HISTORIA / Lord Franks (segunda parte) / Escribe: Jorge Abelardo Ramos






(viene de la edición de ayer)

Los ingleses estaban convencidos de que la ilimitada paciencia argentina solo era una máscara transparente de la impotencia nacional. Multitud de señales, sin embargo, les advirtieron que "no hay tiento que no se corte ". La situación se tornó tan peligrosa, que los servicios secretos británicos juzgaron inminente la adop­ción de medidas militares por parte de las autoridades argentinas. Por esa causa, el gobierno británico envió en 1976, en el mayor secreto, al área de Malvinas, un submarino nuclear y dos fragatas milisísticas. Otro de los méritos del Informe Franks es que la guerra de Malvinas conmovió la proverbial adhesión inglesa al Secreto de Estado. Esto quiebra una antigua tradición británica. Como es universalmente sabido, los norteamericanos han conver­tido a la CÍA en una agencia de publicidad. Los viajes "secretos" del General Vernon Walters a la Argentina para conspirar contra Galtieri en el curso de la guerra eran conocidos por media ciudad de Buenos Aires. Los ingleses, en cambio, con el paso de los siglos adquirieron la rara virtud de la reserva. Cultivar formas sigilosas, avaras de palabras, constituyeron casi un estilo nacional. Por esa causa, la historia de sus relaciones reales con el mundo periférico, en particular con la Argentina, continúa sumida en la sombra. Un día pregunté al Profesor Ferns, de la Universidad de Birmingham, cómo se había atrevido a publicar un libro revelador sobre las relaciones anglo—argentinas, a la luz de la proverbial discreción inglesa en la materia. Era un hombre apacible. Se sacó la pipa de la boca y me contestó: —Es que yo no soy inglés. Soy canadiense.


Los Servicios Secretos británicos, a cuyo auxilio acude el Informe Franks, dispusieron en toda época de la ayuda, tanto de los escritores, novelistas o historiadores más notables de Inglaterra, sino de la colaboración desinteresada y con frecuencia espontánea de anglófilos de todas partes del mundo. El hechizo del poder británico parecía ilimitado en el siglo XIX y todo lo que era inglés se suponía inmejorable. La "anglomanía" hacía furor, desde Marx hasta Alberdi (4).

Bastaría releer las "Bases", de Alberdi —considerado ritual-mente como un breviario de sabiduría política escolar— para convenir en que el Imperio británico, sobre todo en las zonas del globo terráqueo sometidas a su "control indirecto", gozaba de una reputación difícil de comprender en nuestros días. Este prestigio se originaba en causas históricas y en consecuencia estaba lejos de ser inexplicable. A medida que se reforzaba el poder naval y económi­co del Imperio en las regiones templadas exportadoras de alimen­tos (Río de la Plata) las instituciones de las Repúblicas ganaderas tendían a parecerse, y aspiraban a ello, a las instituciones clásicas del poder británico, a sus costumbres y hábitos: se admiraba la monarquía constitucional, la Cámara de los Comunes, el té de la India, el cambio de guardia en el Palacio Real, el sábado inglés, el whisky escocés y el paraguas, el football y el golf, Scotland Yard y la leyenda de su Servicio Secreto. Cada uno de estos delicados productos del genio británico aparecía revestido para la cipayería argentina de un "aura" especial. Al Servicio Secreto, desde una época inmemorial, acudían a trabajar o a colaborar personalidades "independientes", artistas, aventureros, hombres rápidos de nego­cios oscuros, homosexuales de la aristocracia, escritores y todo género de celebridades. La mayor parte de ellos trabajaban por algún tiempo como "espías sin oficio". En caso de crisis nacional, dichas personas prestaban su ayuda por razones patrióticas.

(Sólo en la Argentina el patriotismo es una mala palabra. Pero no lo es en Inglaterra). Figuras como el historiador ArnoldToynbee, el novelista Graham Greene, el escritor de aventuras Ian Fleming, los ilustres G. K. Chesterton, Arnold Bennett, Arthur Conan Doyle, John Galsworthy, George Trevelyan, Gilbert Murray y Somerset Maughan, trabajaron para "los Servicios". Hasta el satírico y disconformista irlandés Bernard Shaw no vaciló en brindar su apoyo literario en una ocasión al Servicio Secreto para una operación de propaganda destinada al consumo de los árabes. ¡El gran disconformista! No era nada nuevo. ¿Acaso en los siglos XVI y XVII los escritores Marlowe y Daniel Defoe no habían sido agentes a sueldo de los Servicios Secretos?

Me pregunto qué diría la opinión pública "ilustrada" de la Argentina si Borges o Sábato hubiesen colaborado con los "Servi­cios de Información" de las Fuerzas Armadas, prestando su ima­ginación para fabular mentiras útiles o "información negra" (o sea falsa) necesarias al Estado Nacional. Nadie podría concebir tal colaboración comenzando por los celebrados escritores que men­ciono y cuya fama en Europa se funda en no escasa proporción en su desdén por la "estrechez nacional" y su activa militancia en favor del Universo. Últimamente, también Octavio Paz ordeña el tema. Parecería monstruoso. ¿Por qué? Si dejamos de lado la naturaleza de tales "servicios" en la Argentina semicolonial, es decir su carácter interno, frecuentemente deleznable y anti popular que los han desacreditado por completo, queda el hecho irrefutable de que la condición marginal del país sume en la impotencia a todas las funciones esenciales del Estado y, para colmo, sitúa al Estado mismo como fuente de ineficiencia, corrupción y despilfarro. Tal es el "terrorismo ideológico" que presiona sin cesar la conciencia pública en la Argentina.

Ese estado de indefensión es global. Gran parte de la "intelectualidad" ha sido formada en una actitud psicológica derrotista, según la cual la Argentina no podría medirse con ninguna de las grandes potencias a riesgo de un fracaso bochorno­so. La guerra de Malvinas puso en situación crítica esta subestimación nacional. El gobierno de la "democracia formal" encabezado por Alfonsín suprimió en 1984 del calendario al 2 de abril como "día fasto" y consideró esa empresa, como gran parte de la "pequeña burguesía culta", como una "aventura criminal". Numerosos hombres públicos suspiraron en el anhelo inconfeso de una derrota argentina.

No era la primera vez.

En las invasiones inglesas de 1807 vencidos los oficiales británicos desencadenaron simpatías ardientes entre muchas jóve­nes de la aldea colonial española. Tal fue el caso de Mariquita Sánchez de Thompson, (en segundas nupcias Sánchez de Mandeville: Mariquita, en materia de maridos, si no era inglés o francés, no había criollo que le viniera bien) deslumbrada con los "jabones de olor" y la política de Londres, que discutía en sus salones. Además de las mujeres, había hombres del patriciado que pasaron al servicio del inglés. El más célebre de ellos fue el capitán de caballería Saturnino Rodríguez Peña y un tenebroso cochabambino, diestro en la pluma y la intriga, llamado Manuel Aniceto Padilla. Ambos organizaron la fuga del General Beresford de su prisión de Lujan y huyeron en banda a Montevideo, en poder de las tropas británicas. Rodríguez Peña concluyó melancólica­mente sus días en Río de Janeiro como agente del Gobierno de Londres, mientras disputaba con su compadre Padilla la pensión vitalicia que les había asignado Gran Bretaña por pago de sus servicios de informantes. Eran 500 pesos anuales, unos 400.000 reis.

Por su parte, los propios Servicios Secretos británicos, en la hora de su decadencia, están lejos de controlar las "infiltraciones" de potencias hostiles. Las escandalosas filtraciones de agentes soviéticos han gozado de los favores de la prensa mundial. Es inútil recordar los casos resonantes de Kim Philby, Guy Burguess, Donald Mclean, Antony Blunt (asesor artístico de la Reina) y Sir Roger Hollis, jefe durante 10 años del M15 (contraespionaje) y simultáneamente agente soviético durante 30 años. Si los rusos han podido deslizar tales agentes en el Servicio Secreto Británico, ¿qué resultados obtendría una investigación de los agentes extranjeros en la sociedad argentina, mucho más vulnerable, sobre todo en ocasión de crisis como las de la guerra de Malvinas. (5)


El material notable que presenta el Informe de Lord Franks está fuera de cuestión. Pero conviene señalar al lector que los propios Servicios Secretos británicos dormitan con más frecuencia que Homero. Según el Informe, el Agregado Naval británico en Buenos Aires, durante los días previos al 2 de abril de 1982, solo se enteraba de los movimientos de las naves argentinas por las noticias de la prensa de Buenos Aires. Tampoco tenía medios para obtener informaciones de esa clase por "lo dilatado de las costas argentinas". Asimismo, carecía de información fotográfica vía satélite. El sistema británico de información en la Argentina se había enmohecido como el propio Imperio. En los tiempos de Beresford, eran más activos y escrupulosos. Igualmente tal languidecimiento puede explicarse por la convicción secular de Gran Bretaña respecto a la fidelidad argentina al "derecho internacional".

El Informe Franks es un testimonio elocuente de que el Servicio Secreto Británico, aunque alertado como estaba desde hacía años por una posible acción militar argentina de reconquista de las Malvinas, se dejó arrullar, como el Foreing Office, por la monotonía de su propia impunidad. La "impredecible" Argentina del 2 de abril y el genio de sus científicos nucleares no solo dieron un tirón de cola al desdentado león británico. También América Latina sintió el llamado para otro Ayacucho.

(1) Dicha anomalía no pone en cuestión la honorabilidad personal del Dr. Alemann. Durante la dictadura militar del general Onganía (1966-1970) la Argentina contó con un ministro de Defensa, Van Peborgh, que en calidad de voluntario luchó en el Ejército británico en la 11 Guerra Mundial donde alcanzó el grado de Capitán. En la innumerable legión de los anglófilos argentinos, por lo menos Borges era un artista notable.

(2) El coronel Germán Busch se había destacado por su valentía en la Guerra del Chaco. La generación que regresó del infierno chaqueño quiso transformar a Bolivia. La dictadura nacionalista de Busch fue atacada por la rosca (barones del estaño, vinculados al imperialismo). Lo aislaron y difamaron de tal manera que Busch, un joven íntegro y patriota, se suicidó en su despacho presidencial. Su martirio no fue cantado por ningún poeta. Ncnida. Raúl González. Tuñon, Nicolás Guillen y muchos otros, consagraban sus melopeas al bondadoso Stalin.

(3)Ya en 1941. en plena guerra mundial, el capitán de Fragata Carlos Villanueva, preparó un plan de desembarco y reconquista de las Malvinas por orden de la Armada. Su texto reviste la mayor seriedad técnica.

(4) El corresponsal en Buenos Aires del diario "El País" de Madrid, un periodista español llamado Martín Prieto y cuyo modesto vuelo intelectual vacilaba a la hora de los "Martini", dejó escaparen una crónica de 1983 que había escuchado en un "cocktail" a la agregada "científica" de la Embajada norteamericana, que la Inteligencia inglesa mantenía en Buenos Aires una red de 120 informantes, entre personal de planta y voluntarios bengalíes.

(5) La caída de Gallierí. el 17 de junio, después de la rendición de Puerto Argentino, a causa de la desobediencia a la Junta Militar del general Menéndez. ofrece a los historiadores un tentador material digno de ser investigado. Los trajines de ciertos sociólogos, dirigentes sindicales, políticos de nota, periodistas venales y seres semejantes que intrigaban desde los domicilios de los diplomáticos norteamericanos hasta las oficinas del Estado Mayor del Ejército, son del mayor interés.

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