Reclamo por los crímenes del pinochetismo. Un grupo de colimbas que hicieron el servicio militar obligatorio durante la dictadura de Pinochet denunciaron asesinatos y abusos. Durante los 17 años de régimen militar, unos 1.500 conscriptos murieron y otros tantos quedaron inválidos.
Los colimbas de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) han alzado la voz para denunciar asesinatos, violaciones y abusos que sufrieron en esa época y amenazan con poner en jaque al país si el gobierno de Sebastián Piñera no los escucha. Fernando Mellado, presidente de la Agrupación de Ex Soldados Conscriptos 1973-1990, sostiene que durante los 17 años del régimen militar unos 1.500 jóvenes que cumplieron el servicio militar obligatorio murieron y otros tantos quedaron inválidos. Según sus cálculos, cerca de 350.000 jóvenes de 17, 18 y 19 años de edad realizaron el servicio militar esos años, la mayoría en las filas del Ejército.
Los ex colimbas chilenos reclaman compensaciones económicas, ser considerados víctimas del régimen militar y que el Estado entregue pensiones a los inválidos. Mellado sostiene que les deben sueldos y dinero que el régimen militar les descontó para la jubilación, pero que no fue depositado en ninguna administradora de fondos de pensiones.
“En las próximas semanas vamos a paralizar el país. Cortaremos carreteras y caminos y bloquearemos los puertos y los aeropuertos”, adelantó Mellado, de 58 años.
Los ex conscriptos se sienten utilizados por el gobierno de Piñera, que en la campaña electoral de 2010 pidió sus votos y a cambio se comprometió a analizar sus demandas. “La derecha nos utilizó tras el golpe militar, utilizando a menores de edad en su beneficio, y luego nos utilizó de nuevo para llegar al gobierno”, manifiesta Mellado.
El actual ministro de Defensa, Rodrigo Hinzpeter, fue el coordinador de la campaña electoral de Piñera. En una carta firmada por él el 11 de enero de 2010, Hinzpeter se comprometía a estudiar “con mucha detención” las peticiones de los reservistas del periodo 1973-1990 “en un plazo breve” después del inicio de su gobierno.
“Nos guía la necesidad de dar el apropiado reconocimiento, dignificación, valorización y reparación a este esforzado grupo de compatriotas que en condiciones a veces muy difíciles cumplieron su responsabilidad con la patria”, señalaba Hinzpeter en la carta. La situación de los reclutas es compleja en un país donde siguen abiertas las heridas de una dictadura que dejó más de 3.200 muertos y desaparecidos y 28.000 víctimas de tortura.
¿Víctimas o verdugos? Esta pregunta parece no tener una respuesta clara. Las agrupaciones de familiares de víctimas del régimen de Pinochet los consideran asesinos y torturadores, como los miembros de las Fuerzas Armadas que colaboraron con la dictadura. Los reclutas señalan que las atrocidades que pudieron haber cometido algunos de ellos fueron instigadas por sus superiores y que muchos jóvenes que desobedecieron las órdenes lo pagaron con sus vidas.
“Fuimos obligados a hacer muchas cosas contra nuestra voluntad, pero muchas veces también ayudamos a personas que estaban detenidas con un cigarro, un pedazo de pan o palabras de aliento”, relata Mellado.
El servicio militar, obligatorio en Chile hasta la recuperación de la democracia, tenía una duración de 9 a 12 meses. A lo largo de estos años, Mellado, que estuvo dos años en la Escuela de Telecomunicaciones del Ejército, en Santiago, dice que ha recopilado centenares de testimonios de asesinatos, golpizas, violaciones y abusos perpetrados por los cabos y sargentos que estaban a cargo de los reclutas.
Muchos de ellos sufrieron secuelas físicas y problemas mentales. “Cada año se suicidan 3 o 4 exconcscriptos de esa época”, explica. Y recuerda su primer día de instrucción militar. El oficial a cargo del grupo hizo formar a los jóvenes soldados y les dejó las cosas claras. “Nos dijo: ‘A partir de este momento ustedes son míos, pasan a ser militares’”.
Un recluta se rascó la nariz, sin saber que acababa de firmar su sentencia de muerte. “Lo hizo poner firme –recuerda Mellado– y lo tiró al suelo de una bofetada.” Entre dos o tres más lo molieron a golpes y el oficial exclamó: “El huevón que se mueva, lo matamos”. Mellado dice que no lo volvió a ver.
(Semanario Miradas al sur, domingo 18 de noviembre de 2012)