Treinta años continuos de vigencia del sistema democrático: he ahí tres décadas ganadas por todos los argentinos, con especiales méritos de su sociedad civil. Cuando se conmemoró el aniversario, la atención se centró mucho en los festejos, en el discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner o en su baile en el palco ante la muchedumbre congregada en la Plaza. También se perturbó por una inédita sedición policial, que puso en vilo al conjunto de la población con secuelas terribles e irreparables. Las viñetas del día a día son interesantes porque aluden a la subsistencia (que es lo esencial) tanto como a la crónica coyuntural que siempre enriquece la mirada. También devela los riesgos que acechan en un país cuya historia sobreabunda en golpes de Estado, dictaduras, conatos destituyentes o minorías irresponsables dotadas de poder económico o de fuego.
La historia, sintetiza mucho este cronista, combina esos elementos. Los relatos cotidianos se fijan más en lo ostensible, la lógica mediática acicatea la tendencia. La referencia metafórica a “la foto y la película” ronda esa idea, con una bruta salvedad que no siempre se detecta. Tomada del cine y de la pulsión por la imagen, subestima o solapa lo que está fuera de cuadro y no se edita. A menudo pierde de vista o desencuadra los procesos profundos, lo que emerge sin ser ostensible, lo sostenido. Todos “pierden” proporción frente a los sucesos descollantes, los que salen en la foto.
Un balance anual, se puede suponer, es imperativo y distorsionante a la vez. Acaso sea mejor hacer un repaso selectivo de lo sucedido y de los potenciales escenarios futuros. En esta columna, el análisis se sesga hacia la esfera política local, un recorte siempre parcial.
El primer punto, se porfía, es la estabilidad del sistema político. Es digna de mención la de un Gobierno que lleva diez años con firme (sí que fluctuante) apoyo popular. La apertura de alternativas opositoras viables, merced al voto popular, es otro aspecto interesante.
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El vaso medio término: hubo contadas elecciones para cargos ejecutivos, empezando por las gobernaciones de Corrientes y Santiago del Estero. Se confirmó la primacía de los oficialismos, lo que también cundió en las intendencias que cambiaron autoridades, por ejemplo, Bariloche o la ciudad de Corrientes. Gobernar no es un lastre de cara al padrón de votantes, un dato de la época que rige desde 2003.
Claro que la compulsa más importante fue la de cargos legislativos nacionales. Es un acumulado complejo por definición ya que suma resultados parciales en 24 provincias diferentes. El resultado tampoco es lineal. Distintas fuerzas opositoras consiguieron victorias en las provincias más grandes goleando o dejando muy atrás al Frente para la Victoria (FpV). Se potenciaron dirigentes que llegan al rango de “presidenciables”, lo que es un punto de partida de una maratón con obstáculos y no de llegada.
El peronista “federal” bonaerense Sergio Massa fue la figura más inesperada, la que obtuvo el triunfo más resonante. No sólo por la magnitud de la diferencia, sino por hacerlo concitando a cuadros políticos y sectores sociales que apenas ayer revistaban en el FpV o lo apoyaban. El socialista santafesino Hermes Binner y el radical mendocino Julio Cobos revalidaron credenciales y se colocan en carrera.
El FpV consiguió la mayor suma nacional de adhesiones y quedó bien colocado en la distribución de las bancas en el Congreso. Con muñeca para sumar aliados contingentes, podrá llegar a armar mayorías para sancionar las leyes.
Sería un exceso de organicismo atribuir al conjunto de la ciudadanía haber establecido esa primacía institucional, que le valdrá de mucho a un gobierno que sabe mandar y es muy activo. Lo cierto es que “la gente” también lo hizo y que su dictamen es irrefutable en ese sentido, también.
Republicanos inconsistentes, especie que prolifera en estas pampas, encontraron novedad y hasta milagro en estas elecciones. Predican que “la gente” se esclareció, dictó una sentencia de condena perpetua al “ciclo K”. Años atrás el mismo colectivo les parecía una caterva de necios, colonizados por la miopía, el clientelismo, la sensiblería o Fuerza Bruta. Para esta vertiente ideológica, el pueblo ha de ser bipolar, característica que sus catecúmenos también atribuyen a la Presidenta.
Quién sabe, por ahí la explicación es más sofisticada y, en principio, más variable. El pueblo todo no cambia tanto ni pasa de la anuencia pasiva de borregos a la clarividencia. Sus preferencias fluctúan al compás de la realidad y de su percepción de los intereses propios. Si así fuera (así lo supone el cronista), la secuencia de elecciones libres, con alta participación y sin incidentes brutales, es un logro fenomenal, de resultas del cual nadie tiene la vaca atada ni cuenta con apoyos eternos.
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Una oportunidad para las PASO: la Presidenta, el gobernador Daniel Scioli y el jefe de Gobierno Mauricio Macri terminarán sus mandatos en 2015, las normas vigentes no les permiten buscar la reelección. Son tres protagonistas centrales, gobiernan desde 2007: su mera salida es un cambio de tablero impuesto de antemano. Scioli y Macri ambicionan llegar a la Casa Rosada. Cristina Kirchner deberá buscar (ya está buscando) como reperfilar y reubicar su liderazgo.
El FpV construyó una envidiable saga electoral, única desde 1983. Una sola vez obtuvo mayoría absoluta, fue en las presidenciales de 2011. Los dos plebiscitos que logró Cristina arrojaron una marca llamativa que fue la sideral distancia con sus adversarios. Una de sus causas fue la diseminación de las ofertas alternativas, más amplia hace dos años que hace seis.
Hoy día, el oficialismo cuenta con el voto de un tercio del padrón, lo que es un piso interesante pero insuficiente. Su estricta valía depende de la capacidad de crecer del FpV tanto como del modo en que se reorganizan los partidos y referentes opositores, si no quieren tropezar por tercera vez consecutiva con la misma piedra.
Los resultados de octubre alientan la perspectiva de construir coaliciones opositoras. Las más claras y más mentadas son el peronismo “federal” y el espectro pan radical y socialista. Macri no tiene clara cabida en ninguna de ellas. La dirigencia opositora maquina acudir a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias como mecanismo para aunarse y dirimir supremacías.
Dentro del oficialismo es hoy moneda corriente pensar parecido, puertas adentro. Sin reelección, muchos compañeros intuyen en sus mochilas el bastón de mariscal. Ahí también, las primarias podrían ser el medio para “contar las costillas”.
La reforma política es una ambiciosa innovación institucional que, hasta ahora, mejoró algo la competencia electoral. La apertura de espacios parejos para publicidad, los adelantos técnicos en el escrutinio son avances palpables. La dirigencia, mayormente, no le “tomó la mano” a las primarias. Hubo quienes apelaron a ellas y no les fue nada mal a la hora del recuento de boletas.
Con un escenario nuevo, muchos participantes de distinto palo esperan valerse de ellas la próxima vez. Una cosa es querer y otra poder, nadie es dueño del futuro, pero las percepciones compartidas algo indican.
Si las PASO fueran en 2015 una clave para la reestructuración de partidos y alianzas, crecería la utilidad de la reforma. Sin arriesgar profecías, que son insalubres, el cronista considera viable esa hipótesis. Como poco, son apresuradas o atolondradas las críticas a un cambio institucional que no tiene por qué rendir frutos de inmediato. Es moneda corriente despotricar contra el cortoplacismo y la falta de reglas de juego. Pero, cuando se regulan normas para el mediano plazo, las exigencias corren el riesgo de caer en los defectos que se critican. Habrá que ver y esperar para emitir ponderaciones definitivas.
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En el centro, en otro registro: la presidenta Cristina sigue siendo la figura central del sistema político. Lo es por su cargo pero sobre todo por el modo en que lo ejercita. También por su liderazgo indiscutido en la fuerza más numerosa. Las penurias de salud que atravesó conmocionaron en la esfera política sin tener secuelas de ingobernabilidad ni sobresaltos de gestión. Su elenco se manejó sin su presencia cotidiana, en buena medida porque saben captar cuáles son sus directrices aun sin tener contacto más que diario con ella.
Recuperada y en funciones, la mandataria optó por relanzar la gestión definiendo relevos y entradas en el gabinete. Su nuevo rol también es diferente. Imposible deslindar cuánto se debió al resultado electoral insatisfactorio, cuánto a sus condiciones de salud, cuánto a la necesidad de modificar instrumentos o herramientas de gobierno. Seguramente cada factor habrá tenido su incidencia: saber leer los mensajes de la sociedad, las dificultades del “modelo” y hacer de la necesidad, virtud, habrán formado un combo que impulsó decisiones lúcidas y audaces.
Contra lo que proclama el credo mediático opositor, todo indica que Cristina jamás pensó seriamente en la re-re. Testimonios de protagonistas que dialogaron con ella hace un año o dos describen que tenía muy claro el horizonte. Las acciones tácticas realizadas desde la reelección van en el mismo sentido. La Presidenta reformuló alianzas resignando la amplitud de su base política en provecho de la coherencia o la homogeneidad. Esa opción es discutible tanto como el modo en que se aplicó. El cronista piensa que el FpV se ensimismó en demasía, se replegó en exceso, se privó de aliados o de guiños a sectores sociales que los habían acompañado y engrosaban su número. Pero esto son interpretaciones... volviendo al núcleo, es patente que Cristina no “construyó” una base sólida para modificar la Constitución, sino que jugó a consolidar la identidad de su fuerza.
Uno de los objetivos de la movida, que contiene ingredientes personales y de lectura histórica sobre lo que cuesta “estar en el candelero” tantos años, era evitar que la interna propia detonara antes de fin de este año. En gran parte el objetivo se logró, aunque pagando un costo alternativo alto que fue generar un espacio virtual para opositores peronistas. Ese fue el terreno que ocupó Massa, con sensible sentido de la oportunidad.
Sostener la gobernabilidad en contingencias propicias o aciagas es una virtud que suele adornar a los peronistas, ni qué hablar al kirchnerismo. Ahora le toca hacerlo en una etapa desafiante en lo político, sin el recurso fortísimo de candidatear a su líder y afrontando un contexto socioeconómico complicado. Los rivales políticos y los enemigos corporativos dan por sepultado al kirchnerismo, lo que describen (y tratan de incitar) con el eslogan “fin de ciclo”. De nuevo, una cosa es querer y otra poder. El juego sigue abierto, varios competidores tienen chances y ninguno el éxito asegurado.
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Lo nuevo, lo reconfigurado,lo de siempre:los límites del “modelo” dejaron de ser argumento exclusivo de las oposiciones para integrar el repertorio de preocupaciones y medidas del Gobierno. No los traducen igual que sus adversarios, pero sí los toman en cuenta y reformulan instrumentos y hasta modos de pensar.
La inflación, la baja de las reservas en divisas, el déficit habitacional, el hacinamiento urbano forman parte del repertorio de tareas urgentes del último tramo del mandato presidencial. Los servicios públicos, el sistema de tarifas y subsidios, la insatisfacción lógica de los ciudadanos usuarios son un reto para el Gobierno.
Las demandas crecen, en parte como producto de nuevas necesidades. Hay reclamos de “segunda generación”. La estructura de clases es otra después de diez años, crecen las distancias entre los trabajadores formalizados y los informales cuya proporción lleva mucho tiempo cristalizada.
El ascenso social compartido se distribuyó de modo desparejo y tanto los más beneficiados como los relegados reclaman mejoras. Todos están en su derecho y es saludable la capacidad de protesta de la sociedad argentina. Algunas mejoras podrán insumir años. Otras, como la de tener suministro de energía eléctrica, no están en el piso de la ciudadanía sino por debajo de su subsuelo.
Los gobiernos democráticos están, por lo común, “condenados” a ser validados o relevados por sus desempeños, juzgados por el pueblo soberano. Podría decirse que el kirchnerismo se benefició por esta regla y ahora está puesto a prueba nuevamente.
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La protesta y el saludo: “No somos ni gremialistas ni piqueteros...” autorretrataba un insurrecto policial días atrás. Hablaba en medio de un reclamo sindical, ejercitando una medida de fuerza mucho más lesiva que casi todos los piquetes. E ilegal. La coherencia no sería su fuerte pero su mirada sociológica es interesante. La propensión nacional a la acción directa se expande: es un dato del siglo XXI. En el último cuarto del siglo anterior la dictadura y los arrasadores resultados de los gobiernos democráticos (algunos involuntarios, otros deliberados) apaciguaron bastante la proverbial capacidad de lucha de los argentinos. La era K las estimuló porque mejoró la posición, la autoestima y el poder de la mayoría de los estamentos sociales. Y generó las condiciones para que se tuvieran fe para salir a las calles o pugnar en las paritarias, con menos miedo que el habitual a la represión. Es saludable, aunque no siempre se ejercite con pleno equilibrio. Y no es sencillo administrar el conflicto, aunque se lo promueva en la praxis y se lo ensalce en el discurso.
Gobernar cualquier país en estos tiempos es una labor abrumadora y estresante. Se lleva puestos a muchos dirigentes incluso en países del centro del mundo. La Argentina no hace excepción, más bien al contrario.
El fin de año trae el agobio, carencias imbancables para miles de argentinos. También las Fiestas, las vacaciones masivas, el disfrute y el consumo amplificados. Nada es unívoco ni puede ser pintado en blanco y negro.
Una mínima tradición de esta columna es repetir a su modo una entrañable costumbre nacional: saludar a sus lectores. El cronista disfruta del privilegio de escribir en el medio que eligió y trata de ser consciente de los deberes que eso entraña, Agradecido por la compañía levanta la copa virtual y ofrece un brindis por un año en el que se satisfagan sus necesidades y sus mejores deseos.
(Diario Página 12, domingo 29 de diciembre de 2013)