León Gieco refería a cómo los militares usaron en su momento a "la pobre inocencia de la gente", en versos que han hecho historia en relación con Malvinas. La edad de la inocencia no pasa tan rápido para ciertos sectores de la población, especialmente para las clases medias, siempre situadas "en el medio", siempre con ambigüedades en su identidad político-cultural, siempre dispuesta a apoyar con facilidad aventuras salvíficas o promesas inciertas.
La estrategia del "golpe de Estado blando" la inventaron en Estados Unidos, y la gente que sale a cacerolear poco o nada sabe al respecto. Poco o nada saben de quiénes los instrumentan, de quiénes planifican su enojo, de quiénes han programado cuidadosamente cómo hacerlos odiar a gobiernos que no sirvan a los designios del Norte. Allá les conviene un gobierno argentino que llevara a una deuda externa de $340.000 millones de dólares (que es un cálculo aproximado de dónde estaríamos si hubieran seguido las tendencias desastrosas de Menem y De la Rúa), casi tres veces mayor que la actual; que dejemos a los británicos las Malvinas para su uso geoestratégico y económico por los países del Norte; que no se gaste en asignaciones para los pobres, pues el gasto público se sostiene con impuestos que ellos no quieren que los paguen los de arriba (es decir, sus propios accionistas y empresarios). Y así siguiendo.
De modo que, para decirlo simple, EE.UU. quiere volver al libre mercado, y al abuso permanente de las multinacionales sin control estatal alguno. Quiere volver a los años noventas, igual en Argentina que en el Ecuador o Venezuela. Volver a la impunidad de vender por monedas las empresas públicas, a echar gente del trabajo con indemnizaciones mínimas o sin ninguna compensación, a ensanchar cada día la franja de población en la miseria o la desocupación, para a su vez que así aumenten el delito y la inseguridad (que nacieron masivamente en esa época, aunque muchos parecen no recordarlo). A eso sirven, sin quererlo en muchos casos, los caceroleros. A volver a Menem, a volver a De la Rúa, a volver a las políticas retrógradas que el "statu quo" ha sostenido casi permanentemente en la Argentina.
Es curioso advertir cómo un programa y un periodista faranduleros pueden ser tomados por válidos (en la medida en que se diga lo que algunos quieren escuchar se cree aún lo increíble, o se da crédito a los personajes más impresentables e inverosímiles), o que algunos pretendan impugnar los cambios promovidos para la justicia, sin tener la menor idea de cuáles son concretamente dichos cambios.
Es que estamos en tiempos de vértigo televisivo, y se pretende cambiar las palabras por interjecciones, cambiar los argumentos por gritos, las reflexiones por insultos y la atención centrada y rigurosa, por la percepción flotante y la palabra irresponsable. Algunos creen que basta gritar más fuerte para tener razón, o salir vociferando en la TV hegemónica para sustentar una posición política.
Pero la realidad es terca, y también muestra a esa pobre inocencia sus limitaciones. Una bolsa de gatos que se junta, no constituye un proyecto político. En Venezuela, hay sectores de izquierda que hacen el ridículo de seguir a Capriles; ya verían cómo les va si el derrotado candidato llegara al gobierno. Aquí, el Frakenstein político que usurpó en Mendoza la explanada donde se ha seguido los juicios por asesinatos de la dictadura mostró, en su doble faz de falta de respeto a las víctimas y afirmación de la justicia actual como si fuera maravillosa y perfecta, que sólo sirve para la fotografía opositora. Resulta notorio que este rejunte no aporta a la constitución de algún proyecto de país que no sea el de retorno al pasado desastroso de los años noventa o del desemboque catastrófico del año 2001, que "la pobre inocencia de la gente" parece querer volver a vivir.-