Treinta y siete años después de que los militares le dieran el más trágico golpe a la historia nacional, la herida sigue sangrando. Y supura cuando los gobiernos padecen el presente griego que fue la deuda externa, cuando el país afronta como ahora restricciones cambiarias para aliviar el cuello de botella del sector externo, cuando se enfrentan juicios internacionales derivados del default y hasta cuando se debate la actitud moral frente al genocidio de un jesuita argentino convertido inesperadamente en Papa.
El diseñador civil del modelo económico de la dictadura, que remplazó la sustitución de importaciones por una matriz financiera, el ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, acaba de morir a los 87 años. Pero la matriz de acumulación que perduró intacta hasta el 2001 no ha sido desmontada totalmente. Felizmente, nadie cree en los delirios del dictador Jorge Rafael Videla, que todavía insta a sus camaradas a combatir. Pero no es para nada descabellado que un futuro gobierno conservador reinstale el paradigma de mercado que impusieron los militares y profundizó Carlos Menem.
Para diseñar esa sociedad individualista, los militares asesinaron a mansalva a miles de militantes populares. Contaron con la aquiescencia tácita o explícita de los referentes civiles de distintas actividades: hubo periodistas asesinados y periodistas cómplices, médicos secuestrados y médicos de la muerte, curas perseguidos y curas que confesaron asesinos. Entre unos y otros, millones de argentinos actuaron contradictoriamente, con miedos, dudas y desamparo. Está claro que el Papa Francisco, cuando era el jesuita Jorge Bergoglio, no asumió con coraje el compromiso social de Carlos Mujica, no fue el obispo Enrique Angeleli ni Jaime De Nevares, pero tampoco el cura Cristian Federico Von Wernick, condenado por asesinatos.
PELEAS DE ENTRECASA. El debate sobre la actuación de Jorge Bergoglio durante la dictadura sacó a pasear los peores fantasmas de los años anteriores al golpe. La derecha peronista apareció exultante con la entronización de uno de los suyos. Faltó que salieran a cantar "ni yanquis, ni marxistas, pe-ro-nis-tas", que era la consigna de guerra de aquellos años frente a la izquierda peronista, que agitaba la idea de un "socialismo nacional".
El kirchnerismo heredó obviamente las contradicciones internas y los antagonismos del peronismo, pero ante la propuesta de desmontar el modelo neoliberal que se instauró aquel 24 de marzo, consiguió que se diluyeran. El bloque gobernante logró consolidar un frente antiliberal para revertir el sálvese quién pueda. Tuvo la virtud de postergar contradicciones secundarias a favor de grandes coincidencias, como son la reindustrialización, el crecimiento, el empleo, la mejor distribución del ingreso y la reducción de la pobreza. Son las bases del programa mínimo de salvación nacional en el cual coinciden peronistas de distinto pelaje y otras expresiones del movimiento nacional. Pero en cuanto se indaga el pasado, cuando se discuten los '70, reaparecen las viejas diferencias ideológicas.
LA PATRIA PERONISTA. No pocos referentes de la derecha peronista se fueron bajando del barco porque no toleraron culturalmente los cambios económicos introducidos por el kirchnerismo, avances como el matrimonio homosexual o el juzgamiento de la dictadura que, curiosamente, tumbó a un gobierno peronista de ese tenor. Pero kirchneristas y ortodoxos coinciden en que la elección legislativa de octubre es estratégica para lo que ocurrirá en la presidencial del 2015. Y cada uno hace su juego.
El ex presidente provisional Eduardo Duhalde aprovechó el clima piadoso instalado mundialmente por el Papa Francisco para abrazarse con su viejo socio y adversario, Carlos Menem. Duhalde consideró que el mejor candidato para suceder a Cristina Fernández es otro referente de la derecha peronista, José Manuel de la Sota, quien apoyó el Navarrazo en Córdoba, salió a decir que Bergoglio ayudó a su familia cuando los militares lo encarcelaron y se reunió días atrás con las patronales del campo representadas por la Mesa de Enlace.
El gobernador Daniel Scioli tiene su propio proyecto. Aunque sólo lo separan de De la Sota las ambiciones personales, mantuvo los pies dentro del plato a la espera del fin del kirchnerismo por fecha de vencimiento constitucional. Scioli está convencido de que Cristina Fernández no será habilitada para un nuevo mandato. Porque no lo intentará, o porque no conseguirá en las próximas elecciones una victoria tan rotunda que le otorgue el control de los dos tercios en el Senado y en la Cámara de Diputados, que deben declarar la necesidad de la reforma constitucional. Aspira a ser el heredero, pero a diferencia de De al Sota, camina por los bordes y no saca los pies de plato.
EL PROYECTO K. El kirchnerismo llegó al poder luego de la implosión del modelo político-económico instaurado por los militares en 1976. Al borde de los diez años en el poder, puede mostrar cifras exitosas en materia macroeconómica, pero sus más conspicuos representantes están convencidos de que, pese a las transformaciones, cualquier variante no kirchnerista que acceda al poder en 2015 puede retrotraer en poco tiempo la situación al modelo neoliberal instaurado por los militares y consolidado por Menem.
La desaparición física de Néstor Kirchner desactivó la alternancia pingüino-pingüina y dejó al kirchnerismo con el boleto picado. Sin un candidato capaz de convertirse en un delfín con posibilidades ciertas de continuidad, el bloque gobernante se agrupa tras Cristina Fernández con la esperanza de lograr habilitarla para un nuevo mandato.
El fin de semana pasado, un nutrido grupo de gobernadores y funcionarios –entre los que se contaba el vicepresidente Amado Boudou– se reunió en Paraná para diseñar una estrategia de supervivencia más allá del 2015. De allí partió la idea de convocar a una consulta popular para habilitar una reforma constitucional. La consulta popular fue instituida constitucionalmente en el artículo 40, en la reforma de 1994, cuando Menem logró habilitar la reelección. El riojano no tenía los dos tercios ni en el Senado ni en la Cámara Baja, pero luego de obtener un 40% en la elección parlamentaria de medio término, consiguió instalar un clima propicio para la reforma. Atrincherados en la Cámara Baja, más de 80 diputados radicales se habían conjurado públicamente a obturar el intento reformista, pero Menem amenazó con una consulta popular y para evitar una nueva derrota Raúl Alfonsín enderezó a la UCR hacia el pacto. Paradójicamente, cuando Menem quiso obtener la re-re, el gobernador Duhalde sepultó ese proyecto con la misma herramienta: lo amenazó con una consulta en el principal distrito del país. Por el momento es sólo una idea que depende del resultado de octubre. "Sin 2013, no hay 2015", coinciden los kirchneristas. Pero hacia allí apuntan, más allá de los deseos de la propia presidenta. Es obvio que intentan salvar un proyecto de poder. Pero también es cierto que se juega el actual modelo o un retorno al neoliberalismo que impusieron los militares 37 años atrás.
(Diario Tiempo Argentino, sábado 23 de marzo de 2013)