HISTORIA / La ciudad que debía ser / Escribe: Mario Goloboff






A mi ciudad dañada,
a los hermanos y amigos que sufrieron.

De las Memorias (¿inéditas o apócrifas?) de don José Hernández: “Un día, yo dije que quería escribir un libro. Y otro, que quería construir un laberinto. A diferencia del chino aquél, ‘el casi inextricable Ts’ui Pen’, no se trataba de una misma obra, sino, literalmente, de dos: quería escribir el libro (¡vaya si lo escribí!) y quería también fundar una ciudad que fuese la luz. Lo hice: en peleas interminables con el obcecado Sarmiento, a quien se le había ocurrido, como una más de sus locuras, que la capital de la provincia fuera la aldea de Chivilcoy, estuve del lado de don Dardo Rocha y contribuí, eficazmente, a la fundación de esa magnífica ciudad futura, a la cual, además, di nombre.

Consecuencia de largo y complejo forcejeo, La Plata ahondó la enemistad entre las huestes del preclaro Rocha y las del sanjuanino vivaz. ¿Qué hice yo aquí? ¿Qué tengo que ver con todo esto? Nada o casi todo, según se mire. Era diputado en la Legislatura provincial y opté por mantener, cuando se produjo el gran debate en torno de la federalización de la ciudad porteña, las mismas convicciones que había sustentado como periodista. Tuve el desgraciado deber de refutar a un amigo, elocuente tribuno, don Leandro N. Alem, quien espero que no por mi culpa terminaría tiempo después descerrajándose un tiro en la sien al salir del Club del Progreso en el coche de plaza que lo llevaba a su hogar. Otras historias...


Mostré las razones socio-políticas, culturales, económicas, que determinaban dónde, a mi entender, debía estar la capital de la República, y sostuve una ley que diera asiento sólido a las autoridades nacionales. Tan destacado fue mi empeño que, modestia aparte, don Ricardo Rojas transará la cuestión años más tarde cuando diga: ‘Es de ver en el desacuerdo de los dos criollos cómo Hernández supera a Alem en previsión patriótica, elevación de ideas y generosidad de sentimientos, mientras Alem se mueve en el estrecho círculo de pasiones lugareñas, partidistas, personales, sin advertir la trascendencia social del proyecto que se debatía, ni lo inevitable de aquella solución’.

Poco antes de que se colocara la piedra de la fundación en la Plaza Moreno, habían publicado en Francia uno de los últimos libros de Julio Verne: Los quinientos millones de la Begún, donde leí la descripción de la ciudad de Franceville o Villa Francia, que nos sirvió de principal modelo. Verne era masón, y por supuesto yo y el gobernador mismo, quien desde jovencito perteneció a la Logia Constancia Nº 7, como su padre. En el propio plano de la ciudad están los símbolos de nuestra hermandad. Pero hay que saber leerlo, como a todo libro mágico, como a la Biblia, como al Corán. Si la Geometría de Dios, la del Gran Arquitecto, fuese tan fácil, todos seríamos Iniciados, qué digo: Videntes. Voy a guiarlos: la ciudad es un cuadrado simétrico que va a seguir manteniendo su forma para siempre; está dividida por dos grandes diagonales que la cruzan de Este a Oeste y de Norte a Sur; la piedra fundacional fue colocada en su centro exacto; las dos diagonales centrales (que en su extensión, al cortarse en el cruce de la plaza, se vuelven, para la mirada del caminante, cuatro) forman un rombo geométrico, una Vesica Piscis, unidad equivalente a 1,6180339, es decir, el número áurico, la Divina Proporción. Ya en las primeras horas se instalaron varias logias en la nueva ciudad, entre ellas Luz y Verdad, Spretta Uguaghanza, Triunfo y Justicia, Hijos del Universo. Pero la que más se destacó fue La Plata Nº 80, fundada por Pedro Benoit, el arquitecto principal. En sus archivos podemos encontrar apellidos ilustres: se destacan Ameghino, Ves Losada, Sánchez Viamonte, para demostrar que no fue el mero resultado de las circunstancias sino más bien obra consciente y operativa de los Hermanos Masones, con su sentido constructivo. Si bien es cierto que la ciudad fue concebida ‘en abstracto’, ya que no sabíamos dónde en definitiva se iba a asentar, el plano comenzó a trazarse a partir de un centro, un círculo, un triángulo y un cuadrado, que es exactamente la cuadratura del círculo, así como tiene en la Geometría de la Vida individual una importante y definida aplicación. La localización del cuadrado áurico está en una zona de la ciudad conocida como El Bosque, un sector de recreo, arbolado y libre de toda contaminación ambiental.

El día de la fundación, el 19 de noviembre de 1882, alrededor de las 16 horas, colocamos la piedra fundamental: una caja de piedra, en cuyo interior hay otra de plomo, dentro de la cual una redoma de cristal con diversos documentos: una copia del acta fundacional, un ejemplar de la Constitución nacional, monedas de hoy y numerosas medallas de nuestras logias: Unione Italiana, Confraternidad Argentina, Regeneración, Tolerancia, Luz y Verdad, Abraham Lincoln, Liberi Pensatori, Cárita. Una vez colocada la redoma, se cerró y se selló, se soldó la caja de plomo y se colocó sobre ella una plancha de mármol de Carrara cuya inscripción dice que contiene el acta de la fundación.

Todo fue fiesta: en la plaza se habían colocado varios palcos en semicírculo, entre los que se hallaba el oficial. Hubo arcos y trofeos con las más diversas inscripciones inspiradas por nosotros: Educación Común y Sufragio Libre; Paz y Libertad; Orden y Progreso; Principios y Acción; No basta con odiar la tiranía: hay que superarla. Las semejanzas con los galos se explican. Don Dardo, naturalmente, también había leído a Julio Verne: en aquella época nuestros políticos y gobernantes leían. Alguno, hasta escribía. Debo reconocerlo a pesar de las diferencias políticas: no lo hacían nada mal, Mitre, Sarmiento, Avellaneda. Altri tempi...


Verne, allí, sueña con la ‘Jerusalem celestial’: la idea de los masones, los únicos que conocían el concepto. Así, el plano de esta soñada ciudad y el de la ciudad real tienen enormes parecidos: en la imaginada, hay un centro del que parten cuatro ríos, como en La Plata hay cuatro diagonales que atraviesan el centro. Hay avenidas arboladas, hay facilidad para acceder a los centros de salud, hay vías rápidas de comunicación. Es que la corriente higienista tuvo su participación, a fin de solucionar los problemas de hacinamiento que padecen los sectores más pobres, como pasó en Europa a raíz de la revolución industrial. Pero el predominio era nuestro. Porque no fue en un país europeo que nació esta ciudad celestial, sino en las Lomas de la Ensenada, territorio provincial. Hubo algunos higienistas con un pensamiento que se venía desarrollando desde la fiebre amarilla, médicos como Eduardo Wilde, Emilio Coni y Guillermo Rawson, y sobre todo hubo hombres que con la decisión política de fundar la ciudad, adoptada por la Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones, intentaron evitar una guerra civil entre la provincia y el resto de la Confederación, y lo lograron.

Dos comisiones se designaron para festejar el evento. Una, sumamente copetuda, protocolar y oficial, para la que fueron designados funcionarios de apellido; la otra, modesta, para la que fui nombrado yo, a fin de preparar y dirigir la fiesta popular que celebró... Organicé un gran asado criollo... Una vez más, se me relegaba. Una vez más, yo estaba enfrentado a los poderosos y del lado...”

Luego, el manuscrito es inacabado, y la tinta, azul negra, borrosa.

(Diario Página 12, viernes 12 de abril de 2013)

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