El viernes comenzó la campaña electoral que en un mes desembocará en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) y a poco de andar ya se develaron dos ejes argumentales que difícilmente podrían superar con éxito la refutación de un grupo de párvulos de preescolar.
En esa construcción, la nueva vedette es la diversidad. La excusa, el justificativo que encuentran personajes tan disímiles como el agua y el aceite para amontonarse en listas inexplicables desde el punto de vista ideológico es precisamente esa: la diversidad.
Antes de reconocer la incapacidad para construir un espacio político potente, que pueda mostrar al menos un par de elecciones sin alianzas contradictorias y con propuestas políticas atractivas para los votantes, pretenden vender esa –que es su principal debilidad– como un activo, una muestra de madurez frente a la irracional e inexplicable visión confrontativa de la política que propone el kirchnerismo.
La diversidad explica entonces que el ex ministro de Economía que diseñó el incremento de las retenciones que terminó en la disputa por la Resolución 125, Martín Lousteau, haga campaña en Mendoza con Julio Cobos, que representando el oficialismo en aquella oportunidad en el Senado votó en contra de la ley y saltó a la oposición.
Como se trata de un mamarracho que se cae por su propio peso es presentado como una muestra de madurez, de superación de las diferencias.
Y la imagen se repite hasta el hartazgo con esa mayoritaria porción de postulantes que piensa a la política a través del lente de una cámara de televisión. La experiencia de algunos sectores de la oposición, lamentablemente muy minoritarios, los deja en evidencia; simplemente porque no están dispuestos a ver su nombre estampado en una boleta junto al de personas que están en las antípodas de su pensamiento político con el único objetivo de llegar a una banca en el Parlamento.
Los candidatos del Frente de Izquierda Jorge Altamira y Christian Castillo, o el postulante de Autodeterminación y Libertad Luis Zamora son algunos espejos en los que la imagen reflejada de las alianzas de circunstancia se astilla en mil pedazos.
Ese capital simbólico que aporta la coherencia debería llevarlos al Parlamento, pero la actitud itinerante de Patricia Bullrich que salta de partido político como las fichas en el Juego de la Oca suele rendir más en las urnas argentinas.
El complemento argumental de aquella justificación de la diversidad que ubica en una misma boleta electoral a personajes otrora enemigos insalvables es el consenso, planteado como elemento fundacional de la política. Otra vez el argumento tiene la espesura de la harina.
Cómo se llega al consenso entre quienes postulan "la reconciliación" como mecanismo para superar las consecuencias de la más sanguinaria dictadura que haya sufrido a la Argentina y quienes impulsan la política de Memoria, Verdad y Justicia. El ejemplo se puede repetir en otros tantos temas, porque la teoría del consenso se da de frente con los dos elementos constitutivos de la política: el poder como instrumento para transformar la realidad y el conflicto como vía para alcanzar esa meta.
No es casualidad que los principales referentes de la derecha que ofrece este acto electoral elijan el silencio antes que las definiciones y se inclinen por el consenso antes que por el conflicto. Mauricio Macri, Francisco de Narváez o Sergio Massa se sienten más cómodos si evitan las cuestiones concretas y cuando se postulan como hombres de consenso no hacen más que anunciar que no está en sus planes operar sobre el conflicto como mecanismo para redistribuir ingresos.
Tal vez este cronista los subestime y tengan tanto poder de convencimiento que conseguirán sin conflicto que los trabajadores reciban la mitad de la renta nacional y que los poderes concentrados cedan sus beneficios a favor del bien común. O simplemente no piensen hacerlo.
Es, desde esa perspectiva, una construcción menemista de la no confrontación con los poderes fácticos como mecanismo de permanencia en el poder, al costo del perjuicio de los sectores populares que históricamente frente a esos escenarios han perdido derechos que demandaron años de lucha.
Todas las encuestas ubican a Massa como el candidato con mejores proyecciones en la provincia de Buenos Aires, pero la campaña recién comienza. El hombre de Tigre hizo su presentación en sociedad esta semana. El debut televisivo se dio en Animales Sueltos, el programa de Alejandro Fantino. Puertas adentro del cuartel massista, el balance fue muy similar a lo que se pudo observar a simple vista por televisión: la entrevista no fue buena para los intereses de los candidatos.
La valoración no sólo motivó que Massa levantara otras entrevistas televisivas que había pautado de antemano, sino que dio la orden a los integrantes de la lista del Frente Renovador para que bajaran el perfil de modo de evitar nuevos traspiés en el inicio de la campaña.
Otro dato puso en alerta al alcalde de Tigre. Sus asesores esperaban diez puntos de rating en su primera aparición televisiva, pero en los canales competidores celebraron que su participación en América llegara a sólo 4,8 puntos, apenas por encima de la cantidad de televidentes que vieron la entrevista que concedió unos días después el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, que midió 4,2 puntos en la misma pantalla. Ninguno de esos números quiere decir nada, pero sirve para entender cómo se mueven los trebejos sobre el tablero.
La entrada en escena del entrerriano, que señaló públicamente que sería un honor que la presidenta Cristina Fernández lo nominara para competir por la sucesión presidencial en 2015, no fue producto de la generación espontánea. Urribarri ocupó un lugar de privilegio junto a la presidenta en el acto de la presentación de las listas del Frente para la Victoria. El otro protagonista de aquella tarde fue el bonaerense Daniel Scioli.
Cristina Fernández ratificó ayer por enésima vez que no es eterna, lo que en buen criollo quiere decir que no buscará un tercer mandato. "No pongamos nervioso a nadie, no soy eterna", sentenció en Santa Cruz e insistió con impulsar una renovación generacional.
Scioli también ofreció esta semana su declaración más fuerte en mucho tiempo, cuando advirtió que o se está con el modelo o en la vereda de enfrente. El viernes volvió a expresar su aspiración presidencial si Cristina no es de la partida. Ese gesto de lealtad oxigenó la relación puertas adentro del kirchnerismo pero eso no le garantiza nada al gobernador bonaerense.
Urribarri pronosticó que en 2015, la interna presidencial del peronismo se resolverá entre Scioli y él mismo, mientras que estimó que Massa puede aspirar a ser el candidato a gobernador bonaerense de una propuesta de la derecha con Mauricio Macri como postulante a la Casa Rosada.
En apenas una frase le puso marco a muchas especulaciones afiebradas a las que sólo les queda impulsar al intendente de Tigre como candidato a Nobel de la Paz o a secretario general de las Naciones Unidas. Pero también dejó en claro que la decisión de Scioli de mantenerse dentro del espacio político que lo cobijó en la última década no le despeja el camino para llegar a la Rosada.
En cualquier caso, la campaña no será fácil para el oficialismo. El oportuno pedido de detención para el ex secretario de Transporte Ricardo Jaime es una muestra de ello.
Jaime tiene una veintena de procesos judiciales en marcha, entre los que cuenta su participación en la tragedia de Once y no se puede argumentar con seriedad que el pedido de detención sea una maniobra política. Los tiempos en los que se decidió, el viernes previo al inicio de la feria judicial de invierno, abren algunos interrogantes, pero eso no alcanza para exculpar a Jaime de su responsabilidad.
Ese clima de campaña, signado por las denuncias de corrupción y la construcción de una fotografía de cosa resuelta, obligará al Frente para la Victoria a redoblar su concepción transformadora. Los derechos incorporados no necesariamente garantizan un triunfo electoral (para muestra sirve las últimas revueltas en Brasil).
La presidenta del bloque de Diputados del FPV, Juliana Di Tullio, le pidió esta semana a Héctor Recalde que trabaje en una recopilación de los proyectos que proponen gravar la renta financiera en el marco del debate sobre la aplicación del Impuesto a los Ganancias sobre los salarios de los trabajadores. La reforma tributaria es una de las deudas pendientes del kirchnerismo. Hay muchas otras, y sobre eso debería trabajar el oficialismo como eje de la campaña.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 14 de julio de 2013)