HISTORIA / Perón y los medios / Escribe: Luis Oscar Champin






A propósito de los últimos acontecimientos en los que se pone en juego la credibilidad de la política (no sólo la de la presidente, algo que no entienden algunos opositores), merced a un operativo de prensa, que es parte de una movida permanente por parte de los grupos mediáticos, y que va más allá de una legítima búsqueda de la verdad, sino dejar instalada la idea de la culpabilidad de los involucrados, más allá de la inocencia o no de éstos, alguien que padeció la persecución y la injuria sistemática de la prensa, el extinto general Juan Domingo Perón, bajo el seudónimo de Descartes, el 15 de marzo de 1951, entre otros conceptos vertidos en la oportunidad, escribía:

“La influencia que a principios del siglo adquirió la publicidad ha sido decisiva para su utilización en la política internacional y en la guerra.

El prestigio de los antiguos diarios veraces y difusores del bien, aprovechado por aventureros y traficantes, sufrió la suerte consiguiente.


La opinión no pudo haber escapado a la terrible deformación de todos los valores que ha caracterizado nuestro tiempo.

Hoy no es un secreto para nadie que muchos consorcios y cadenas de diarios no son sino empresas comerciales, que venden papel escrito como se venden cosméticos o artículos de ferretería.

Antes, los diarios pobres pero honrados se elevaron moralmente con su información leal y su prédica honorable.

Cuando apareció la publicidad fueron poco a poco envileciendo su primitiva posición para servir los móviles de sus avisadores y su propaganda.

Convertidos así en un vulgar comercio, los diarios degeneraron poco a poco en verdaderos monopolios (...) Si desde un diario se puede hacer un chantaje a una persona, desde esa organización se lo puede hacer a toda una nación. Por este medio es posible llevar al descrédito a un gobierno, y a un pueblo entero a la guerra (...)


Cuando se habla de “opiniones independientes” de los grandes diarios con insistencia sospechosa, en numerosos órganos de distintos países, puede individualizarse perfectamente la organización del monopolio que abarca el “trust” de publicidad dirigido por las grandes centrales de los países (...) estos diarios, que invocan aquí y allá la opinión pública, no la representan en manera alguna.

Pretenden encaminar a esa opinión hacia los intereses u objetivos que defienden, no siempre confesables, lo que los obliga a ocultarse tras el engaño que invocan.

Las campañas sincronizadas a base de noticias fabricadas, calumnias inauditas y falsedades de a puño no son en manera alguna peligrosas para nadie, pues los pueblos han llegado a descubrir la verdad a través de la mentira.

Sin embargo, esos diarios tendrán su mejor castigo en el hecho de que cuando digan la verdad nadie se la va a creer (...).”


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