HISTORIA / Espejos Rotos / Escribe: Guido Croxatto






Recuerdos que están vivos. Era un viernes. Estábamos en la oficina. Duhalde siempre me leía cosas. Dejaba el cigarrillo Dunhill consumirse en el escritorio. Y yo lo miraba leer. Miraba la ceniza. Miraba los libros de derecho, de teoría política, de filosofía. Clases de Eduardo. "Que afortunado soy", pensaba, me lee a mí. Pero no es así, (lo veo ahora) Duhalde leía porque lo necesitaba. Era como recuperar el aliento. Ahí, en esas lecturas, aprendí, puedo decir, a ser abogado. Mi tía había militado con Eduardo en los '70. Había presentado habeas corpus con él. Estas son las marcas que uno tiene con el "derecho". Uno no se libra de eso fácilmente. Meses antes de morir me regaló un libro de Macedonio Fernández, Papeles de Recienvenido, con una dedicatoria manuscrita que no puedo leer, todavía, sin llorar, por la confianza, por el afecto. Mi tía me había llevado al Palacio de Tribunales antes de comenzar la carrera de abogacía y me señaló en la pared de la Corte una larga lista de abogados: ves, Guido, esos eran mis amigos. Eran todos abogados que murieron por defender el derecho. Esos tienen que ser tu modelo. Cuando no sé qué hacer, cuando estoy triste, cuando siento que nuestro principal enemigo somos nosotros mismos, nuestra propia mediocridad, cuando no me siento seguro, voy allí, voy a pensar: voy a ver la pared. Esa es mi "regla de reconocimiento", como dice H. L. Hart (valga la ironía para mis profesores de Lógica, de Derecho, de razonamiento jurídico). Esa es mi pared. Ese es mi derecho. Ese es el Derecho. Cuando uno pasa la mano por esos nombres siente y sabe inmediatamente que no hay otro Derecho posible. Sólo uno: el que dejaron ellos.


Yo aprendía por lo que Eduardo leía, pero también por su forma de leer. De hacer un silencio (todo lo que habría allí, pensaba, todo lo que habrá en ese silencio, él mismo decía que los abogados que escriben "complicado" esconden a sus muertos en esos tomos, entre las líneas oscuras, es así), de mirarme a los ojos, reprobarme, de enseñarme a defender el Derecho. ¿Para qué estudiaste, si no? ¿Para qué sos abogado? Decime: ¿De qué te sirve la Bandera de la UBA? (cuando yo le dije pueril y vanidosamente: ¡pero soy el abanderado y voy a jurar para adentro por los desaparecidos de este país! ¡Por el Derecho en serio!, aunque la formula del juramento la establece la UBA, y es de rigor, el abanderado tiene el raro privilegio de jurar solo, antes que todos los demás; yo jure solo, es una vieja tradición, repetí la formula, pero sé muy bien por qué, para qué y por quiénes juré ese día en la Facultad de Derecho, mientras la gente aplaudía, decenas de familias que sólo habían escuchado mis palabras hacia fuera, juré por ellos, por los que no están, por los que no tuvieron esta oportunidad, por Laura, por Guido, por Elenzvaig, por Soyfer, por los Hijos, por Estela, por Rosita, por todos los que hicieron un Derecho grande, digno, seguro). Tenés que ver a la gente. Yo miraba las fotos mientras escuchaba sus palabras. Veía los rostros de J. William Cooke (que ese mismo año él iba a editar, un libro donde habla de los puentes de la memoria), de Ortega Peña ("un genio desordenado y pasional"). De Viñas ("un grande, solemne"). De Bayer, de Kirchner. La foto vieja y gastada con la tumba de Marx. Libros de Le Goff, de Traverso, de Arendt, de Metz, de Ricoeur, libros, siempre libros. (aunque él mismo me decía "basta de libros, el Derecho no está en los libros, Guido, está afuera en la vida real"). Pero Eduardo leía. Libros de él. (Espejos Rotos, un libro que me leyó entero, de la primera página a la última, "espera acá que ya vengo", cuando le pregunté al pasar un mediodía en la Secretaría qué pensaba de la violencia). La violencia tiene muchas formas, me dijo. Muchas caras. Muchos nombres. El Derecho avanza cuando se anima a ver las otras formas de la violencia: la esclavitud, el abuso, eran al comienzo Derecho. Y los esclavistas decían que los esclavos que querían escapar estaban "locos". No que querían ser libres. Pero en un momento la esclavitud pasó a ser vista como violencia, como negación de un derecho. Así evoluciona la historia. De esa manera evoluciona el pensamiento: combatiendo la violencia. Repensando y diciendo a los que no fueron educados para hablar, sino para estar callados. (Cover) La misión del Derecho es dar la palabra. Hasta que el ultimo nieto no sea recuperado la sociedad argentina no será libre.

Una tarde me llamó una de sus secretarias, me dijo: "Eduardo quiere que vengas y vayas con él a un acto." Cuando uno está más o menos en política piensa muchas cosas por la palabra "acto". Lo que uno no piensa nunca es que "un acto" es una conferencia de poesía. "Vamos a ir a una presentación". Fuimos juntos a la presentación de un libro de poemas de Rosa María Pargas, poeta desaparecida. Allí estaba (allí conocí) con Eduardo, a Julián Axat, otro joven abogado que defiende la relación "poesía, derecho", "poesía, palabra y verdad". (mi relación con Julián es herencia, marca viva de Eduardo) Poesía como hacía Byron: poetas de cuerpo completo. Poetas generadores de conciencia. Palabra independiente. Se equivocan los que piensan que ser independiente es ser "apartidario". Ese era el discurso de los militares que decían "no hacemos política". Uno debe ser independiente, y en eso Fernández Díaz tiene razón. Debe saber pensar. Es el mejor favor que uno puede hacerle al propio gobierno: defenderlo pensando. Si renunciamos al pensamiento, no nos queda nada por hacer ni adentro ni afuera del gobierno. No somos dignos de nada. Cuando Cristina dijo "por hablar así murió mucha gente", estaba dando en la tecla. Estaba diciendo una gran frase. Estaba diciendo una verdad. El Nuevo Derecho cambia esas formas de hablar, de pensar y de hacer justicia.


Recuerdo la voz de Pargas, sus poemas leídos en el auditorio fueron una continuidad de lo que leía Duhalde. También el funcionario era poeta. La palabra de los desaparecidos y las palabras de Eduardo. Allí estaban los rostros, el dolor, la esperanza, la convicción. El trabajo. La identidad. En el Anfiteatro estaba Julián, que se acercó con timidez y dijo: "Hola Eduardo" y ahí Eduardo nos presentó, "Este es Julián", "Este es Guido". Dos abogados jóvenes. Allí lo que se debatía era lo mismo que se debate en la Secretaría: el valor de la palabra, el valor del Derecho. Los sentimientos, los valores, las palabras, la dignidad, las caras que vencieron la incertidumbre, eran los mismos: los derechos, la memoria, la voz. La dignidad. El papel. El derecho. La identidad, la vida, el presente, que no es pasado. Cuando la presentación terminó, Duhalde me llevó en su auto. Solos.

En silencio un par de cuadras. Recuerdo que me dijo de repente sin mirarme mientras manejaba: "¿Y?" Yo le dije: "Muy bueno", "ves", "ves que los desaparecidos están", "sí", le dije, "esta gente está, entendés, no está desaparecida". "No", dije yo. A partir de ese día pensé siempre en lo que dijo Julián Axat en la presentación: no somos mercenarios. Cuando Duhalde murió, lo que para mí era inadmisible, intolerable, pensé en lo que dijo Axat: no somos mercenarios. No. No somos mercenarios. Somos poetas y abogados poetas y eso era lo que nos enseñó Eduardo. Duhalde era poeta. Duhalde amaba y por eso mismo, cada vez que presentaba un hábeas corpus (mientras otros profesores callaban por temor o complicidad) era un poeta. Ortega Peña también era un poeta. Hacían poesía. Mientras hacían Derecho. No se atrevían a callar.

Duhalde decía "hay un dolor que siempre va a quedar". "Por algo tantos terminaron como terminaron." Hablaba de Benjamin, de Levi. No somos mercenarios. Eduardo murió. Ese día volví a mi casa destruido, enojado como un niño, y le dije a mi novia "por qué". Y pensé en lo que decía Julián: no somos mercenarios. No. Me había regalado antes de morir ese libro de Macedonio Fernández, Papeles de Recienvenido.

Lo quise abrir y no lo pude abrir. Pero lo tuve cinco días en las manos. En el velatorio su mujer me dijo "Guido" y luego miro el libro que yo tenía en las manos y dijo "yo lo elegí con él". Y lloramos todos por la misma única razón. No puedo abrir ese libro y ver su dedicatoria manuscrita. Aún hoy. No puedo. No puedo ver las recomendaciones que yo le pedía y él me escribía siempre con un enorme cariño. Palabras que ahora me queman las manos. No puedo. Quebrarme. Sin sentir que uno no da la dignidad de la memoria de los que dieron todo lo que tenían y también lo que no tenían. Duhalde creía en el valor de la palabra. Creía de verdad en la capacidad de los que dicen. De los que se animan a dar siempre más. A pensar en serio.

Otra anécdota, tal vez la más fuerte para mí. En una reunión en la Secretaría estábamos los dos (sobre un tema que me interesa mucho: Derechos Humanos y salud mental), entonces Eduardo me cede la palabra –había cuatro personas– para que diga mis ideas (sobre la necesidad de abolir la idea de "discapacidad" en el Derecho argentino, para el Derecho no puede haber "discapacitados", sólo personas), entonces digo "bueno, yo pienso que podemos hacer algo moderado con el tema del curador…" Duhalde se paró en seco. Se paró la reunión. Hasta ahí todo lo que venía diciendo estaba bien. Pero una palabra le molestó. Y esa palabra fue "moderado". Me dijo delante de todos, a su joven asesor: "No, Guido. No. Vos no estás acá para ser moderado. Estás acá para conmover el pensamiento. Para ser crítico. Yo no fui nunca en toda mi vida moderado. No te puse para ser moderado. A tu edad yo pateaba las puertas de los ministerios buscando a mis amigos. Vos no tenés que ser moderado nunca. Si sos moderado, estás terminado, sos uno más. Tus ideas no cuentan. Vos tenés que usar tu inteligencia para ser crítico, corrosivo, incómodo. Original. Molesto." Y repitió: "moderado no". No hay nada peor que ser "moderado". Y se sentó, serio. Aprendí la lección. La inteligencia no sirve para ser moderado. Porque mientras vos estás calentito con tus libros y tus medallitas de la facultad hay gente que la pasa mal. Que pasa hambre, entendés. Frío. Sus hijos tiemblan. ¿Vos sabes lo que es tener frío? No. Lo contrario de moderado no es radical.


Lo contrario de moderado es el compromiso.

Cuando le pregunté cómo hacía para tolerar ver a los que asesinaban a sus amigos, me decía "no polemizo con un genocida". Lo juzgamos con el Derecho. Para eso está la democracia. Duhalde creía que hay una justicia de la palabra. Una memoria. Hay expulsados de la palabra. De los que no tienen nada. Recuerdo la voz. La forma de leer. Como si te estuviera "dejando algo" para que te lo acuerdes bien. Te lo leo yo personalmente acá a ver si te "grabas estas palabras" para siempre. Efectivamente. Porque son él. Son Eduardo. Nada ni nadie las puede borrar.

Al final entiendo. Los desaparecidos están porque estamos nosotros. Están porque está la memoria. Están porque está la palabra. Están porque está Estela. Julián, Martín Fresneda, Ana Oberlin, y tantos que son Eduardo. Lo que más le importaba a Duhalde, su gran enseñanza: no callar. No te calles. No mires nunca para otro lado. No le niegues nunca nada al que te necesita. Cosas elementales, podríamos decir hoy. Cosas básicas sobre las que se construye un derecho. Una democracia. Una sociedad.

Duhalde enseñaba a ver los rostros que el Derecho no quiere ver. Lo que a veces la democracia no mira.

(Diario Tiempo Argentino, domingo 7 de abril de 2013)

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