Al gran pueblo argentino, salud. Frase hecha por cantarla tantas veces en los rituales de la nacionalidad. La salud, esa obviedad cuando la tenemos y esa carencia dura cuando la perdemos. Compañera silenciosa de muchos momentos de la vida, que cuando se nos escurre de pronto, nos sume en la imposibilidad y la impotencia.
Somos una caña pensante, decía el filósofo Pascal. Frágiles, quebradizos. Eso es lo que se nos olvida cada día mientras estamos bien, cuando trabajamos, disfrutamos, sufrimos, amamos y reñimos diariamente.
Porque la salud solo la sentimos en su hueco, cuando falta. Entonces nos permite advertir que hay alguna certeza en ciertos dichos populares, cuando el consuelo de la pobreza es afirmar que se está bien “mientras haya salud”...
Nuestra presidenta está con un problema de salud, anunciado en la noche del último sábado. Tendrá que hacer reposo por el período de un mes, que no es un período breve. Un mes, además, en el cual habrá elecciones en todo el país para elegir legisladores nacionales y provinciales.
Tan torpe es el modo en que hoy se vive la disputa política en el país, que no sería raro que muchos –en la intimidad– se hayan regocijado. Pero, cuanto menos, no queda bien en estos tiempos, no es “políticamente correcto” mostrar alegría. Se nos ahorra, de tal modo, el espectáculo lamentable que alguna vez en la Argentina se ligó al “Viva el cáncer” cuando la muerte de Eva Perón, o a las especulaciones absurdas cuando el fallecimiento prematuro de Néstor Kirchner.
Las defensas bajan cuando se trabaja en exceso. Y ello es indiscutible en el caso de la presidenta argentina. Si bien algunos hoy nada quisieran reconocer, es evidente que la presidenta no está dada a la frivolidad ni a la pérdida de tiempo. No hay golf ni bailarinas de la danza del vientre, como en tiempos de Menem. Estos no son escenarios gubernamentales para pizza y champagne como en la década del 90, ni hay lugar para el sushi sofisticado como fuera entre 1999 y el 2001.
Pero, sobre todo, cabe pensar en una mujer que tuvo que foguearse con dureza en la presidencia con el conflicto habido con la patronal agropecuaria en 2008, que ya no tuvo el apoyo de su vicepresidente a meses de haber asumido, y que perdió luego al compañero de toda su vida, a la vez que tenía que mantenerse siendo presidenta. Una mujer que es enérgica y decidida –como se requiere para un puesto como el suyo–, pero que es frágil y vulnerable como cualquier ser humano. Y más aún en su femineidad, la cual asume sin debilidad pero con todo lo que conlleva: ser viuda, ser madre, ser alguien que cree en determinados ideales, ser sola, ser –con todo eso– presidenta. Y no una presidenta que está para que todo siga igual, sino que ha mostrado ser capaz de enfrentarse a quienes dominan el mundo, como se advirtió en el repudio al espionaje de EEUU hecho en la Asamblea de la ONU en la mismísima Nueva York. Es mucha carga, todo junto. Además de recibir insultos y agravios permanentes, constantes, metódicos, interminables; soportar el vilipendio infinito con una paciencia y presencia de ánimo que a veces cuesta saber cómo pudiera sostenerse.
La presidenta está en convalecencia. Ha recibido muchas condolencias, la mayoría sinceras. El pueblo argentino, el gran pueblo argentino, pide salud. Porque en la contienda política, cabe ser ecuánimes y respetuosos del otro. Lo valiente no puede quitarnos lo cortés; que las victorias políticas lo sean en el plano de la representación popular, no en los azares y ditirambos que se dan entre la salud y la enfermedad. Y que esa mujer, esa a la que su femineidad no siempre se le ha admitido, pueda ser visualizada en la intrínseca fragilidad existencial que todos tenemos, la cual Chavero/Yupanqui alguna vez sintetizara sentenciosamente en una de sus coplas: “Hoy somos, mañana no”.