarios que hicieron posible el modelo. Y es cierto que aprovechó bien una decisión oficial: le habla al sector que apoyó a Cristina en el 2011, parte del 54%, que quedó fuera de la discusión cuando el kirchnerismo se volcó fuertemente a sintetizar su propio perfil organizativo e ideológico, post acto de Vélez Sarfield.


Massa advirtió que había un sector vacante, desatendido, de volátiles lealtades y lo interpeló con las encuestas en la mano, diciendo lo que querían escuchar. No es un fenómeno. Es producto de un momento del kirchnerismo, que todavía no tiene candidato que suceda a Cristina ni certidumbre sobre su comportamiento partidario, más allá de las urnas inmediatas. El FPV es un frente electoral; "Unidos y organizados", una instancia de coordinación política más profunda que no llega a ser partido y el kirchnerismo silvestre una marea humana capaz de llenar la Plaza de Mayo para escuchar con fervor religioso a Cristina, con relativa incidencia en el proceso general. ¿El matiz endogámico que adquirió la práctica política del oficialismo posterior al lanzamiento de la consigna "unidos, solidarios y organizados" estuvo mal? No. Fue necesario para desmalezar y comenzar a responderse qué es el kircherismo. Aunque es cierto que esa pregunta inquieta a la militancia y su periferia. La mayor consistencia política, el grado de homogeneidad ideológica, no necesariamente se refleja en un turno electoral, donde también votan los apolíticos y los desideologizados. Como en los viejos relojes, el movimiento se garantiza con engranajes que giran en sentidos opuestos. Si el kirchnerismo en algún momento cristaliza en un movimiento doctrinario, como lo fue el peronismo, va a ser porque el engranaje pequeño que garantiza consistencia, mística e ideología, gira en sintonía con otro mayor, destinado a capturar y seducir masividades sustantivas con discursos menos crípticos. Son más los católicos que no van a misa que los que buscan hostias los domingos, pero católicos se llaman todos.

Por eso Massa no es un fenómeno y sí lo sigue siendo el kirchnerismo. Massa es una aventura, un atajo al gobierno de una personalidad ambiciosa con apoyatura del bloque económico anti-K, del sector de la embajada que detesta al kirchnerismo, de kirchneristas desencantados por las definiciones ideológicas insuficientemente explicadas, una apuesta osada por capturar el Estado, vender las acciones de las empresas que están en poder de ANSES, hacer 3000 millones de dólares de caja con eso, pedir deuda a tasa amigable a los mercados internacionales que mantienen el castigo político al kirchnerismo por su autonomía, reorientar el gasto hacia empresas que favorecieron la campaña y en tres años ver qué pasa. Puede durar menos que el uno a uno, es otra fantasía, en caso de que llegue lejos. El proyecto de Massa se resume en eso. Es más: ya podría hablarse del post-massismo y sus consecuencias.

El kirchnerismo, en cambio, cuando supere su estadio de reconcentración y haga el duelo correspondiente por la imposibilidad de reelección de Cristina, todavía tiene dos años por delante. Romper ese techo de cristal del artículo 90 es su principal desafío. Eso mismo que hoy le impide hablar con libertad y con alegría sobre el futuro. Debe hacerse cargo de su propia excepcionalidad. Un proyecto nacional es, sobre todo, la convicción de que hay una Nación y que luchar por ella nos define. Y nadie, absolutamente nadie, habló de estas cosas como el kirchnerismo en todos estos años.

Pensar un país gobernado por los que piensan que es justo que el dinero de los argentinos se lo lleven los fondos buitre y no vaya a la Asignación Universal por Hijo, que las Malvinas son de los kelpers, que es mejor que exista LAN que Aerolíneas, que YPF debe volver a Repsol, que el agua estaba mejor en manos de los franceses o de los estadounidenses, que lo importado siempre es superior a lo nacional, que el CIADI falla bien cuando es contra la Argentina, que es necesario ir a la guerra contra Irán o Siria porque Estados Unidos lo pide, que el Club de París merece cobrar antes que los jubilados; en definitiva, es pensar que no tenemos otro destino que ser una colonia próspera con un pueblo infeliz.

Será del gusto de la amiga de "Aurora", que podrá viajar a Miami como lo hace ahora, tendrá a Sergio Massa o a cualquier otra variante insustancial en la Casa de Gobierno disfrutando de la vajilla de porcelana y la alfombra roja, gozará de diarios que nos expliquen las bondades de un nuevo megacanje, el ministro de Economía volverá a la tapa de la revista Caras y el Departamento de Estado producirá informes elogiosos sobre el rumbo que tomó la Argentina.

Todo eso junto será una ficción de país, con la bandera hecha jirones flameando sobre sus ruinas, pero nunca una Nación. Este es el final pesimista de la novela.

El otro, el clásico, el feliz de toda historia, es que el pesificado "Juan" se termina quedando con "Aurora" y con su hijo, que vive en un país que se reencontró con su destino de Nación y es mejor del que le tocó vivir a sus padres. Todos comen perdices, porque entonces hay para todos.

Y todas.

(Diario Tiempo Argentino, domingo 22 de setiembre de 2013)

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