Si el dólar blue tuviera tanta importancia en la economía real, como predica el análisis conservador incluyendo a sectores de la heterodoxia, el mundo empresario estaría festejando. Lo que tanto anhelaban finalmente lo tienen: el derrumbe de los costos laborales en dólares. No es así. De todos modos, igual mantienen el doble estándar analítico cuando mencionan la supuesta transferencia de la cotización ilegal del billete a precios de bienes y servicios, y a la vez insisten sobre los elevados salarios en dólares, lo que afectaría la competitividad de la producción local. Exponen su incongruencia sin ruborizarse al afirmar que el dólar blue se traslada a precios y a los costos laborales, no. Incluso hacen evaluaciones considerando por ejemplo que los insumos del sector del agro cotizan a dólar blue, o que pese al desmesurado aumento de las naftas hasta niveles internacionales aún siguen atrasadas cuando se las calcula al precio del billete comercializado en el circuito marginal. Semejante confusión sólo abona el terreno para los fundamentalistas de la competitividad ficticia provista por una fuerte devaluación. Si el dólar blue fuera el que estaría definiendo las variables de la economía real, Argentina pasaría a ser uno de los países con los salarios en dólares más bajos del mundo, retrocediendo aún más en el ranking, donde ya la tenía en los últimos puestos como lo muestra el último informe mundial sobre salarios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En la comparación internacional de la remuneración neta por hora (el salario por el tiempo real trabajado) en el sector manufacturero en 2010, en un listado de 30 países, Argentina se ubicaba en el puesto 21 con 8,68 dólares, ocupando Dinamarca el primer lugar con 34,78. En los dos últimos años aumentó ese valor porque el salario creció más que la evolución del tipo de cambio oficial, pero no tanto para desplazarlo hacia los primeros lugares, como hacen creer los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica alertando sobre el agobio que padece el sector empresario por los costos laborales.
La preocupación por la marcha de esa variable es atendida en el documento de la OIT al ofrecer un interesante estudio sobre el vínculo de los salarios y el crecimiento económico equitativo. Una de las principales conclusiones del informe elaborado por el área Condiciones de Trabajo y Empleo de la OIT es que “sería poco acertado suponer que la moderación de los salarios es siempre beneficiosa para la actividad económica”. Menciona los casos recientes de las economías en crisis de la periferia europea, experiencia similar a la de América latina en los ’90, con Argentina como paradigma por mantener un régimen cambiario fijo de convertibilidad durante diez años y medio. El informe indica que una declinación en los costos laborales unitarios es propuesta (por los abanderados de la austeridad) como una mejora en la competitividad, especialmente en la Eurozona, donde los Estados no pueden devaluar su moneda o ajustar las tasas de interés y donde los menores costos laborales unitarios, por tanto, se plantean como medio para restablecer el crecimiento económico y promover el empleo. Esta fue la lógica detrás de la decisión en Grecia de reducir el salario mínimo en 22 por ciento, con un recorte adicional de 10 por ciento para los trabajadores jóvenes, junto con una reducción en los costos no laborales (aportes previsionales) de 5 puntos porcentuales. Medidas similares, aunque menos radicales, fueron parte de los programas del FMI en Portugal, Serbia y Letonia. Esos países no crecen, no salieron de la crisis y profundizaron el deterioro sociolaboral.
La reducción de salarios en términos reales agudiza la redistribución regresiva del ingreso disminuyendo aún más la participación del trabajo en la renta total. Esto no afecta no solamente la percepción de lo justo, en un contexto de crisis y remuneraciones exuberantes de altos ejecutivos en el sector financiero, sino que perjudica el consumo de los hogares y, por tanto, debilita la demanda agregada. La OIT señala que alteraciones en la participación del trabajo en el ingreso global tienen distintos efectos sobre los diversos componentes clave de la demanda agregada de bienes y servicios. La demanda agregada es la suma del consumo de los hogares, inversión del sector privado, exportaciones y el consumo público.
El estudio precisa que la caída en la participación del trabajo se debe al avance tecnológico, la globalización del comercio, la expansión de los mercados financieros y la declinación en densidad sindical, lo cual ha erosionado el poder de negociación de los trabajadores. Indica que en el caso de las economías avanzadas todos los factores contribuyeron a la caída en la participación del trabajo en la renta a lo largo del tiempo, jugando la financiarización mundial el papel más preponderante. Estimaron que en términos de contribución relativa, ese último factor explicó 46 por ciento de la caída en la participación del trabajo en la renta, mientras que la globalización del comercio lo hizo en 19 por ciento, la tecnología en 10 por ciento y los cambios en el consumo público y la densidad sindical en 25 por ciento. Los técnicos de la OIT afirman que esos resultados muestran que organismos internacionales, entre los cuales se encuentra la propia OIT, con sus respectivos equipos de investigación, habrían subestimado el impacto de la expansión de las finanzas en la distribución regresiva del ingreso en los países.
El director general de la OIT, Guy Ryder, destaca en la presentación del documento que desde 1980 la mayoría de los países han experimentado una tendencia a la baja de la participación de los ingresos del trabajo, lo que significa que se ha destinado una proporción menor de la renta anual a la remuneración de la mano de obra y una proporción mayor a las rentas procedentes del capital. “A nivel social y político, esta tendencia está creando la percepción de que los trabajadores y sus familias no están recibiendo la parte justa de la riqueza a la que han contribuido”, afirma. Agrega que a nivel económico “podría hacer peligrar el ritmo y la sostenibilidad del futuro crecimiento económico al restringir el consumo de los hogares basado en los salarios”. Manifiesta especial preocupación sobre esa situación en las potencias (Estados Unidos y Europa) porque “es particularmente cierto allí donde la era del consumo basado en el endeudamiento ha conducido a un largo período en el que los hogares deben saldar deudas contraídas con anterioridad”.
La disminución de la porción del ingreso en manos de los trabajadores en las economías desarrolladas se entiende porque la productividad laboral promedio en las economías desarrolladas aumentó el doble que los salarios promedio entre 1999 y 2011, según la OIT. En Estados Unidos la productividad laboral real por hora en el sector empresarial no agrícola aumentó 85 por ciento desde 1980, mientras que la remuneración real por hora aumentó solo 35 por ciento. En tanto, en la potencia europea, Alemania, la productividad laboral se expandió en cerca de un cuarto durante las dos últimas décadas, mientras que los salarios reales mensuales se mantuvieron sin cambio.
La experiencia latinoamericana en la primera década del nuevo siglo fue a contramano, con papel destacado de Argentina y Brasil. El informe de la OIT indica que entre 2000 y 2011, el promedio de los salarios mensuales reales aumentó un 15 por ciento en América latina y el Caribe, comportamiento que explica el favorable ciclo de crecimiento en ese período con una vigorosa demanda agregada.
Una fuerte devaluación por el permanente aliento a la centralidad del dólar blue en el análisis económico es la puerta de la regresión para ubicar al salario simplemente como un costo, desestimando su relevancia como dinamizador de la demanda agregada y, por lo tanto, del crecimiento económico equitativo.
(Diario Página 12, sábado 20 de abril de 2013)