HISTORIA / Chile y la construcción de un país mirando al Pacífico (segunda parte) / Escribe: Julio Fernández Baraibar






(viene de la edición de ayer)

En este ambiente intelectual y político se produjo el inicio de la Guerra Civil de 1851. El presidente Bulnes montó un gran fraude para garantizar el ascenso de Pedro Montt a la presidencia y hacer fracasar la tentativa electoral de los liberales. En septiembre de 1851, desde el interior del país y encabezados por la burguesía minera liberal, los opositores se levantaron en armas. El llamado Norte Chico, con las ciudades de La Serena y Copiapó, se convirtió en el centro del levantamiento. El nuevo intendente de La Serena no era otro que José Miguel Carrera, el hijo del caudillo revolucionario de la Patria Vieja. Al extenderse hacia el sur, el movimiento revolucionario sumó el apoyo de las tribus mapuches que nuevamente encontraban un cauce a sus ancestrales reclamos de tierras.

Es necesario incluir en este relato que, mientras Domingo Faustino Sarmiento apoyaba desde la prensa la candidatura de Montt, su contendiente Juan Bautista Alberdi inspiraba con su pensamiento a los grupos liberales de Concepción, donde había sido secretario de la Intendencia.


Después de intensos enfrentamientos y reiteradas intervenciones de la escuadra inglesa a favor del presidente Montt, la guerra terminó con la derrota completa de los liberales. Luis Vitale ha escrito sobre la intervención británica: “En Chile, la escuadra inglesa apoyó al gobierno de Montt porque su política de 'orden y progreso' daba garantías al desarrollo de los negocios mercantiles y financieros de la City, que podían ser trastornados por la 'anarquía' de los 'revoltosos' de 1851”

El 8 de diciembre, fue derrotado el general Cruz en Loncomilla, que con sus 2.000 muertos y unos 1.500 heridos se convirtió en una de las más sangrientas de la historia chilena.

La Guerra Civil de 1859

Ocho años después, las mismas razones que habían determinado el alzamiento de 1851 vuelven a producir un nuevo movimiento de rebeldía. La tensión entre la capital -y su puerto- y las provincias seguía siendo, como en el Plata, el principal motivo de conflicto. Los intereses de la burguesía minera del Norte Chico y de los productores agrarios trigueros y sus molinos en el sur confrontaban con los de la oligarquía comercial y latifundista de la zona santiaguina, que gobernó el país durante los decenios que se iniciaron con la presidencia de Joaquín Prieto.

La sociedad chilena se transformaba y el régimen conservador, aislacionista y despótico no lograba ya superar las profundas contradicciones postergadas durante treinta años. El sector liberal encabezado por José Miguel Carrera, hijo, y Benjamín Vicuña Mackenna, junto a la burguesía minera, expresada por los Matta y los Gallo; la mayoría de la intelectualidad orientada por Lastarria, Barros Arana e Isidoro Errázuriz; los terratenientes e industriales molineros del sur y el sector de conservadores ultramontanos -que había roto con el gobierno por sus medidas contra la Iglesia- formaban el poderoso núcleo social que enfrentaba el régimen portalino.

Entre enero y mayo de 1859, en el Norte Chico -las provincias mineras- y durante todo el año hacia el sur, en la frontera mapuche, la Guerra Civil volvió a teñir de sangre la política chilena.
v La República Liberal o el ascenso de la burguesía minera

Las presidencias de José Joaquín Pérez, Federico Errázuriz, Aníbal Pinto, Domingo Santa María y José Manuel Balmaceda ocupan el período que va desde 1861 hasta 1891.

Fue un período de mayor auge económico que el anterior, ya que al aumento de las exportaciones de origen estrictamente agrario se sumaron el crecimiento de la extracción salitrera y el aumento de la producción de cobre.

Uno de los hechos más trascendentes, pues sus efectos alcanzan aún a nuestro siglo, fue la llamada Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre que permitió a Chile incorporar las provincias de Tarapacá y Antofagasta, hecho que dejó a Bolivia sin salida al mar. El control definitivo de la Patagonia chilena, con la ocupación de Llanquihue y Magallanes, así como la jurisdicción estatal chilena sobre las tierras ocupadas por los mapuches, establecieron el mapa definitivo de Chile.

La presidencia de José Joaquín Pérez fue el resultado de la Guerra Civil de 1859, con el acuerdo entre la oligarquía terrateniente y la burguesía comercial exportadora con la burguesía minera que había impulsado el levantamiento. Vitale afirma, en este sentido: “Se continuó fomentando la economía de exportación y el librecambio, reforzándose los lazos de dependencia respecto de la metrópolis. Los gobiernos liberales no tomaron ninguna medida fundamental que afectara los intereses económicos de los terratenientes. Por el contrario, mantuvieron los privilegios de los latifundistas al ratificar la exención de derechos de exportación de trigo y otros productos agropecuarios”.

No obstante, como ocurrió en la Argentina en 1880, se afianzó el aparato del Estado con las leyes de sobre matrimonio civil, cementerios laicos y ampliación del derecho a sufragio. El período significó también el aumento y consolidación de una clase media urbana en ciudades, como Santiago, Valparaíso y Concepción, compuesta, entre otros sectores, por comerciantes minoristas y dueños de talleres artesanales. Hay también un crecimiento del artesanado que da origen a movimientos mutualistas, de raíz masónica que darán origen al Partido Radical. Sobre el final del período apareció también un fuerte aumento en la clase trabajadora minera del cobre y el salitre, portuaria y ferroviaria y la aparición de las primeras organizaciones políticas proletarias socialistas.

La candidatura presidencial, en 1875, de Benjamín Vicuña Mackenna, un intelectual y político liberal de los alzamientos de 1851 y 1859, además de defensor y propagandista de la unidad latinoamericana, atrajo, por su propaganda antioligárquica a muchos de estos sectores populares, robustecidos con la incorporación plena de Chile al mercado mundial.

La Unión Latinoamericana

En 1864, España llevó a cabo una brutal agresión a los países del Pacífico liberados de su coloniaje. Con su flota ocupó las islas Chinchas de Perú, muy ricas en guano. El argumento colonial e inicuo de la decadente potencia fue cobrarse la deuda por los gastos ocasionados por las Guerras de la Independencia. El presidente de ese momento Juan Antonio Pezet tuvo una actitud muy vacilante y se comprometió a pagar parte de la deuda. Ante ello, el coronel Mariano Prado se levanta en armas, depone a Pezet y se prepara para la defensa nacional. La agresión española generó un repudio popular masivo en Chile quien se comprometió a enviar ayuda material y a no vender carbón a los españoles. España reaccionó acusando a Chile de violar las normas del derecho internacional. Después de un entredicho diplomático, Chile terminó declarando la guerra a España. La flota española bombardeó el puerto de Valparaíso provocando importantes daños materiales y dos muertos por el ataque. Por fin, las escuadras chilena y peruana unieron sus fuerzas y finalmente el invasor debió abandonar las costas suramericanas del Pacífico.

Este fue un momento de gran resurgimiento de los sentimientos latinoamericanistas en todo el continente. En 1862 se había creado en Santiago “La Unión Americana”, una sociedad política que proponía la confederación de los países hispanoamericanos. A ella perteneció el caudillo Catamarqueño Felipe Varela, quien en su levantamiento contra Mitre y la Guerra del Paraguay, levantó la consigna de la Unión Americana. Fueron los miembros de esta sociedad quienes dieron refugió en Copiapó al derrotado Varela, quien falleció en aquella ciudad del norte de Chile.

En octubre de 1864 se reunió en Lima, Perú, el Congreso Americano, al que concurrieron delegaciones de Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Guatemala. Oficiosamente concurrió Domingo F. Sarmiento, quien fue desautorizado por el presidente Bartolomé Mitre, en un documento en el que sostenía que “Argentina no cometería la necedad de sacrificar las realidades nacionales a idealismos continentales”. Esta era la opinión de la estrecha burguesía comercial porteña sobre todo intento de unión americana.

La Guerra del Pacífico

Este es, como hemos dicho, el principal conflicto de la República Liberal. Según la opinión interesada y falaz del historiador oficial de la oligarquía chilena, Francisco Encina, “si entre las guerras que han estallado en la América Española hay alguna que haya surgido del subconsciente colectivo ajena a todo móvil económico, es precisamente la guerra del Pacífico por lo que respecta al pueblo chileno”. Nada más alejado de la verdad. La casi exclusiva causa de esta guerra fue el control de los yacimientos de salitre de Tarapacá y Antofagasta, razón por la que los historiadores la conocen como “la Guerra del Salitre”. Hay que volver a citar a Encina, el Mitre de Chile: “La mayor cantidad de sangre goda que circulaba por las venas del pueblo chileno, en relación con sus hermanos, y la mayor suma de energía vital acumulada durante una dura y prolongada selección, lo impulsaron hacia las aventuras lejanas... ajenas a todo espíritu de conquista o de predominio político”. Esta mitología racista es todavía la causa del desprecio de las clases dominantes chilenas y sus políticos hacia “los cholos traicioneros” como llaman a bolivianos y peruanos. Pero tampoco fueron ajenos a esta guerra fratricida los intereses imperialistas ingleses y norteamericanos. Para esa época, el salitre se había generalizado en la agricultura como fertilizante. Su uso en la industria química y de explosivos amplió su importancia económica. La burguesía comercial de Valparaíso monopolizaba el comercio salitrero, lo que permitió una paulatina penetración de estos intereses en su producción, de la mano del capital inglés. Una serie de tratados muy desventajosos para Bolivia pusieron en manos de los chilenos la totalidad de los yacimientos en la costa de este país. Dice el chileno González Bulnes: “el privilegio era tan extremado, las concesiones tan vastas, que el pueblo boliviano protestó, con razón, enérgicamente contra ellas”.

El presidente peruano Manuel Pardo nacionalizó virtualmente en 1875 los yacimientos, obligando a las empresas a vender al estado las salitreras. El siguiente presidente del Perú, general Mariano Prado, terminó de nacionalizar todas las empresas vinculadas a la explotación del salitre. Para Vitale: “A nuestro juicio, las leyes de Pardo y Prado sobre el salitre han sido las medidas nacionalistas más importantes realizadas por un gobierno burgués de América Latina en el siglo pasado”.

El 14 de febrero, el ejército chileno invade y ocupa Antofagasta y al mes siguiente declara la guerra al Perú, que habían firmado un tratado secreta con Bolivia. Se inició entonces la guerra. En la confrontación Bolivia perdió Antofagasta, quedando privada de su salida al mar. El Perú, además de soportar cuatro años de ocupación militar, fue obligado a ceder Tarapacá, mientras que Arica y Tacna quedan bajo jurisdicción chilena, sujetas a un referendum posterior. Dice el chileno Pedro Godoy, a quien seguimos en muchas de sus opiniones: “La situación genera olas de 'revanchismo' en Perú y de 'triunfalismo' en Chile. Muros de rencor y altanería se edifican en ambos países. La Moneda juzga improbable ganar el plebiscito y opta por la chilenización compulsiva. Tacneños y ariqueños son objeto de asesinatos y vejámenes. No pocos son deportados vía marítima. La paliza y la pedrada atemorizan a los votantes peruanos. Se les clausura escuelas y boicotea tiendas. Hay prohibición para los chilenos de cultivar amistad con 'los enemigos de la patria'”.

A lo largo de todo el conflicto Estados Unidos respaldó abiertamente al gobierno peruano, mientras que Inglaterra se alineó con el de Chile, que pasó a ser uno de sus principales y más permanentes aliados en la región.

Ascenso y caída de José Manuel Balmaceda, “Varón de una sola agua”

En la década del 80 del siglo XIX Chile se convirtió en una semicolonia inglesa. La penetración del capital británico en la minería significó una paulatina declinación de la antigua burguesía local, mientras el conjunto de los recursos naturales pasaron a ser explotados por intereses extranjeros. Esta dependencia tuvo un correlato en el plano cultural y de la vida cotidiana. Las ideas, las costumbres, las corrientes literarias y artísticas, los planes educaciones eran calcos de los de Europa y parecían destinados a alumnos de aquel origen. Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, que vivió en Chile muchos años se quejaba de que se estudiaba más a los griegos que a los compatriotas indígenas que vivían en el país.

Todo esto provocó el nacimiento de un reverdecido nacionalismo, que será liderado a partir de 1890 por el presidente José Manuel Balmaceda.

Hijo de una familia de terratenientes que, según dicen sus biógrafos, administraban sus fundos con modernos criterios capitalistas, Balmaceda, nacido en 1838, fue embajador en Buenos Aires durante la Guerra del Pacífico, Ministro de Relaciones Exteriores, Ministro del Interior y en 1886 era el candidato a suceder al presidente Santa María. No obstante su adscripción al Partido Liberal y a la influencia que tenía entre sus filas, su presidencia se caracterizó por una reformulación del papel que el Estado nacional debía jugar en el desarrollo económico del país. En su discurso de campaña sostuvo: “Si hacemos concurrir al Estado con su capital y sus leyes económicas y concurrimos todos, individual o colectivamente, a producir más y mejor y a consumir lo que producimos, una savia más fecunda circulará por el organismo industrial de la República y un mayor grado de riqueza nos dará este bien supremo de un pueblo trabajador y honrado. Vivir y vestirnos por nosotros mismos”.

Por primera vez en la historia chilena un presidente formulaba estos elementales principios de nacionalismo económico, quebrando una tradición basada en el librecambio impuesto por los ingleses. Asume la presidencia, a los 48 años, con una alianza entre el partido Liberal, el Radical y el Nacional y forma un gabinete multicolor. Con las ingentes entradas del negocio salitrero, el gobierno se lanza a una vasta obra de infraestructura. Con ello tendía, a su vez, a la reactivación del país. Bajo su gobierno, la tradicional influencia francesa en las fuerzas armadas fue reemplazada por la más moderna en la época, la alemana.

En la segunda mitad de su gobierno, a partir de 1886, Balmaceda se lanza a una audaz política de intervención estatal en la industria del salitre, que lo llevará a enfrentarse con el imperialismo inglés y con las clases dominantes tradicionales de Chile. Esta nueva política encontró de inmediato fuertes críticas en la prensa probritánica. El “The Chilian Times”, editado en Valparaíso, atacó al gobierno por su posición “estrecha de espíritu” cuando el principal empresario salitrero John T. North viajaba de Inglaterra a Chile. Un periodista que acompañaba al magnate explicaba en la presa que el presidente Balmaceda “ha pronunciado discursos que pueden ser considerados como la enunciación de una nueva política: "Chile para los chilenos”.

El otro aspecto al que se abocó su política nacionalista fue el de los ferrocarriles, también en manos del capital inglés, sobre todo vinculado a la explotación de salitre. También enfrentó a los bancos privados, culpables en gran medida del proceso inflacionario que afectaba al país.


La oposición a Balmaceda reunió a todos los sectores oligárquicos del país, cuya sobrevivencia dependía de la dominación inglesa. Al salir en defensa de ella, salió a defender el tipo de país y de dominación que se había establecido a partir de 1830 con la conducción de Diego Portales. El nacionalismo de Balmaceda ponía patas para arriba la alianza con el Reino Unido.

“El señor José Manuel Balmaceda es un liberal rojo. Su voz es vibradora y dominante; su figura llena de distinción; la cabeza erguida, adornada por una poblada melena, el cuerpo delgado e imponente, su trato irreprochable, de hombre de corte y de salón, que indica a la vez al diplomático de tacto y al hombre culto. Es el hombre moderno”, escribió sobre este patriota chileno el gran Rubén Darío, quien lo visitó en plena crisis política.

La campaña de la oposición, con intensa participación inglesa, tuvo las características que luego tendrían todas las políticas de debilitamiento y derrocamiento de los gobiernos que defienden los intereses nacionales y populares. Tuvo su epicentro en el Parlamento, movilizó a los estudiantes, todos hijos de familias oligárquicas, que se convirtieron en violentos grupos de choque de la oposición, en nombre, como no podía ser de otra manera, de “la libertad”. Se comenzaron a organizar comités revolucionarios que daban instrucción militar a sus miembros, reclutados en las clases altas y en los sectores de clase media bajo su influencia. Parte del clero también formó parte de la campaña contra Balmaceda, tratando de influir sobre los sectores más populares, acusando a Balmaceda de “diabólico”. En 1890, el diario El Mercurio pedía la intervención de los militares, junto con toda la prensa de la época. Recién en ese año el gobierno logró tener un diario favorable, La Nación.

Casi la única base de sustentación de Balmaceda fue el ejército y algunos sectores del partido Liberal y el Democrático, un partido de clase media. La clase trabajadora minera y del salitre, como ha ocurrido otras veces en nuestra historia, con sus huelgas ayudó a debilitar el gobierno nacionalista burgués de Balmaceda.

La guerra civil de 1891

En enero de 1891, el capitán de navío Jorge Montt subleva a la marina y se de inició al movimiento tendiente a destituir al presidente. Balmaceda, ya planteada la guerra civil, comenzó a golpear a los sectores oligárquicos de la oposición en sus propiedades. Ordenó la intervención de bancos ‘y cerró las cuentas bancarias de los opositores. Clausuró la casa comercial Besa y expropió ganados y miles de toneladas de trigo a los latifundistas sediciosos. Debido a la actitud facciosa del alto tribunal del país, Balmaceda resolvió desconocer los acuerdos de la Corte Suprema y de Apelaciones y ordenó la clausura de los Tribunales de Justicia.

Finalmente el ejército logró ser dividido por los insurrectos y el 20 de agosto de ese mismo año, la oligarquía chilena y el imperialismo inglés lograron derrocar al presidente Balmaceda, el más nacionalista y patriota del siglo XIX. Balmaceda se refugió en la legación argentina, donde se suicidó el 19 de septiembre, día en que finalizaba su mandato presidencial. El derrocamiento de Balmaceda fue la más sangrienta guerra civil de los chilenos: más de 10.000 hombres quedaron en los campos de batalla.

Con esto terminaba el intento de liberar a Chile de la estructura agro-minero exportadora, dependiente del Imperio Británico, y generar las condiciones para una desarrollo burgués capitalista autónomo. Chile entró al siglo XX con el mismo paso y en la misma senda que los demás países de la región. Su particular inserción en el mercado mundial y la solidez de su clase social dominante le dieron una estabilidad singular en la región. A su vez, su apertura al Pacífico y su particular aislamiento la hicieron esa “isla” de la que hablaba Alberto Methol Ferré.

(Clase impartida en la Casa de la Patria Grande el 22 de mayo de 2013)

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