HISTORIA / Recuerdos entrañables, un homenaje al maestro Abel Fleitas / Escribe: Enrique Del Percio






Estábamos anoche en la presentación de El Umbral, en el Cervantes, tratando de hacer como si nada pero lo único que sentíamos eran ganas de poder encontrar un lugar donde nadie nos vea para llorar y putear con ganas.

Hablo en plural, porque se que a muchos nos pasaba lo mismo.

Cuando salía Martín me pidió que escribiera unas líneas.

Lo primero que pensé fue decirle que había otros, como José Luis Di Lorenzo o Chango Da Rocha que lo conocían de antes, pero sabía que era pura cobardía.

Así que acá estoy, en un locutorio, recordando a Abel.

Curiosamente, al recordarlo la tristeza se disipa. Voy casi un cuarto de siglo atrás.


En 1985 los perucas que estudiábamos derecho eramos muy pocos. Y los profes menos aún.

Por eso, cuando nos enteramos que había un profesor de Derecho de Familia, compañero y muy buen docente, con algunos amigos y compañeros decidimos inscribirnos.

Antes de comenzar el curso, nos contaron que Fleitas no quería que lo traten de doctor, que le gustaba tutear y ser tuteado, que había sido juez muy joven y que la dictadura lo había echado, que había sido adjunto nada menos que de Sampay y que también lo habían rajado de la cátedra.

También nos contaron que había que estudiar mucho pero aprendías, que no le interesaba la gente que quería recibirse de abogado sino la gente que quería saber derecho, que era capaz de preguntarte si a vos te parecía que una norma es justa o injusta, en fin… que era un profesor totalmente atípico dentro de la facultad.

En el primer cuatrimestre cursamos junto con Silvina, esa alumna que lo miraba arrobada y que unos años después fue su mujer.

Esta mañana la vi allí en la calle O’Higgins y estuvimos recordando cómo nos abrió la cabeza ese curso, cómo empezamos a cuestionarnos, a replantearnos las nociones mismas de la abogacía, el derecho, la justicia.

El papel importantísimo de sus colaboradores de la cátedra apoyándonos en todo momento para ayudarnos a entender un modo tan distinto de concebirlo todo, tan lejos del profesor solemne que solamente tiene algunos ayudantes para que realcen su distancia con los alumnos.

Su capacidad discursiva. Su sentido del humor. Su genial manejo de la ironía.

Cuando salí, tuve que ir a tomar exámenes justo a la Facultad de Derecho.

¡Qué difícil fue entrar esta mañana!

Caminando por sus pasillos, fui recordando cómo, con el correr de las clases, a su calidad de Maestro se le fueron agregando el amigo, el consejero, el hombre público al que daban ganas de seguirlo.

Eran tiempos difíciles para el peronismo y muchos de mi generación sentíamos que no había lugar para nosotros.

Abel me habló de Cafiero, me lo presentó y me hizo descubrir que siempre hay un modo de pelear por los ideales, que siempre hay una forma de entrega, de pasión que le da sentido a la existencia, que siempre vale la pena seguir peleando por una Patria justa, libre y soberana.

Llegó septiembre del `87, caravana, Cafierazo y a La Plata.

El 10 de diciembre asumió Antonio. Fue un viernes y ya el lunes estábamos en reunión de gabinete tratando el tema de las inundaciones en el interior de la Provincia.

Abel, asesor general de gobierno, silencioso, se acariciaba la barba mientras los más entendidos en la materia, encabezados por Alieto y Felipe, explicaban lo que había que hacer.

Algún abogado de carrera en la administración provincial objetó, en un momento, que si se procedía a resolver el tema como se estaba diciendo, podrían afectarse derechos de propiedad.

Abel lo miró y se limitó a decir: -no se preocupen por eso, ya lo solucionaremos.

Mientras caminabamos junto con aquel abogado desde la gobernación hasta su despacho, Abel nos fue explicando que el rol del abogado del Estado es interpretar el derecho de tal modo que, sin violarlo, siempre pueda hacerse lo que hay que hacer.

El derecho no es un dique sino un cauce, nos dijo, parafraseando una frase que había planteado Antonio en su discurso de asunción. El otro abogado comentó: todos estos años trabajando con la gente de Armendariz, vi cómo se la pasaron discutiendo por cuestiones jurídicas y nunca nadie planteó algo semajante…

A la semana siguiente (¡todavía ni estábamos instalados del todo en nuestros despachos!) nos llega un expediente de más de cien páginas, titulado -Ni más cerca del Clarín ni del ARPA producido por una dirección de comunicación social y firmado por un tal Martín García.

Abel lo ojeó, me lo dio para leer y me dijo: -Fijate en esto, el tema me parece interesante pero me parece que este tipo está medio loco por la forma que escribe. Andá a verlo y chequealo.


Obvio: lo conocí a Martín, me contó de qué se trataba el proyecto, del apoyo que había que dar a las radios truchas, de la importancia de que la Provincia contara con un canal de TV propio, de los problemas de la ley de radiodifusión de la dictadura, del poder de la Asociación de Radiodifusoras Privadas Argentinas (ARPA), del lobby de Clarín para poder adquirir medios electrónicos.

Volví a la Asesoría y le dije a Abel: -Tenés razón, el tipo está loco pero el tema vale la pena.

Le iba a tratar de explicar a Abel lo que había entendido de todo el asunto, entre lo que leí, lo que me dijo Martín, lo que tomé de otros lados, y apenas saco mis apuntes Abel me frena:

-No me des una clase. Contame: ¿Quiénes son los débiles en esto?
- Los de las radios truchas, Abel.
- ¿Es justo lo que proponen?
- Sin duda.
- ¿Y lo del canal? ¿A quienes tendría que enfrentar la Provincia?
- Por ahora, al Estado Nacional que tiene los canales, eventualmente al Nueve, pero a ninguno de los medios le va a gustar que salga una voz disonante.
- Listo: siempre el peronismo está del lado de los excluídos, de los que quieren participar y no pueden. Fijate qué vuelta jurídica le encontramos para que no le caigan juicios difíciles a la Provincia y decile a Martín García que le metan para adelante.

Pasé entonces y después tiempos muy difíciles en lo personal.

Y siempre estuvo alli Abel para aconsejar, para bancar, para acompañar, a veces como amigo, a veces como abogado de familia, a veces como padre.

Como sea, del modo que sea, lo importante siempre es que Abel, de algún modo, estuvo y está allí, aunque ahora no estoy muy seguro de dónde queda ese allí.

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