HISTORIA / De Aloe, Apold (un Goebbels de Villa Crespo) y el traidor a Perón, el almirante Tessaire / Escribe: Teodoro Boot






Un país históricamente cruzado por antinomias –unitarios y federales, rosistas y antirrosistas, porteños y provincianos, mitristas y roquistas, yrigoyenistas y antipersonalistas, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, kirchneristas y antikirchneristas– encuentra pocos momentos y factores de unidad.

He aquí uno de ellos.

Un self made man

De familia trabajadora, el mayor Carlos Vicente Aloé había ingresado al Ejército como suboficial con la intención de llegar a aviador, hasta que en la escuela de suboficiales conoció al entonces teniente instructor Juan Domingo Perón.

El teniente instructor Juan Domingo Perón le explicó que un ejemplo suele aclararlo todo, le habló sobre la mula del mariscal de Sajonia y le contó que todos los soldados de Napoleón llevaban en sus mochilas el bastón de mariscal.

Sin conseguir calcular cuántos bastones tendría el mariscal de Sajonia, Carlos Vicente terminó la escuela de suboficiales, más tarde ingresó en la Escuela de Administración del Ejército y llegó a ser oficial de Intendencia, rama en la que hizo carrera hasta ascender al grado de mayor.

Fue entonces que volvió a encontrarse con Perón, que de teniente instructor había pasado a secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación y quien, sin embargo, se admiró de encontrar convertido en mayor del Ejército al sencillo aspirante a suboficial que había conocido veinte años antes.


Cuando el teniente instructor fue elegido Presidente lo llevó a su lado como jefe de Despacho, desde donde Carlos Vicente pudo cumplir un viejo anhelo: democratizar el Ejército, facilitando el paso de los grados de suboficiales a los de oficiales.

Gracias a la reforma impulsada por Carlos Vicente los suboficiales tuvieron por primera vez derecho a votar y se creó un régimen de becas para que sus hijos pudieran cursar estudios en los liceos militares.

El jefe de Despacho colaboró también en la redacción de la Ley 13024 que ponía a cargo de la Nación a los hijos de obreros, suboficiales de las Fuerzas Armadas, empleados y retirados de bajos ingresos que aspirasen a cursar estudios en institutos militares, participó de la organización de los torneos infantiles “Evita” y de la creación de la Fundación Eva Perón.

En 1952 fue designado presidente del complejo periodístico paraestatal que llevaba el nombre de Atlas S.A., cuya dirección periodística dependería de Raúl Alejandro Apold, quien aspiraba y siguió aspirando a la presidencia del complejo.

Si con más facilidad que quien borra un garabato de tiza en un pizarrón, el secretario de Prensa e Información Pública Raúl Alejandro Apold había hecho desaparecer de la faz de los medios de comunicación el nombre y la imagen del presidente de la Cámara de Diputados Ricardo Guardo, Carlos Vicente sería para él un juego de niños.

Pero ocurrió que en ese mismo año Carlos Vicente resultó electo gobernador de la provincia de Buenos Aires duplicando los votos de su principal adversario, el radical Crisólogo Larralde.

El Goebbels de Villa Crespo

Había sido Raúl Alejandro Apold quien le encargó a Vicente José Falivene y a la Orquesta Sinfónica Municipal la grabación de la marcha partidaria para reemplazar la versión de Hugo del Carril.

Raúl Alejandro Apoldo no lo quería oír ni de lejos a Hugo del Carril.

Para Raúl Alejandro Apold, Hugo del Carril era comunista.

Fue por culpa de una película dirigida por Del Carril que había estado prohibida hasta que una medianoche Del Carril lo fue a ver al teniente instructor, el teniente instructor lo invitó a tomar un café y a las dos de la mañana despertó a Apold, lo hizo concurrir a la residencia y le preguntó con toda suavidad y amablemente “¿Por qué no se deja de pelotudeces, Apold?”.

Recién entonces se pudo ver en los cines la ahora famosa película de Hugo del Carril “Las aguas bajan turbias”.

Pero Apold era así, medio pelotudo y anticomunista, con fama y hasta estampa de niponazifascista.

El Goebbels argentino, le decían, mote que hubiera desconcertado muchísimo al auténtico Paul Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich: Raúl Alejandro Apold era más judío que una fuente de verenikes.

Había sido jefe de publicidad de Argentina Sono Film y cuando en 1947 asumió como subsecretario de Informaciones de la Presidencia, decretó la prohibición de las películas rusas y de la distribuidora Artkino.

Fue entonces que Perón lo llamó por primera vez a las dos de la mañana para decirle que no fuera pelotudo.

Ni siquiera Raúl Alejandro Apold podría declarar la inexistencia del gobernador del estado más grande del país.

Sin embargo una campaña de prensa de origen misterioso a la que se sumaron los medios opositores y que hizo las delicias de los humoristas, convirtió al esforzado Carlos Vicente en un torpe y rudimentario ignorante.

Hasta la revista Time hizo su aporte dedicándole el artículo “Peroncito”.

Según “Peroncito”, para Carlos Vicente, tanto Mark Twain y Benjamin Franklin como Friedrich Schiller y Wilhelm Grimm eran escritores subversivos.

La revista Time no hizo ninguna mención a Raúl Alejandro Apold, quien sí debía pensar muy seriamente que Mark Twain, Benjamin Franklin, Friedrich Schiller y debía Wilhelm Grimm eran escritores subversivos.


El valor de una letra

En el momento en que Carlos Vicente hacía su campaña electoral, dirigentes sindicales de varios países latinoamericanos se reunían en Asunción del Paraguay, donde crearon el Comité de Unidad Sindical que, encabezado por el argentino José Espejo y el uruguayo Omar Díaz, tenía un plazo de 180 días para convocar un congreso constituyente de una central obrera.

La nueva central –explicó en Buenos Aires el teniente instructor– debía mantenerse equidistante tanto de la Federación Sindical Mundial de inspiración comunista, que quería someter a los trabajadores a la dictadura del Estado, como de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, que al servicio del imperialismo explotador, trataba de reducir a los pueblos a la hegemonía de un capital sin alma y sin escrúpulos.

El congreso se reunió en la ciudad de México, el 19 de noviembre de ese año. Fue entonces que 100 delegados de 18 países crearon un Atlas muy diferente al que disputaban Carlos Vicente Aloé y Raúl Alejandro Apold, la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalizados.

El primer secretario general de la nueva asociación de trabajadores fue el argentino José Espejo, y su adjunto el chileno Rubén Hurtado.

Si bien la sede de la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalizados sería rotativa, al teniente instructor le gustaba hacer las cosas a lo grande, por lo que ordenó la construcción de todo un edificio para funcionamiento de la organización.

Pero no un edificio cualquiera: emplazado en la vereda oeste de la Avenida Leandro Alem, la sede del Atlas fue durante 40 años el edificio más alto de Buenos Aires.

Tras la revolución libertadora, democrática y republicana, la asociación de trabajadores fue intervenida y su sede pasó a manos de la Fuerza Aérea, que destinó la gigantesca construcción a viviendas para el personal aeronáutico y, con alarde de ingenio, simbolismo e imaginación, le quitó la T de Trabajadores, rebautizándolo “Alas”.

El burro bonaerense

El mayor Máximo Renner, último secretario privado del teniente instructor, había sido trasladado desde el penal de Río Gallegos para prestar declaración ante la Comisión Nacional Investigadora Número 7 “Aloé - Tenencia de acciones y valores por cuenta de terceros. Perón empresario. Órganos y medios de publicidad” (expediente 11.563 -A- 956).

Al leal saber y entender de Máximo Renner, la conducta de Carlos Vicente Aloé era intachable, y Carlos Vicente, El Peroncito, El Caballo, El Burro Bonaerense, incapaz de hacer la O con un vaso, estaba muy lejos de ser el ágrafo ignorante que había creado una campaña de prensa de origen misterioso y de quien continuaban burlándose los antiperonistas.

Hombre humilde, antiguo obrero ferroviario que había comenzado su carrera como suboficial, Carlos Vicente no podía alardear de tener una formación académica ni nada parecido, pero era propietario de una nutrida biblioteca, que consultaba con frecuencia.

Ávido lector de temas históricos, revisionista apasionado, durante su mandato se conmemoró por primera vez el combate de la Vuelta de Obligado y el 20 de noviembre fue declarado día feriado en todo el territorio provincial.

Carlos Vicente era además propietario de la editorial Alea, colaboraba en la revista Mundo Deportivo y fue fundador y editor de la revista Mundo Agrario, perteneciente al grupo estatal Radio El Mundo, razón por la que era investigado con tanta atención.

Las bromas a su costa persistieron durante años, no obstante haber sido autor de varios trabajos históricos editados en forma de libro, como De Calfucurá a Yrigoyen, Los caudillos, Grandeza y decadencia del federalismo argentino, el ensayo El Estado es doctrina en acción o sus memorias Gobierno, proceso, conducta, en las que procuraba demostrar la falsedad de las acusaciones en su contra.

El Corazón de Perón

Había sido la Abanderada de los Humildes quien, poco antes de pasar a la inmoralidad, propuso el nombre de Carlos Vicente para reemplazar en la gobernación bonaerense al coronel Domingo Mercante, “El Corazón de Perón”.

La Abanderada de los Humildes había tomado entre ceja y ceja al Corazón de Perón, quien antes de la reforma constitucional de 1949 era número puesto para suceder al teniente instructor en la Presidencia y, más tarde, su seguro vicepresidente.

Los sindicalistas José Espejo, Armando Cabo, Isaías Santín, Florencio Soto y la propia Abanderada de los Humildes querían que la vicepresidenta fuese la Abanderada de los Humildes.

Finalmente no pudo serlo ninguno de los dos, sino que resultó reelecto el anciano Hortensio Quijano, quien murió casi de inmediato, siendo en 1954 reemplazado por el almirante Alberto Teisaire, tras una elección en la que el Partido Peronista obtuvo el 62,52% de los votos.

El mendocino Alberto Teisare había sido electo senador por la Capital Federal luego de un fraude interno amañado por el secretario de Asuntos Políticos Román Alfredo Subiza en perjuicio del veterano dirigente sindical Luis Gay.

Una vez que el teniente instructor presentó la renuncia luego de que a las 15:20 horas del 16 de septiembre de 1955, a bordo del crucero 17 de Octubre y movido por los más puros ideales, apoyado por el legado histórico de nuestros próceres y alentado por las sagradas estrofas del Himno Nacional, el almirante Isaac Francisco Rojas amenazara con bombardear las instalaciones de YPF en Mar del Plata con las bombas, proyectiles y municiones que en alta mar le había facilitado la armada británica, el almirante Alberto Teisaire se puso a disposición del gobierno libertador, democrático y republicano ofreciendo revelar cuanto sabía del Tirano Prófugo.

–La conducta de Perón como gobernante –declaró el almirante ante la cámara del noticioso Sucesos Argentinos–, su deslealtad para los que en él creyeron, su cobarde y vergonzosa deserción frente al adversario, me habilitan para la actitud que asumo. No tengo por qué guardar consideraciones para quien no las tuvo con nadie, ni aun con el país, de cuyos destinos dispuso a su antojo.

En las pantallas, impertérrito, ajeno al escándalo que sus palabras desataban en las salas cinematográficas, el almirante proseguía:

–Me considero obligado a denunciar la conducta de Perón, que hizo derramar sangre argentina de obreros, soldados y ciudadanos, para huir en el momento más álgido de los acontecimientos.

Los gritos de caradura, traidor, alcahuete se multiplicaban entre el público mientras proseguía la proyección del noticiero.

–Se ha asilado bajo bandera extranjera, hecho único en la historia nacional, puesto que los dos presidentes constitucionales derrocados por revolución, Yrigoyen y Castillo, no obstante su avanzada edad, afrontaron la situación con entereza y asumieron la responsabilidad de su magistratura frente a quienes encabezaron aquellas sediciones.

Perón, en cambio, no ha sido capaz de afrontar la responsabilidad que le correspondía; ha tenido miedo.

Por primera y única vez, peronistas y antiperonistas estarían completamente de acuerdo en algo: putear al almirante.

Jueves, Marzo 13, 2025

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